Una vez terminado el viaje en coche las piernas le dolían de tenerlas encogidas durante tanto rato. Habían ido cinco en el coche y no eran precisamente pequeños los que allí estaban. Además a Carolina le había tocado ir en medio en los asientos traseros del vehículo y cuando Paula no le hacía cosquillas porque se aburría, Diego (uno de los amigos de Guillermo) le roncaba en el oído. Si sumabas eso a que habían pillado atasco, que la conducción de Alberto (el otro amigo de Guillermo que los acompañaba) no era muy buena y que ella se estaba poniendo nerviosa porque pensaba que no iban a llegar al concierto, no fue un viaje precisamente agradable.
Cuando bajaron hicieron todos el mismo gesto que suele hacer uno cuando lleva mucho tiempo en un espacio pequeño: brazos arriba, culo para alante y rodillas completamente estiradas, como si trataran de tocar el cielo. Algunos a la vez incluso bostezaron sonoramente. Una vez hecho esto Guillermo dio una fuerte palmada y se frotó las manos mirando al panorama; con las dos chicas repartíendose el peso de las mochilas a un lado y los otros dos chicos estirando el cuello para mirar mejor algo que prefería no saberlo.
Carolina, aunque intentaba que no se notase, lo miraba de reojo constantemente, viendo lo que hacían él especialmente y sus dos amigos. Se dio cuenta que de vez en cuando Diego miraba en su dirección, más concretamente a su amiga rubia. La otra muchacha, sin embargo, si que estaba concentrada en su ardua tarea de medir el peso de las mochilas a pesar de que no llevaran más que un par de botellines de agua, los monederos y móviles de cada una y las llaves.
-Bueno...- dijo Guillermo distraído mientras se frotaba la nuca intentando captar la atención del pequeño grupo-, las filas están por allí- señaló en frente suyo- y como hemos llegado bastante más tarde de lo previsto debe de ser realmente larga.
-¡Qué observador!- contestó la morena con sarcasmo, burlándose levemente de su amigo.
-¿Verdad que si? ¿cómo te has quedado?
-Anonadada, Guille, ojiplática.
-¿Guille?- preguntaron sus dos amigos casi a la vez que habían estado observándolos con una sonrisa cómplice mientras mantenían su corta conversación.
-Sí- contestó la chica encogiéndose de hombros-, ¿qué pasa?
Los chicos miraron a su amigo que les devolvió una mirada severa para que cerraran la boca, acto seguido controlaron algunas carcajadas y negaron con la cabeza para indicar que no iban a responder a la pregunta. El aludido les deslumbró con una sonrisa forzada mientras indicaba el camino hacia las filas para dejar pasar antes por educación a las chicas. Nada más que sus amigos se pusieron a su lado le dio una colleja al que tenía más cerca y estos ya no pudieron controlar la risa y montaron una escandalera con carcjadas demasiado altas.
La dos chicas miraron hacia atrás para luego mirarse entre ellas. Paula levantaba una ceja diciéndole que claramente que les ocultaban algo y que obviamente era sobre ella. La morena le devolvió una sonrisa inocente mientras le pasaba un brazo por el hombro y le plantaba un sonoro beso en la mejilla.
Mientras iban a la fila comenzaron a discutir de la ropa que llevaban alegando Carolina que la sudadera era lo menos sexy que podía existir, que repetía las palabras que había dicho la otra anteriormente, y la rubia decía que si llovía ella iba estar calentita mientras que su amiga iba a helarse de frío.
-¿Pero cómo va a llover? ¿no tienes calor?- gritó la morena exasperada levantando la vista al cielo completamente claro que atardecía sin una nube de por medio y luego levantándole un poco la sudadera a la otra que se la quitó de encima con gesto brusco.
-¡No! Y deja de levantarme la sudadera, pesada.
-Pareces de una banda- se burló por lo ancho de la ropa que llevaba.
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La felicidad no tiene nombre.
RomantikPasar el verano en un pueblo donde la media de edad pasa de los 40 años no es, ni por asomo, un buen plan para una chica de 17 años. Con lo que Carolina no contaba era que todas las vacaciones tienen sus sorpresas.