𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫𝐥𝐮𝐝𝐢𝐨.

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"my love, if it's all I can do, I'll take the fall for you, cos I will soar when I lay down with you and give my all for you".

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La luz de la luna brillaba con intensidad y la brisa invernal se podía sentir en los huesos.

En los extensos bosques de caza de la Nación del Sur, varios grupos de soldados de caballería sostenían antorchas y buscaban alrededor del campamento sin descanso.

Hacía media hora, luego de la invasión, el príncipe Hinata Shoyo había escapado del palacio, dejando una nota de rendición y misericordia para su pueblo.

Se desconocía su paradero.

─¿Aún nada?

El alto dosel de los árboles cubrió la luz de la luna, y una figura vestida de negro y rojo se acercó montando un caballo tan blanco como la nieve que cubría el suelo y las copas de los árboles.

Detrás de él, el hombre en el frente dijo temblando:

─Su majestad, el príncipe heredero y sus aliados son extremadamente astutos y escurridizos. Realmente no pudimos alcanzarlos.

El bosque de caza real era el único atajo para escapar del palacio sin cruzar las puertas principales.

─¿No pudieron o no quisieron?

El tono de Kageyama Tobio era ligero pero firme y el ejército detrás de Yamato se arrodilló.

─¡Pido el perdón de su majestad! ¡Sus subordinados nunca le mentirían!

Los fieles del norte no querían ver al príncipe Hinata con vida, ni a nadie del sur que tuviera un cargo. La voz de su tío pronunciando con rabia y resentimiento: "el enemigo no se interpondrá entre el futuro emperador y su gloriosa dinastía" se repetía una y otra vez en sus mentes. Algo que era conocimiento del joven rey.

─¿Te atreverías a mentirme? ─Kageyama finalmente giró la cabeza, esos hermosos ojos azules que estaban fríos a la luz de la Luna se posaron en la cabeza de Yamato y ordenó:

─A este enciérrenlo. Cien azotes.

─¡Su majestad, por favor! ¡Su majestad, por favor!

Los gritos y llantos resonaron en el bosque. Los soldados se miraron entre sí y no se atrevieron a moverse.

─¿Y bien? ─Kageyama levantó la cabeza. Todos se estremecieron cuando fueron objeto de escrutinio de aquellos ojos helados y dos hombres inmediatamente dieron un paso adelante para llevarse al jefe del escuadrón.

Cuando el llanto y los gritos se desvanecieron gradualmente, Kageyama dijo con calma:

─Si no pueden encontrarlo ya saben el resultado.

Los soldados hicieron una reverencia y huyeron presas del pánico.

Kageyama Tobio siempre había sido amado y respetado por sus subordinados y su gente, en especial por su ejército, pero en situaciones del corazón, el temperamento del reciente coronado rey podía volverse volátil.

Así que Kageyama apenas conmocionado por la ineficacia de sus hombres, también buscó por el bosque a pie.

Luego de lo que parecieron horas, escuchó un ruido anormal en la oscuridad detrás de él, sus pasos se detuvieron y el mango de su espada instantáneamente fue sostenido entre sus dedos. La expresión de Kageyama cambió ligeramente al detectar el retazo de una fragancia dulce y afrutada que se esparció por el bosque. El olor era muy débil, como una ciruela después de la lluvia. Podía pasar desapercibido para cualquier otra persona, pero no para el rey del norte.

Solo le bastó caminar algunos metros más para verlo en el claro. Estaba sentado en el lomo de su caballo, con las piernas colgando, a la espera de algo o de alguien. Sostenía el collar que Tobio le había obsequiado, el cual tenía una pequeña campana. Lo agitó cerca de su oído para escuchar el sonido que emitía y sus delicados pies se balancearon juguetonamente. Vestía de blanco y el reflejo de la luz lo hizo ver como si estuviera cubierto de plata blanquecina, parecía a punto de fundirse con la nieve. Sus ropas y cabello clementina revolotearon juntos con el viento. Kageyama notó que su pelo había crecido, lo suficiente para cubrir sus ojos. Aún desprendía ese espíritu extraño y espléndido, el que atraía a cualquier incauto. Como polillas atraídas hacia el fuego para quemarse las alas al final. Como Ícaros intentando volar cerca del Sol.

Tobio hizo un sonido áspero al respirar y pensó: "Es una deidad que bajó de los cielos, no puede ser otra cosa más que eso".

Debido a lo remoto y silencioso del bosque, el rey escuchó claramente el sonido de las pequeñas campanas y comenzó a avanzar, quedando solo a unos pasos del chico. Desde la cercanía pudo ver como inclinó su cabeza y observó con alegría y un poco de resentimiento el objeto en sus manos. Cuando Shoyo finalmente volteó, ambos pares de ojos se encontraron y Tobio sintió el viento detenerse. Después de tantos meses sin verlo no pudo evitar recorrer cada parte de aquel rostro. Las pecas casi invisibles que salpicaban sus mejillas, su nariz delicada y refinada, sus labios ligeramente abiertos por la sorpresa, pequeños, carnosos y radiantes, hasta sus enormes ojos de cierva increíblemente llamativos. Kageyama siempre supo que sería imposible encontrar otros ojos iguales a esos, llenos de pasión y afecto.

Shoyo bajó del caballo con cuidado y dio unos pasos hacia Tobio antes de detenerse.

Las comisuras de su boca se levantaron, mostrando una pequeña y gentil sonrisa. Sus ojos marrones se imprimieron de calidez primaveral al igual que con el melancólico frío del invierno. Sin duda aquel encuentro fue una situación agridulce. Por un instante Kageyama extrañó aquella sonrisa incontenible, cálida y húmeda como el agua, como las flores que florecían en primavera, brillante como la Luna que iluminaba la Tierra, como las estrellas que se reflejaban en sus ojos.

─Espero que algún día logres perdonarme ─comenzó Shoyo, pero no logró terminar la frase, en cambio, dio una respiración ahogada y su sonrisa se desvaneció lentamente, transformándose en una línea recta sin emoción. Un hilo de sangre tibia se deslizó por la comisura de sus labios, rodando por su mentón.

Cuando Kageyama bajó la mirada vio una flecha atravesada en el pecho de Shoyo.

Eran finales del invierno en la Nación del Sur, el viento frío que silbaba levantó las ropas del joven rey Kageyama Tobio y sopló en sus ojos. Fue como si la hoja de esa flecha maldita también hubiera atravesado su corazón.

Shoyo cayó al suelo y finalmente las piernas de Tobio respondieron. Corrió hacia el cuerpo inmóvil de su amante y se cernió de rodillas sobre su pequeña figura, tratando inútilmente de buscar con sus ojos al arquero entre la oscuridad de los árboles. Cuando regresó su atención al pálido rostro de Hinata, fue testigo de como la calidez y aquel brillo celestial en sus ojos se opacaba. El lento aliento de Shoyo se mezcló con el sollozo del rey.

Kageyama retiró la flecha y la sangre comenzó a caer sobre la nieve, tiñéndola de un rojo intenso, destacándose desagradablemente en el blanco prístino. Ni siquiera intentó alcanzar al tirador anónimo para arrancarle el corazón con sus propias manos. Solo sostuvo al joven contra su pecho, meciéndolo como si tratara de un bebé dormido. No abandonaría a Shoyo.

El rey respiró con dificultad, su corazón se estremeció en su pecho. Sus instintos le gritaron mientras el ritmo cardíaco de Shoyo se volvió irregular, su cuerpo debilitándose lentamente. A medida que la respiración del príncipe se desvanecía, también lo hacía la cordura de Kageyama, su mandíbula ansiosa por desgarrar y matar, sus dedos hambrientos de violencia. Construiría montañas de cuerpos sin vida si eso era lo que se necesitaba para salvar a su compañero, le construiría un monumento a la muerte, mataría a todos los hombres y mujeres para mantener latiendo su corazón. De a poco la cabeza de Kageyama se llenó del hedor metálico de la sangre de Shoyo; empapó su armadura hasta la piel de sus manos.

─Regresa a mí. ─La voz de Tobio era vacilante y ronca, las lágrimas se sintieron como fuego en sus mejillas heladas─. No me dejes.

Dicen que el llanto del rey del norte se pudo escuchar durante toda la noche en el bosque de la muerte. El canto de los cuervos auguró una masacre inminente.

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winter song ─𝗸𝗮𝗴𝗲𝗵𝗶𝗻𝗮.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora