" Una pesadilla es un ensueño que puede causar una fuerte respuesta emocional, comúnmente miedo o terror, aunque también puede provocar una tristeza profunda, ansiedad o traumas. "
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Para Rindou, desde que tenía uso de memoria, pasar malos ratos a la hora de dormir era tan común que le asqueaba.
Con cinco años experimentó el primer terror de ver figuras entre la profunda oscuridad de su pequeña habitación infantil ──sentir que algo lo observaba esperando a atacar. Incluso cuando cerraba los ojos veía criaturas que venían a por él, todo culminando en que explotara en llanto cada noche sin falta.
Claro, a esa edad es normal pensar en los famosos monstruos del armario; pero no importaba si era usual, pues seguía siendo una mala experiencia.
Sin embargo, no todo estaba perdido. Gracias a su lloriqueo venía su hermano Ran a su habitación, preguntando qué pasaba. Cuando le explicaba, recibía un abrazo fuerte y cálido que lo hacía sentir seguro.
──No te preocupes Rin, aquí estaré siempre para cuidarte de cualquier monstruo feo ──solía decirle con toda la seriedad que su aniñado rostro le podía brindar.
Y el pequeño Rindou se calmaba con esas palabras, creyendo que tenía un superhéroe que lo protegería de cualquier mal para toda la vida.
Con diez años de edad, él ya no creía en que los monstruos se resguardaban en su armario, esperando para salir en la noche. Ahora sus pesadillas eran con los gritos de sus padres. Ya no había llanto ruidoso gracias a los golpes de papá para enseñarle a no ser un bebé llorón, se había convertido en sollozos entre un silencio muerto.
Prefería a cualquier ser de la noche, que sabía que era sólo un cuento tonto de niños, a la dura realidad de que el peligro esté en su dulce hogar.
Oh, pero como siempre: cuando él se sentía solo, obtenía unos brazos encima, eran los de su hermano que dormía a su lado desde que las discusiones se hicieron más recurrentes.
Ran ya no decía palabras bonitas, pero entre el abrazo y el silencio, Rindou lograba dormirse soñando con su héroe de nuevo.
A los trece años de edad, ya no se sentía como el niño que se orina en la cama por cualquier cosa, no cuando fue cómplice de un asesinato.
En sus manos presenciaba la sangre correr. Ya no imaginaba monstruos a su alrededor, sino que él se había convertido en uno para las personas. Se sentía poderoso y a la vez pequeño.
Creía que los sueños feos no le afectarían más. Al fin y al cabo, ahora el par de hermanos eran los reyes de su propio barrio, pero los malos momentos atacaban como dagas a su cerebro.
No eran fantasmas, o papi y mami. Sus miedos se manifestaban en estar solo contra el mundo, el miedo abstracto de morir entre las calles frías sin compañía.
En el callejón vacío donde se refugiaba no podía ni cerrar un ojo, las imágenes de él muriendo a manos de grandes criminales eran su castigo por volverse fuerte. Tampoco ayudaba que las emociones de cuando mató por primera vez se reproducían como huracanes entre sus lagunas mentales, no lograba olvidar.
Su respiración pesada se detuvo al sentir una mano contra la suya, abriendo los ojos para encontrarse la sonrisa pasible de su hermano.
Aún con sangre en la cara y heridas en el cuerpo, verlo hizo que de repente le inundara una gran paz. Porque, aunque los héroes no deben matar, Ran mataba para que ellos fueran felices.
Su superhéroe favorito mataría a cualquiera que intentara dañar a ambos.
Con sus dieciocho años, él ya sabía que nada podía perturbar sus noches. Ya no importaba ningún terror que su cabeza produjera, ya que se convenció a si mismo que eran simples estupideces.
Por fin tenía su espacio propio, donde podía dormir sin nadie.
Aún así, incluso cuando no tenía ninguna pesadilla, el no sentir a cierta presencia lo ponía melancólico. Levantarse a mitad de la noche y no encontrar el bulto de cabello negro con rubio le generaba un vacío en su interior.
Entonces se había vuelto una rutina el que Rindou se arrastrara hasta el cuarto de su hermano a tocar la puerta, pidiendo que duerman juntos. Nunca hubo quejas de eso.
Es que no importaba qué tanto creciera, o si ya no pudiera usar sus pesadillas como excusa, él no podía separarse de su hermano.
Rindou a sus treinta años ya era todo un adulto responsable, como igual triste. No tenía su viejo colchón y ahora dormía en uno de tela cara. Su pelo rubio pasó a ser una medusa morada, y su chispa que de joven había alumbrado sus días se apagó definitivamente.
Estaba exhausto de su vida. ¿Cuándo dejó de ser un niño y se volvió un temido mafioso? Bueno, la vida era un sinfín de sorpresas, o eso suponía.
Pero hey, era gracioso que las viejas costumbres no lo habían abandonado: sus lindas pesadillas volvieron a atacar.
Esa noche tuvo la peor. No podía expresarse bien, solo se levantó sudando con el corazón saltando en su pecho.
Los monstruos, papá y mamá, la muerte... Todo parecía mucho más tranquilo que su vida actual.
La constante idea de que él dependía de un delgado hilo le mataba por dentro. Se miró al reflejo de su caro espejo y tocó con sus manos su rostro, desconociendo a la persona demacrada que veía ahí. Parecía un extraño.
Sentía amargura en su boca, no podía deshacerse de ella aunque tragara varias veces. Se distrajo sólo al escuchar alguien tocando a la puerta. ¿Quién era? Segundos después notó que se abrió, mostrando detrás a aquella persona que siempre estuvo en sus momentos más feos.
Ya no era un chico de trenzas, si no que era un hombre que compartía también ese horrible match morado en el cabello que escogieron juntos; pero los detalles no importaban ──a pesar de todo el tiempo que había pasado, su sonrisa no había cambiado para nada.
De nuevo, Rindou se sintió seguro y sin perder el tiempo se levantó, corriendo a los brazos de su hermano, aguantando la respiración cuando su palma tocó sus cabellos.
Su querido héroe volvía aparecer en el momento crucial para rescatarlo y llevarlo a casa, donde podían ser felices juntos.
O era eso, hasta que abrió los ojos otra vez. Su hermano, quien apenas hace unos segundos abrazaba desapareció, y su cuerpo acostado en la cama de terciopelo fue calado por el frío de la noche.
Despacio reaccionó sentándose, mirando el punto muerto de la pared procesando lo que había pasado y una risa seca, sin sentimiento, salió de sus labios.
──Una pesadilla, otra vez...
No, no era una pesadilla. Porque la pesadilla era su propia vida. Lo supo desde que volteó a ver la fotografía de su querido hermano mayor, sobre un pequeño tributo de muerte.
Ya no le tenía miedo a dormir, porque desde que Ran se fue, el mundo de los sueños era su única conexión con él. Estar vivo sólo le hacía doler, y cerrar los ojos lo llevaba a ese lugar feliz que perdió hace muchos años.
Porque el pequeño Rindou había creído que su superhéroe era invencible, que protegería a ambos de todo villano o catástrofe. Había olvidado que hasta el héroe más valiente seguía siendo un simple mortal con sentimientos.
No le tenía miedo a ningún monstruo, ni a sus padres, y mucho menos a la muerte. ¿Para qué estar asustado? De todos modos, vivía en la soledad ahora, sin nadie para abrazarlo o decirle "estoy para ti."
Y así, entre los mantos de la oscuridad, después de tantos años volvió a llorar como un bebé, soltando sollozos pidiendo que su hermano volviera a consolarlo como siempre hizo.
Lastimosamente, nadie vino.