Él sabe muy bien cómo disparar mi botón de ira.
Y sin darme cuenta, de repente, estoy deseándole la muerte para que ya no me haga sufrir.
Para que me deje descansar.
Y también para cuidarlo de sí mismo.
Si él muere ya no correría el riesgo de herir a otros, ni mucho menos dañar lo último que queda de mí.
Hace un tiempo escribí: Y como toda bestia existente, cuando ve que dos de las manos que le dieron de comer se enfrentan...debe escoger a quien defender.
Aún estoy pensando qué mano debo arrancar. Qué piel debo morder y cuánto tiempo tardará en sanar la herida.
Hoy, finalmente pude elegir. Sólo que una vez que muerda, no quedara nada por sanar.