El departamento apestaba a sudor y sexo por nuestra sesión de hoy, apestaba al charco de cerveza barata desparramada en el suelo, al humo de los cigarros aplastados en las tapas de plástico y mismos que se negaban a morir, similar a nuestros besos. Las luces del techo parpadeaban, pareciendo estar cohibidas de vernos.
Nuestros besos sabían al mar, quizá sea por las gotas saladas que nuestra piel desprendía, desesperada por un soplo de aire fresco que moría al colarse en las ventanas. Ardía nuestro desenfrenó, de tal forma que incluso nuestros cuerpos se quemaban al mínimo roce.
Mi ordenador yacía rotó en el suelo y empapado de cerveza, al venirme por segunda vez no supe que hacer con el temblor de mis piernas, solo hallé agarre en el escritorio provocando que todo lo que contenía este cayera al suelo, perfecto para camuflar mis gemidos.
Fue cuando ambos, sin pensarlo o planearlo, decidimos explorar una parte de nuestras bocas, una donde no habíamos llegado antes. La saliva crecía en mis papilas mientras él acomodaba su lengua arriba de la mía, sentí dentro de mi boca como intentaba tocar la campana de mi boca, pero no lo conseguía, con mis dedos jalé todo lo que pude la punta de mi lengua, provocando que chorros de saliva resbalaran como perlas brillantes por mis labios, lo tenía encima de mí, empujando su cuerpo para tocar mi úvula.
Nuestros dientes se clavaban en la boca del otro, su saliva acababa en la mía y a su vez era despedida por los ríos que surcaban mi barbilla, fueron segundos, ínfimos instantes para ver un destello blanco en mi vista y sentir un ardor en cada parte de mi cuerpo, en cada sentido, en cada pensamiento, fue como si mi cuerpo entero fuera una vagina y estuviera teniendo el mayor orgasmo de mi vida.
Vomite con su lengua dentro de mi boca, vomite de placer, lo hice con su boca conectada a la mía, vomite y supe que, por la forma en que mis extremidades y cuerpo se retorcían debido al goce. Acabamos de descubrir algo maravilloso. Podía sentir como su caliente semen, aumentaba su temperatura al descender por mi abdomen, y nuestros líquidos creaban una lluvia desenfrenada en nuestras entrepiernas, podía sentir lo que él sentía, comprender porque no despegaba su boca de la mía, ambos saboreamos el vómito, ardiente placebo.
Duramos minutos así.
Paseando la emesis de nuestros cuerpos hasta que lo escuchamos en la puerta. Un golpeteo infernal, acusatorio, un golpeteo de quien se encuentra molesto por algo, o quizá, por algo que no tendrá.
—¡Pueden dejar de gritar! —Era Ramón, el vecino de a lado y padre de familia, mi novio atrajo mis labios de nuevo a los suyos, negándome contestarle obscenidades, él entonces se tragó mi vomito y nos dedicamos unos instantes a recuperar el aire. Jadeante y con el cuerpo confundido porque acababa de pasar, él fue hasta la puerta, dejándome arriba de mi escritorio, mi vista se fue al suelo mismo donde una mezcla de olores y colores dibujaban un cuadro de Goya y Picasso juntos. Mis manos temblaban, mis piernas temblaban, mi cadera se contraía, mi garganta lo hacía también.
Elevé la vista para ver a mi novio besar al casero, no, no, no se estaban besando.
Mi novio estaba vomitando en su boca, el rostro moreno de Ramón pasaba a uno morado debido al asco, sus manos peleaban contra el cuerpo de mi novio, este tan solo lo acorralaba en contra de la pared del pasillo y proseguía vomitando, no tardo en tiempo de ir y colocarme entre ellos, en ese espacio pequeño donde la barriga del señor y el abdomen marcado del mío se chocan, donde el placebo verde cae de sus bocas a la mía. Empecé a llorar del puro deleite, podía sentir el recorrer del vomito de Ramón en mi garganta, como un trago de agua tras una sed innombrable.
Fue cuando el señor gritó de placer y mi novio y yo nos reímos de ver como el semen salía por su pantalón y manchaba sus calcetas, sus tenis, el suelo de concreto del edificio, y luego lo sentimos, ambos obtuvimos otra ronda de refulgente placer, terminamos en el suelo gritando y retorciéndonos por lo mismo.
De pronto, el vecino, mi novio y yo, nos dispusimos a compartir nuestro descubrimiento con su familia, fui arrastrada por mi novio, y con el Ramón a la cabeza, nos carcajeábamos sin motivo, tan solo dejando tras nosotros un reguero de sangre, semen de un blanco intenso y residuos verdes.
Ramón le propinó un enorme beso a su mujer, desde mi posición en el suelo, pude ver el momento cuando el señor vomitó en la pequeña boca de su esposa, esta al instante repuso sus brazos en un intento vacuo por hacer distancia, manotazos hechos a una fuerza inamovible e impulsada por amor, compartir nuestro placer era una clara señal de amor, guardarnos eso sería un crimen en contra de la humanidad.
El semen del señor y de mi novio, los líquidos de la señora y los míos, crearon una lluvia intensa en el lugar, entre gritos, risas, lagrimas y bocas jadeantes de aire. Perdimos el conocimiento...
—No lo perdieron —señala la mujer, mi abogada, que me observa detrás del cristal, segura de mí, se desata la coleta y hurga entre una hoja, disponiéndose a leer.
»Después de eso, ustedes cuatro propagaron su histeria colectiva a treinta inquilinos más, además de provocar un caos que resultó en el incendio del bloque entero, un infarto a un señor de la tercera edad, que una chica se arrojara del jodido tercer piso, e incluso le hicieron lo mismo al hijo mayor de Ramón Almanza... ¡Un puto crío de diez años joder! Ahora tía, más vale que tengas algo mejor que esto porque no tengo ni la menor idea de cómo defenderte en la corte.
Bufé y saboreé el regusto al vómito en mis labios.
—Sólo di que compartimos nuestro placer. Y de que alguien más lo hará pronto, en cualquier parte del mundo, en cualquier momento. Una chispa del infinito en un beso, compartirá el placer con lo finito.
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Vómitos
Misterio / SuspensoSólo di que compartimos nuestro placer. Y de que alguien más lo hará pronto, en cualquier parte del mundo, en cualquier momento. Una chispa del infinito en un beso, compartirá el placer con lo finito.