SAGA SEDUCCIÓN: Soborno.

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De camino al restaurante

Sanem estaba empapándose de cada color, de cada trazo, de cada línea que se apreciaba en el proyector de su ventana. Le fascinaban los paisajes naturales. Le intrigaba sobremanera el cómo pudieron crearse de la nada hasta bautizarse como auténticos paraísos verdes. 

Gracias a su memoria fotográfica, recreaba palmo a palmo muchos de ellos en su cabeza cuando quería relajarse. Y fue gracias a su peculiar facultad que fue capaz de advertir que no estaban tomando el camino correcto. 

-- Can, te has equivocado al girar en el semáforo.
Una mirada de admiración recayó sobre ella. No dejaba de asombrarle cuán pendiente estaba de su entorno a cada segundo.
-- No, no me he equivocado. Es que no vamos a ir al restaurante del muelle.
-- ¿Y eso? A mí me gusta mucho ese lugar. Es diferente...- se quejó abiertamente expresando de forma moderada su desilusión ante ese cambio inesperado de planes.
-- Lo sé. Sé que te gusta mucho... pero estamos en verano. Hace demasiado calor para quedarnos a la intemperie sin derretirnos. Por ese motivo he pensado que podíamos ir a otro que también te gusta mucho.
De repente su naturaleza detectivesca se vio intrigada.
-- ¿Cuál?
-- Fue hace bastante. Tu primera misión dentro de la empresa.
-- ¿Y estaba contigo?
-- Estabas conmigo, sí. De hecho, lo guardo como uno de mis momentos favoritos contigo.
La mente de Sanem fue encajando los fragmentos, rebobinando en el tiempo hasta caer en la casilla correcta.
-- El proyecto albatros... - resolvió rauda y veloz con los labios entreabiertos. ¡Cómo había podido olvidarlo!
Las imágenes eran tan minuciosas que era como volver allí. Pasaban como una película, de secuencia en secuencia.    

Esa caminata informal por el paseo marítimo, el sol dejando su huella sobre el manto del mar, esas primeras confidencias que revelaron esa contagiosa y exultante sonrisa...

El parque verde que les rodeaba, la gente que iba y venía en conjunción con la refrescante brisa que corría componía el entorno ideal.

Nunca una ensalada y unos macarrones con pollo le habían sabido tan sabrosos.

Con él, el tiempo pasaba volando. De pronto era mediodía como medianoche. Era increíble cómo convertía cada nuevo día en un acontecimiento nuevo e  inesperado.

Aunque no todo fue un camino de rosas...

El terror que pasó montada en aquella moto infernal no le permitió aprovecharse de esos abdominales tan definidos y marcados que acompasaban ese pecho duro y terso.

No estaba más enfadada con su yo interior por el simple hecho de que sin saberlo, el destino le tenía concedido un regalo: gozar de ellos en exclusiva y bajo demanda, investigando centímetro  a centímetro si tenía algún lunar o cicatriz que requiriera atención. Y obviamente, ella no podía negarse. Hubiese estado muy feo. 

-- ¿Sabes? Creo que algún día deberíamos volver allí en tu moto.

El hombre a su lado se giró agradablemente sorprendido por su propuesta.

-- ¿Seguro? La última vez lo pasaste muy mal.
Ella mostró la seguridad innata que le caracterizaba aderezada con una madurez que le conquistaba a pasos agigantados.
-- Los miedos están para superarlos. Además... aquella vez no pude disfrutar... de las vistas ni de la experiencia. - Sus manos ondeaban sobre su pecho inconscientemente. 

Como respuesta más inmediata su interlocutor hizo una mueca de asentimiento cortés.

-- Vale. Pues cuando tú quieras lo hacemos.
-- Vale. - Contestó con una sonrisa doblemente satisfactoria: iba a tener lo que deseaba y además tacharía una de las tareas pendientes de su lista personal.

Erkencikus: Escenas CanemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora