A la mañana siguiente desperté con un dolor de cabeza intenso que me palpitaba la cien, y para completar, tenía el estómago revuelto, había de ser por todo lo que había tomado la noche anterior.
Me paré de la cama a regañadientes y me dispuse a darme un baño.
Luego de unas horas, ya me había desayunado y todo lo demás. Me encontraba en mi habitación con mi teléfono celular revisando mensajes.
Adela me había enviado un mensaje diciendo que en una hora estaría aquí para planear lo que habíamos hablado sobre el General de la policía. Yo me había olvidado completamente de ello, así que me dió cierto hastío que no respondí a su mensaje. Preferí ignorarlo aunque sabía perfectamente que de todos modos había que hacerlo y que ella llegaría en una hora.
Por un momento tuve la sensación de que alguien me observaba, pero no eran más que alucinaciones mías, yo estaba completamente sola en casa.
En ese momento me llegó a la cabeza las sesiones de la Cofradía del piso último. Era realmente extraño que allí hubiera una biblioteca privada y una oficina totalmente espléndida que a mi parecer nadie usaba.
Solo tenía claro una cosa: Debía entrar a esa biblioteca.
No sabía cómo iba hacerlo, cómo iba a poder entrar allí, pero tenía que trabajar en ello, porque algo ocultaban, y le han hecho creer a todos los Orates que es una biblioteca.
Al cabo de un rato llegó Adela junto con Harry, muy alegres. Los saludé y los hice pasar.
—¿Qué tal su resaca? —reí ante eso, mientras que tomábamos asiento en el sofá.
—No me la pasé tan mal—, comentó Harry, una vez que asomaba su mirada hacia Adela, —pero creo que alguien aquí le fue del oso— puntualizó, riendo a carcajadas.
—Eres un puto calzador— soltó Adela—, ni siquiera tomé mucho.
—Já, ¿segura de eso, Adela? —musité.
Adela me dedicó una mirada dura y medio divertida, mientras que Harry, como siempre, se encontraba riendo de una manera descabellada de Adela.
—¿Quieres callarte ya? No vinimos a contar chistes sobre quién tiene resaca y quién no —zancajeó Adela, molesta.
Harry no dijo más y reprimió una risa, aún mirando Adela.
—Hablando en serio—, emití, mirándolos a ambos —creo que no me siento preparada para esto.
Adela frunció el ceño.
—¿Te refieres a desaparecer al General?
Asentí con la cabeza.
—Pero si sólo es pensar que quieres que desaparezca, Eden— dijo Adela, con voz pacífica.
Me paré del sofá y me enredé de brazos, dando vueltas por la sala.
—No lo sé, Adela ¿sí? Dijiste que yo sentiría la necesidad de matar a la gente, pero todos estos días no he sentido más que preocupación por las personas que yo sé que ustedes matan a diario— confesé, algo exasperada—. Todo este asunto me pone mal, de verdad.
Y era cierto, en ningún momento había sentido deseos de matar a alguien, al contrario, todo era una preocupación de todo lo que estaba aconteciendo.
—A ver, Eden, eso lo entendemos, chiquilla —musitó Harry, acercándose a mí—, pero piénsalo, hay que deshacerse del General justo ahora, estamos perdiendo tiempo y estarías en un problema mucho más grande sino salimos de esto, entonces ahí tendríamos que matar a más gente que se interponga—, su tono de voz era algo gélido y chispeante—. Luego de esto te tomas tu tiempo para analizar las cosas, y ya veremos, ¿sí? —Finalizó.
Me lo pensé una y dos veces y asentí, porque no quedaba de otra. Al final de cuentas éste era mi problema, y no el de ellos. Ellos sólo trataban de ayudarme y de sacarme de este puto lío.
—Está bien, está bien— solté aún enredada de brazos—. ¿Como lo haremos?
—Estuve rondando por la delegación y el General no ha estado trabajando toda la mañana allí— comentó Adela —pensé que no iba a estar el día de hoy pero escuché un policía decir que el General trabajaría todas las horas restantes. Así que es el momento de acabar con esto.
—Entonces vamos hacia allá—, agregó Harry, decidido.
—Déjenme ir a por otro atuendo, y rapidito nos vamos.
—Ah, de acuerdo, ve.
Rápidamente subí los escalones y entré a mi habitación, busqué un vestido que se acomodara en mi cuerpo a la perfección y unas zapatillas sencillas. Tiré de mí la ropa que llevaba puesta y me puse mi vestido de tirantes amarillo opaco. Alisé mi cabello nuevamente en una coleta alta y salí de mi habitación llevándome consigo mi bolso.
Cerré la puerta detrás de mi y salí de prisa, pero me frené de golpe al escuchar que Adela y Harry susurraban algo abajo. Me apegué a la barandilla del barcón y me quedé allí escuchando, ellos se encontraban despalda a mí, por ello no me podían ver.
—...Ya sabes lo que puede pasarte si te enamoras de ella, Harry. No juegues con fuego— decía Adela, con el ceño fruncido y algo enojada.
—¡Ya lo sé! ¡Ya lo sé! —soltó Harry, muy molesto y preocupado a la vez— el problema es que ya estoy enamorado de ella, Adela. Pero mis intenciones no son malas, tú lo sabes.
—No se trata de que tus intenciones sean buenas o no, Harry, es que no debiste haberte enamorado de ella, no debiste. Por algo se te fue advertido desde un principio.
A Harry se le pintaron un montón de expresiones en su semblante; preocupación, enojo, tristeza, decepción y unas que otras que no pude determinar.
Me hirió verlo así.
No me pude imaginar a la chica por el cual él no podía haberse enamorado de ella.
Salí de allí y me dispuse a bajar los escalones.
—Ya llegué chicos, ¿de qué hablan?
Harry cambió de inmediato su semblante y formuló una sonrisa en su rostro.
—Nada interesante, chiquilla —contestó, como si yo no había escuchado parte de lo que hablaban.
Pero rápidamente me hice ajena a todo.
—Ah, de acuerdo— solté medio dudosa y mirándolos a ambos a los ojos —. ¿Nos vamos?
—Claro, vámonos— dictaminó Adela, saliendo de su trance.
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SUBORDINATE ©
Acak¿Qué harías si con tan solo pensarlo podrías matar a cualquier persona? ¿Que harías si tienes que dejar toda tu vida atrás por pertenecer a algo que no quieres? La muerte de los padres de Eden y la desaparición de su tía (que cuenta como una muert...