CAPITULO 6

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Como habitual era, conciliar el sueño no era fácil. El temor a volver a embarcarse en aquellas pesadillas que luego terminaban por rondar su cabeza le mantenían con los ojos bien abiertos. Una y otra mirada al reloj. Como horas, transcurrían los minutos. Apenas se movían las agujas con el ritmo que deseaba. Tibio silencio, el que la madrugada que asomaba traía. En pie, decidió asomar al balcón. Solitaria la calle, como cada noche. El miedo se había instaurado en aquel tranquilo y acomodado barrio sevillano. Echó la mirada atrás. Caminó hacia su habitación, impulsivo. Levemente, abrió la puerta. Rosana dormía como un lirón. Despojada de casi toda su vestimenta, solo portaba su ropa interior. Apenas se cubrió y su cuerpo estaba frío, helado como un cubito de hielo. Alberto se acercó y la abrigó con una manta que reposaba sobre el suelo. Ni siquiera se percató. Sueño profundo, mueca sonriente, ¿soñaría con algo bonito? Al menos, ella lograba encontrar en ellos la paz que Alberto no era capaz. Durante unos segundos, se mantuvo allí, admirándola. No dejaba de hacerse preguntas sobre esa joven tan misteriosa que, de pronto, a su casa llegó. ¿De dónde vienes? Seguro que, en casa, alguien te espera. Tendrás unos padres que estarán pasando la noche en vela, angustiados, sin saber de su niña. ¿Quién eres? ¿Por qué yo? ¿Quién era ese que intentó abusar de ti? Tantas preguntas me abordan, mientras te aprecio dormir, como un angelito, en paz. Se percató de algo, cuando la chica movió uno de sus brazos. Aquellas marcas endemoniadas. El sello del mal para los ojos de Alberto que, al verlo, resopló. Son las mismas marcas, decía, entre lamentos. Eran oscuras, y eran varias. No pudo evitar recordar aquel momento. Su casa volvía a teñirse de luz, aunque grisácea, pues era una tarde de lluvia.

Pablo llegó a casa y caminaba hacia su habitación. Pasó por delante de sus padres sin tan siquiera dirigirles la palabra. Alberto y Elsa almorzaban y con el trozo de comida en la boca se quedaron, sin mascarlo casi, anonadados, ante la pasividad del joven.

⸻Cariño, Pablito está muy raro últimamente. Debes hablar con él. Algo le ocurre y tengo la sensación de que no es bueno.

⸻No te preocupes, mujer. Ya sabes cómo son los jóvenes hoy en día. ⸻Alberto continuaba troceando aquel filete y mascándolo, encogiéndose de hombros⸻. Van a lo suyo.

⸻Te lo digo en serio, Alberto. Desde que se junta con esas nuevas amistades, es otro. Llega tarde a casa, ya no quiere sentarse a la mesa con nosotros, apenas hablamos. ⸻Elsa dio un trago al vaso de agua, pensando en cómo continuar lo que tenía que decir a su marido, pues temía una reacción cruel por su parte. Se hizo valiente y clavó su mirada de preocupación en las pupilas de Alberto⸻. El otro día le pillé fumando algo raro. Por el olor, no era tabaco.

⸻¿De qué hablas, Elsa?

⸻No lo sé, Alberto. Pero esta situación me está superando. Por favor, habla con él. Pero no seas cruel. ⸻Alberto soltó los cubiertos con violencia sobre el plato y se puso en pie⸻. Alberto, por favor. Tranquilo.

⸻Pero, este niño, ¿es que quiere matarnos de un disgusto? Le voy a cruzar la cara.

⸻Así no ganarás nada, créeme. ⸻Elsa le agarraba de las manos, frenándole en su empeño de ir a su habitación, rostro enrojecido, lleno de ira⸻. Trata de hablar con él. No le agobies. Puede ser peor.

⸻Pero ¿qué demonios estás diciendo? ⸻Alberto clavó una cruel mirada sobre Elsa que, mirada al vacío, lanzaba un profundo suspiro⸻. ¿Desde cuándo lo sabes? ¿Con quién has hablado de esto?

⸻Eso ahora no importa, Alberto. Nuestro hijo tiene un problema y tenemos que ayudarle.

⸻¿Por qué no me has dicho nada hasta ahora, Elsa? ¿Por qué este silencio? ¡Maldita sea, Elsa!

⸻Porque quería evitar esto. He pedido ayuda. He ido a reuniones donde acuden padres con los mismos problemas. He querido asesorarme lo máximo posible para estar preparados.

⸻¿De qué problema hablas, Elsa? Nuestro hijo se droga, joder. ¿Sabes lo que eso significa?

⸻Poco sabemos de ello, Alberto. ⸻Elsa volvía de nuevo la mirada a los ojos de un Alberto cuyas pupilas se cristalizaban, decepcionado, derrotado⸻. Pero, si algo me han dejado claro, es que en esta lucha debemos ser fuertes. Debemos ser uno. Por eso, te pido por favor que me hagas caso. Al menos, por esta vez.

De su habitación, salía Pablo. Aún vestía como siempre hizo, con aquel polo que cubría su camisa y unos pantalones de marca, junto a sus zapatos marrones. Dejaba ver aquella preciosa cabellera castaña que al sol brillaba. Tono vacilón.

⸻Bueno, bueno, pero ¿qué pasa familia? Dejaos de tanta discusión y vamos a jalar que tengo hambre. ⸻Se sentó a la mesa, acomodándose, recostándose y estirando sus piernas, mientras Alberto le miraba con rabia en sus ojos⸻. ¿Qué te pasa, papá? ¿Por qué me miras así? Parece que has visto a uno de tus presos.

⸻Hijo, solo te lo voy a preguntar una vez y no quiero que me mientas. ⸻Se acercaba a paso lento a él, conteniéndose las ganas de darle un fuerte bofetón. Pablo le miraba, extrañado⸻. Hijo, ¿tú te drogas?

⸻¿Drogarme yo? Vamos, papá. Estás chalao. ¿Cómo voy a drogarme yo? Si acaso, alguna vez, pues me he fumado algún que otro porrito con los colegas, pero ya. ⸻El tono chulesco de su voz enfurecía cada vez más a Alberto, que apretaba los dientes con tanta fuerza que casi podía escucharse el rechinar de los mismos⸻. No tienes de qué preocuparte, viejo, en serio. Soy un tío legal. Además, hijo de un poli. ¿Qué más quieres?

No pudo contenerse. Agarró a Pablo por el cuello de la camisa, lo levantó de la silla y lo llevó hasta la pared del salón, donde le apretó con fuerza, casi cortándole la respiración. Sus miradas conectadas, una llena de ira, la otra suplicaba clemencia. Elsa trataba de detener a su marido, pero poco pudo hacer.

⸻¡A mí no me mientas, pedazo de cabrón! ⸻Con una de sus manos, agarró el brazo y lo descubrió, remangando aquella prenda con violencia. Se podían ver aquellas marcas de pinchazos en el brazo. Elsa se llevaba las manos al rostro, llanto descontrolado. Pablo trataba de explicarse⸻. ¿Qué es esto, hijo? ¿Me explicas esto? ¿Qué estás haciendo con tu vida, desgraciado? ¡No tienes ni puta idea de lo que te estás metiendo!

⸻¡Déjame en paz! ⸻Con sus manos, lanzó un fuerte golpe contra el pecho de Alberto, a quien desplazó unos metros, hasta colisionar con la mesa, dejando incluso caer algunos platos⸻. No tenéis ni idea. Ni puñetera idea.

⸻Hijo, por favor. Nosotros solo queremos ayudarte. ⸻Elsa trataba de acercarse, de tocarle, pero también se mostró violento con ella, dándole otro fuerte empujón, dejándola caer al suelo, dolorida, entre lágrimas, apenas pudo ponerse en pie.

⸻Por qué no te has callado, ¿eh? Eres una puta chivata.

⸻¡No le hables así a tu madre, niñato de mierda!

Alberto se lanzaba hacia él, levantándole la mano, dispuesto a golpearle, pero Pablo repelió el golpe y azotó un fuerte puñetazo contra el rostro de su padre, que al suelo cayó, con el labio ensangrentado. Sus manos tiritaban. No era consciente de lo que había hecho, hasta ese momento, en el que vio a sus progenitores en el suelo. Dominado por el miedo, por la necesidad de salir a consumir y volar a ese mundo que tanto anhelaba, echó a correr hacia la puerta, la abrió y marchó a toda prisa, dando un fuerte portazo. Aquel recuerdo se disipaba, ante los ojos de Alberto, mientras se admiraba a él mismo, tratando de ponerse en pie, a la misma vez que comenzaba a asumir que su hijo se encontraba en un jardín sin salida.

Volver a ver aquellas marcas en el brazo de esa joven, ahora comprendía esas ojeras, esa voz entrecortada. Rebuscó entre su ropa, nada halló en ella. No llevaba nada consigo, tan siquiera una riñonera. Nada que la identificase. Nada con lo que pincharse. Bajo el quicio de la puerta, continuaba admirándola. ¿Tú también? Tan joven, llena de vida, con tantas cosas por hacer, con todo un futuro por delante que te pertenece. ¿Cómo has podido caer en las mismas garras? ¿Cómo te has dejado llevar? No puedo permitirlo. Tengo que continuar. Las futuras generaciones me lo agradecerán.

Caminó hacia el salón, decidido. Se calzó y enfundó la chaqueta de cuero oscura. Levantó una falsa lámina de madera de un cajón, el más escondido, sacó aquel revolver gris. Abrió el tambor y lo cargó con algunas balas. Salió a paso lento de su piso, mientras se enfundaba el revolver.

EL UNDECIMO MANDAMIENTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora