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     Al día siguiente, mi primera clase es con un grupo de AMS. Cuando entro al aula, ya están todos sentados. Parecen tres figuras de cera y siento un escalofrío. Hay una mujer con doble papada y con unos anillos de oro que le cortan la circulación de los dedos. Una chica con cabello rubio platinado y raíces oscuras que se entretiene arrancándose las cutículas con los dientes. El tío, con bigote y camisa de cuadros, tiene una mirada espeluznantemente ausente, pero al menos está listo, con bolígrafo en mano.

Hola— digo—. Me llamo Jung HoSeok y hoy voy a ser su profesor —les regalo una de mis sonrisas más radiante por que quiero iniciar el día bien.

Nadie responde, una ola de desepcion me atraviesa.


     Tiempo atrás tuve un trabajo que me encantaba. Poco después de que Matthias y yo nos mudáramos a Viena, conseguí un trabajo como periodista. El periódico VIenna frOnT, con todas esas mayúsculas como una muestra del desprecio del periódico hacia las normas y las tradiciones. Teníamos una oficina minúscula en el distrito quince y nuestro combustible consistía en Almdudler, bocadillos de leberkäse e ironía. Aparte de ocuparme de las noticias locales, escribía también columnas sobre la afición de los políticos de derechas a anudarse el jersey a la cintura y analizaba la relación entre el mundo de habla germana y los yogures bebidos. Vienna frOnT pretendía ser un espejo donde el mundo pudiera echar su aliento y mirarse. En cinco meses, el periódico se fue a pique.


Hola, ¿Cómo te llamas? —le pregunto a la mujer de ellos dedos de salchichas.

Bettina —responde, y no puedo evitar pensar que en Austria tienen unos nombres muy raros.

Me llamo...— digo, corrigiéndola con amabilidad.

Me llamo Bettina— dice.

     La blusa con tirantes de Bettina, de viscosa barata y con estampado de mariposas, se tensa sobre las protuberancias de su barriga y sus ojos muestran una mirada que dice desesperadamente «no me odies». Se trata de un grupo de nivel dos y, en consecuencia, obtener de ellos alguna información resulta dolorosamente lento. Recuerdo un día en que una alumna del AMS rompió a llorar cuando le pregunté cuál había sido su último trabajo. Desde entonces, los alumnos del AMS ya no les preguntó en qué trabajaban antes de quedarse en paro, lo cual, por desgracia, ha reducido a la mitad los temas de conversación. Pero, después de tres clases interminables, sé que Bettina se levanta a las cuatro de la mañana para tener algo de tiempo para ella antes de que sus hijos se despierten; sé también que Steffi tiene bichón frisé que se llama Toto (por el grupo musical, no por El mago de Oz) si que a Hans le gusta la jardinería. Hemos platicado también preguntas habituales y saludos. Siempre intento sonreír y mostrarme entusiasmado, y siempre puso la frase, («¡Aprender un nuevo idioma = es tener nuevas oportunidades!»), para no frustrar las esperanzas de que estas lecciones puedan llegar a tener un impacto en su búsqueda de empleo.



. . .



     Durante la pausa, me relajo un poco al ver a Rebecca en la sala de profesores. Se acerca a mí con los ojos muy abiertos.

Creo que uno de mis alumnos del AMS está borracho— me dice al oído, cogiéndome del brazo.

Pues yo tengo una alumna del AMS que se levanta cada día a las cuatro de la mañana para disputar de un rato de paz— la explicó también en voz baja—. Y yo me pregunto ¿porqué no se queda durmiendo y de ese modo también descansa?

¿A las cuatro?— exclama Rebecca, aunque sí emitir ningún sonido alguno.

     Nuevo la cabeza en un gesto de asentimiento.

𝑼𝒏𝒅𝒆𝒓 𝒕𝒉𝒆 𝑩𝒖𝒔𝒉 ❬ᴠʜᴏᴘᴇ❭Donde viven las historias. Descúbrelo ahora