Sexta Parte

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No estaba en casa. la puerta de la calle estaba entornada, subí la escalera, llamé al timbre y esperé. volví a llamar. las puertas de dentro del piso estaban abiertas, lo vi a través del cristal de la puerta, y reconocí el espejo, el guardarropa y el reloj del recibidor. incluso oía su tictac.me senté en los escalones a esperar. no me sentía aliviado, como puede sentirse uno cuando ha tomado una decisión con temor de lo que pueda pasar y luego se alegra de haberla llevado a cabo sin que haya pasado nada. tampoco me sentía decepcionado. estaba resuelto a verlo, y esperaría hasta que llegase. 

El reloj del recibidor tocó el cuarto, la media y menos cuarto. intenté seguir el leve tictac y contar los novecientos segundos desde un cuarto de hora al siguiente, pero siempre me distraía. en el patio chirriaba la sierra del carpintero, brotaban voces o música de los pisos, se abría una puerta. luego oí a alguien subir con paso regular, lento y pesado escalera arriba. esperaba que la persona en cuestión se quedara en el segundo piso. si me veía, ¿Cómo iba a explicarle lo que estaba haciendo allí? pero los pasos no se detuvieron en el segundo piso. siguieron subiendo.

Me puse en pie. era P.JM. llevaba en una mano un canasto con carbón de coque y en la otra uno con briquetas. llevaba uniforme, chaqueta y unos shorts: evidentemente, era revisor del tranvía.

No me vio hasta que llegó al rellano. no pareció enfadado, ni sorprendido, ni burlón; nada de lo que yo había temido. sólo parecía cansado. dejó el carbón en el suelo y se puso a buscar la llave en el bolsillo de la chaqueta. al hacerlo se le cayeron al suelo unas cuantas monedas. las recogí y se las di.

 —Abajo en el sótano hay dos canastos más. ¿me los llenas y los subes? la puerta está abierta. 

Bajé corriendo la escalera. la puerta del sótano estaba abierta y la luz encendida, yal pie de la larga escalera encontré una carbonera con la puerta entornada y el candado abierto colgando del cerrojo. la carbonera era grande y estaba llena hasta el techo, donde había una trampilla por la que metían el carbón desde la calle. a un lado de la puerta estaban las briquetas apiladas ordenadamente, y al otro los canastos para el carbón.no sé qué fue lo que hice mal. en mi casa también bajaba siempre a buscar carbón al sótano y nunca había tenido ningún problema. eso sí, en casa el montón de carbón no era tan alto. conseguí llenar el primer canasto sin incidentes.

Pero cuando agarré el segundo canasto por las asas y empecé a coger el carbón del suelo, la montaña se puso en movimiento. desde lo alto empezaron a caer pedazos pequeños a saltos grandes y pedazos grandes a saltos pequeños, mientras más abajo se producía un corrimiento y en el suelo una avalancha en toda regla. se formó una nube de polvo negro. me quedé inmóvil, aterrorizado, mientras recibía algún que otro golpe, y pronto me encontré con el carbón hasta los tobillos. cuando la montaña quedó en reposo, salí de entre el carbón, llené el segundo canasto, busqué y encontré una escoba, barrí hacia el interior de la carbonera los pedazos de carbón que habían rodado por el suelo del sótano, cerré la puerta y subí los dos canastos. 

El se había quitado la chaqueta, se había aflojado la corbata y se había abierto el botón de arriba, y estaba sentado a la mesa de la cocina, con un vaso de leche en la mano. al verme se echó a reír, primero conteniéndose, ahogadamente, y luego a carcajadas. mientras me señalaba con el dedo, dio una palmada con la otra mano en la mesa. 

—Pero, chiquillo, ¿tú has visto qué pinta traes?

Entonces me vi la cara en el espejo de encima del fregadero y me eché a reír también. 

—Así no puedes presentarte en tu casa. te vas a dar un baño y mientras tanto te sacudo la ropa.

Se acercó a la bañera y abrió el grifo. el agua empezó a caer humeante en la bañera. 

—Ten cuidado al desnudarte, no quiero que se me llene la cocina de carbonilla.

Tras vacilar unos instantes, me quité el jersey y la camisa. y volví a vacilar. el nivel del agua subía rápidamente, y la bañera ya estaba casi llena. 

—¿Te vas a bañar con los pantalones y los zapatos puestos? que no miro, chiquillo.

Pero cuando cerré el grifo y me quité los calzoncillos, el se me quedó mirando sin alterarse en absoluto. enrojecí, me metí en la bañera y me sumergí por completo en el agua. cuando saqué la cabeza, el estaba en el balcón trajinando con mi ropa. lo oí sacudir los zapatos uno contra otro y zarandear los pantalones y el jersey. le dijo algo en voz alta a alguien que estaba abajo, algo sobre el polvo de carbón y el serrín; le contestaron desde abajo y se rio. volvió a la cocina y dejó mi ropa en la silla. me lanzó una mirada fugaz. 

—Ahí tienes champú; lávate la cabeza. ahora te traigo una toalla. 

Sacó algo del ropero y salió de la cocina.me lavé. el agua de la bañera ya estaba sucia, y abrí el grifo para echar más y enjuagarme la cabeza y la cara bajo el chorro. luego me quedé allí tumbado, mientras el calentador gorgoteaba, sintiendo en la cara el aire fresco que entraba por la rendija de la puerta de la cocina y en el cuerpo el agua caliente. tuve una sensación de bienestar. era un bienestar excitante, y mi miembro se puso tieso. cuando el entró en la cocina, no levanté la cabeza; esperé a que estuviera junto a la bañera. con los brazos abiertos de par en par, sostenía una gran toalla desplegada. 

—¡vamos!

Me levanté y salí de la bañera dándole la espalda. el, detrás de mí, me envolvió en la toalla de la cabeza a los pies, y me frotó hasta que estuve seco. luego dejó caer la toalla al suelo. no me atreví a moverme. se me acercó tanto que sentí su torso en mi espalda y su vientre en mis nalgas. el también estaba desnudo. me rodeó con sus brazos y me puso una mano en el pecho y la otra en el miembro tieso. 

—has venido para esto, ¿no?—

pues...no supe qué decir. ni que sí ni que no. me di la vuelta. no vi gran cosa de su cuerpo. estábamos demasiado juntos. pero quedé abrumado por la proximidad de su cuerpo desnudo.

 —¡qué guapo eres!

 —qué cosas dices, chiquillo... 

se rió y me echó los brazos al cuello. también yo lo abracé. tenía miedo: del contacto, de los besos, de no gustarle, de no ser bastante para el. pero cuando ya llevábamos un rato abrazados, cuando me empapé de su olor y sentí plenamente su calidez y su fuerza, todo cobró sentido: me puse a explorar su cuerpo con las manos y la boca, nuestras bocas se encontraron, y por fin lo tuve encima de mí, mirándome a los ojos, hasta que llegué al climax y cerré los ojos con fuerza, y al principio intenté contenerme, pero luego grité tan fuerte que el tuvo que taparme la boca con la mano.

 pero cuando ya llevábamos un rato abrazados, cuando me empapé de su olor y sentí plenamente su calidez y su fuerza, todo cobró sentido: me puse a explorar su cuerpo con las manos y la boca, nuestras bocas se encontraron, y por fin lo tuve encima ...

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El lector  - ºKookMinºDonde viven las historias. Descúbrelo ahora