IX • En Tierras Extranjeras •

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Sus ojos se abrieron y vio que su habitación era la misma del castillo en Bucarest. Recordaba el caos y una horrible sensación de polvo dentro de su nariz. Giró su rostro hacia un costado y sonrió al ver a su padre sentado y ligeramente dormido con su cabeza apoyada en el hombro. Estaba feliz de regresar a su hogar, aunque por un momento pensó en George. ¿Cómo volvería a verlo a escondidas?

—Winnie— dijo el rey al despertar— ¿Cómo te sientes?

—Bien, aunque me duele el brazo— respondió al observar su extremidad que se veía un poco más regordeta, ya que, debajo de las mangas de su vestido para dormir, tenía algunos vendajes— ¿Fue grave?

—Afortunadamente, no. Sólo fue una contusión. Sin embargo, estuviste en peligro y estos muros son más seguros que mantenerte lejos. Ahora, la seguridad de los alrededores del castillo se incrementará— Winnie asintió conforme con la decisión de su padre. Ikaris tomó algo de la mesa de noche y lo extendió ligeramente ante los ojos de la princesa— Estaba en tu cuello cuando el Capitán Walker te encontró debajo de los escombros en el distrito costero.

Los ojos de Winnie se abrieron al ver el collar que George le había regalado por su cumpleaños.

—¿Verdad que es muy bonito?— dijo tratando de ocultar su nerviosismo.

—Sí que lo es, pero... ¿De dónde...?— la princesa tragó grueso al escuchar parte de la pregunta; corrió con suerte al escuchar que golpearon la puerta— Adelante.

—Disculpe, majestad. El Capitán Walker quiere hablar urgentemente con usted— dijo uno de los mayordomos, cuya cabeza apenas se asomó.

—Gracias. Enseguida iré— el joven asintió y cerró la puerta. Ikaris besó la frente de su hija y se levantó, dejando el collar de regreso en la mesa de noche— El deber me llama. Pediré que te traigan algo de comer.

Winnie soltó un suspiro y tomó el collar, acariciándolo con delicadeza hasta acercarlo a sus labios. Extrañaba a George, ya era alguien inamovible dentro de su cabeza y de su corazón.

~*~

Llevaba tres noches desde que pasó de ser el príncipe heredero de un reino a ser un plebeyo en tierras extranjeras y enemigas, donde con unas cuantas provisiones y el cansancio lo acompañaban en su camino hacia el castillo real rumano para ver a su amada princesa que ahora se encontraba herida. Llegó a la capital, sintiéndose ajeno a lo que le rodeaba. Era un lugar muy tranquilo y la seguridad no escaseaba, más bien le impresionaba que hubiera guardias en cualquier rincón. Entendió que cumplían lealmente con su labor, que era proteger a los miembros de la realeza y a los súbditos. Vio el castillo y condujo hasta ahí. Era obvio que no podía llegar y presentarse como un príncipe, así que intentaría con su nombre de pila.

Los dos guardias, que custodiaban la entrada al castillo, tenían un semblante neutral. Aclaró su garganta para solicitarles ver a la princesa. ¿Qué haría Helmut? Ser lo más diplomático posible y usar un correcto porte y lenguaje. Revisó rápidamente su modesto atuendo antes de salir del auto, sus cabellos rubios parecían la seca paja, aunque eso no le importó como también los signos de cansancio en su rostro.

—Buen día, caballeros. Quisiera tener una audiencia con la princesa Winnifred Barnes— sonrió nerviosamente, pero eso no los convenció ni un poco. Sólo vio que intercambiaron sus frívolas miradas que no le daban un buen indicio.

—Nadie puede entrar al castillo, sin que su majestad se lo pida, ya que ella por el momento no está disponible por cuestiones de salud.

Entrecerró los ojos indignado y molesto, ya que sintió haberse humillado para nada. Así que a paso lento regresó al vehículo, pero escuchó las puertas abrirse tras sus espaldas y los guardias se apartaron del camino para darle salida a un joven de tez morena, alto y de cabellos oscuros. George abrió la boca en completa indignación, así que se acercó a él.

LINAJE BARNESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora