Garras (parte 1)

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El becerro Ivé, los carneros Edín y Nob, el ciervo Neafi y el oso Eseo emprendieron su camino hacia el otro extremo del bosque siguiendo el riachuelo, que provenía del río Dubéjad, sobre el que encontrarían una vieja fortaleza que los leones habían ocupado como su guarida.

Neafi aprovechó el viaje para conocer a los carneros, el becerro y el oso. Eseo les platicó que mientras caminaba junto a su compañero por el bosque vieron a algunos zorros reunidos. Corrieron a comerlos, pero cuando llegaron a lugar vieron al retoño y cambó su perspectiva. Nob platicó su corta historia, que había iniciado el día anterior.

Ivé fue el que más se extendió. Platicó cómo se había perdido y cómo halló el retoño:

—Algo se había despertado en mi interior, como si la luz del retoño se hubiera metido por mis ojos y me hubiera avivado su alma. Pues desde ese momento había dejado de ser un animal y mi mente había comenzado a cobrar conciencia. Mi rostro se había iluminado con las facciones de la inteligencia y mi espíritu se había avivado con el discernimiento que ahora yo era algo que no era antes, ni volvería a ser lo que antes había sido.

Todos se quedaron admirados ante la elocuencia que tenía, pero nadie dijo algo al respecto; Ivé siguió caminando sin notarlo. Neafi entendió que había una llama de gratitud hacia el retoño que movía a esos animales tan mansos.

La noche cayó y se quedaron durmiendo en medio del bosque, pues el río Dubéjad estaba ya cerca. La luna Gaio estaba iluminando esa noche, Mio apenas estaba naciendo. Eseo tardó en dormirse pues estuvo alerta hasta que el cansancio lo superó. El resto de animales, principalmente Edín y Nob, se durmieron sin problemas.

Por dos días continuaron el viaje. Durante el camino, Neafi estuvo platicando con Nob e Ivé. Eseo cargaba el retoño en sus garras, permanecía callado y parecía disfrutar de la compañía de los demás. Edín, por su parte estaba todavía disfrutando de las sensaciones que le eran ajenas. Estaba experimentando todo lo que Ivé había sentido durante los primeros días después de su encuentro con el retoño, asombrado de todas las cosas de la cuales antes no tenía conciencia.

Siendo guiados por el riachuelo llegaron al río Dubéjad y lo siguieron en el sentido contrario a su flujo. Los soles aún estaban muy altos, así que tenían tiempo.

Neafi platicó cuando encontró a la vieja Vitali, cómo se acercó a ella y le habló. Se estaba riendo al recordar la cara de susto de la mujer.

Eseo hizo un ademán para que guardara silencio y los cuatro quedaron quietos mirando alrededor esperando que el peligro se manifestara. El oso se quedó escuchando por un momento y se relajó.

—No era nada. Pensé que había escuchado venir algo. Debemos de tener cuidado...

Eseo no terminó de concluir su frase porque una leona se abalanzó contra él, mordiendo su espalda. El oso rugió de dolor, soltó el retoño para tomar del cuello a la leona, lanzándola hacia la maleza de alrededor. Neafi enrolló en sus cuernos el hilo que tenía el retoño y corrió detrás de Ivé y Nob. Edín se quedó paralizado

—¡Corre! —le gritó Eseo.

El carnero con el mechón de lana en la frente reaccionó y corrió hacia donde estaban Neafi, pero otra leona se lanzó contra él y le puso sus dientes en el cuello. Edín se quedó tranquilo, su naturaleza le decía que ya nada podía hacer sino dejarse morir. No le importaba mucho. Sintió cómo los dientes lo soltaron al mismo tiempo que un rugido de dolor salió de la leona, que había sido dañada por las garras de Eseo. El oso luchaba ya contra otras dos felinas que trataban de matarle. Luego de un forcejeo violento se las quitó de encima y corrió a socorrer a Neafi, el cual era su prioridad. Ivé regresó por Edín, lo ayudó a levantarse y juntos corrieron hacia un grupo de rocas que se elevaban dejando espacios estrechos entre ellas.

Los cinco animales pasaron con dificultad por en medio de varias rocas, como muros a sus lados y tuvieron que saltar algunas otras que componían un suelo atropellado. Las leonas ya no los seguían y dejaron de escucharse sus rugidos, pero Eseo entendió que habían decidido buscar otra ruta por dónde atraparlos e incitaba a sus compañeros a seguir más rápido. El camino estaba inclinado hacia arriba y la mayoría tenía pezuñas, así que se les dificultaba. Neafi se adelantó pues sus muslos traseros estaban más fuertes.

Llegaron a un espacio rodeado de rocas grandes de donde ya no pudieron pasar. Eseo, ensangrentado de su espalda y fatigado, cayó sobre el suelo y le dijo a Neafi:

—Deben de regresar, esto parece ser una trampa. Yo ya no puedo seguir, estoy herido.

—No, Eseo —replicó Neafi—. Aquí estamos seguros. Esperaremos la noche y caminaremos bajo la luz del retoño. Es evidente que los leones tienen su guarida muy cerca, sólo es cuestión de permanecer ocultos y hallar unas huellas que seguir.

Varias sombras los cubrieron. Un grupo de leones machos, de melena roja con rayas negras habían rodeado al grupo desde un nivel elevado. Las leonas también estaban con ellos. Mostraban sus dientes y sus garras y hacían gestos de violencia, sólo esperando una señal para despedazarlos. Neafi identificó entre ellos a un león muy grande y viejo, su melena era roja con rayas blancas, simulando canas. Entendió que se trataba de su líder:

—¡Espera! —gritó el ciervo. El león viejo hizo una mueca, como si dentro de su naturaleza animal, hubiera entendido que ver a un ciervo hablando con fluidez no era algo normal—. Líder de los leones, considera que tienes a un ciervo articulando palabras delante de ti.

Los leones rugían con gestos terribles, eran bestias enfurecidas. Sus melenas rojo intenso los hacían ver más amenazadores. No sólo era el hambre, sino que habían llegado a un nivel de maldad en que sólo querían ver a otro animal sufrir bajo sus garras. Su anhelo de matar sólo era frenado por la actitud relajada de su líder.

—Tengo que enseñarte algo —continuó Neafi—. Vengo de parte de la vidente Vitali. Ella me envió a mostrarte esto.

Un león joven y fuerte, que se encontraba al lado derecho del león viejo, gruñó y se posicionó para tomar impulso y lanzarse contra ellos. El león viejo rugió, deteniéndolo al instante.

Neafi entonces sacó la vasija donde estaba el retoño, la tiró en el suelo y le quitó la tela que lo cubría, exponiendo su tenue luz hacia el líder. El viejo león se quedó asombrado y todos los leones cambiaron su semblante, maravillados ante la luz del retoño. Su furia desapareció, mudando en templanza.

El león viejo entonces gritó. El resto de los leones se quedaron atónitos al escucharlo, pues no rugía, sino gritaba como un hombre con dolor, culpa y vergüenza.

Los animales se dieron cuenta que la luz del retoño había producido el efecto esperado, pues se había despertado la conciencia del líder de los leones. El resto de los felinos dejaron su posición amenazante y bajaron despacio de las rocas, acercándose a ver la fuente de aquella luz. De la boca de uno de ellos salió una voz triste, arrepentida:

—¿Qué hemos hecho?

Neafi volteó a ver a Eseo y descubrió que su cuerpo yacía inmóvil, en un charco grande de sangre. Nob y Edín corrieron hacia él y lloraron, Ivé expresó su tristeza dejándose caer sobre sus cuatro patas. Los leones, al ver esa escena se sintieron culpables, agacharon su cabeza y voltearon a ver al león viejo esperando de él algo, como si él les pudiera instruir cómo reaccionar ante este nuevo sentimiento de culpa que había nacido en sus corazones.

—No lo coman —ordenó el león veterano—. Entiérrenlo y no permitan que su sangre quede expuesta, cúbranla con tierra. Y ustedes —refiriéndose al ganado y al ciervo—, les ruego que me sigan, déjenme darles asilo para esta noche.

Los leones, el viejo y el joven, caminaron y detrás de ellos se fue el resto. Las leonas que habían matado al oso se quedaron arrastrándolo hacia una cueva cercana donde le darían sepultura, mientras que otras cubrían la sangre echándole tierra con sus garras. Neafi trabó la cuerda de la vasija del retoño en uno de sus cuernos y siguió a un último grupo de leonas que los guiaron por donde debían caminar.



El reino de Plata. Los tres reinos de AmnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora