Capítulo 1

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Siempre he pensado que hay diferentes tipos de amor. En esta vida he conocido a muchas personas que han entregado sus sentimientos de diferentes maneras, con distintas palabras y de varias intensidades. Personalmente considero que eso es algo subjetivo, por ejemplo, el mío siempre fue ligero, algo muy pequeño y en variedad de colores. A veces mi amor era negro, otras era blanco y en otras era rojo, según el significado de cada uno, pero todo eso cambió cuando conocí a una chica con la que descubrí que el amor puede ser tan descontrolado, tan intenso y a la vez tan hermoso. Su nombre es Norma Jeane Robinson y es la muchacha más bonita de todas; tiene unos largos cabellos negros que brillan como diamantes y unos ojos oscuros tan luminosos como la luz de la luna. Por Dios, es divinamente hermosa que me fue imposible no enamorarme de ella.

Yo trabajaba en el teatro Casa Blanca, el cual pertenecía a Reynaldo Lozoya Pérez, quien era mi patrón en ese tiempo, y que además tenía una hija llamada Luisa, quien era muy amiga de Norma Jeane. Las obras que ahí se realizaban eran escritas por Don Reynaldo y por su hija. Estas eran entregadas a Jorge Tereso, un joven que se encargaba de las audiciones para los personajes. En ese teatro trabajábamos al menos treinta actores: Ana Sierra, Guillermo Corona y los gemelos Olivia y Octavio Sainz eran algunos de ellos y también eran muy amigos míos, aparte estaba el personal que se encargaba de la escenografía, la limpieza, el vestuario y demás. En fin, ese lugar era como nuestro segundo hogar; las obras siempre tenían muchísimo público, había bastante trabajo y eras feliz haciendo lo que más amabas. El teatro era mi vida entera y se convirtió en mi motivo más importante para vivir.

Tenía 25 años más o menos cuando Norma Jeane llegó. Recuerdo muy bien que aquella chica de cabellos negros entró junto con la hija de mi jefe, Luisa Lozoya, una hermosa pelirroja de ojos verdes. Supongo que platicaban de cosas triviales, puesto que iban muy concentradas en su conversación, sin embargo, no fue en ese momento cuando me enamoré de Norma Jeane, ni cuando la señorita Luisa nos informó que la susodicha sería la estelar de su nueva obra "Los gritos de la calle". Obviamente está decisión desató un descontento absoluto entre la comunidad obrera, pues las audiciones ya estaban cerradas y el papel estelar estaba ocupado por Jenifer Vega, una petulante y egocéntrica chica que, en lo personal, me caía más que pésimo. Hubo muchos reclamos al respecto, pero la señorita Luisa nos dijo que era su obra y que este era su teatro, por lo tanto podía hacer lo que se le pegara en gana.

Ese día no vi más a Norma Jeane, sino después de dos semanas en la que se realizó el ensayo. La chica de cabellos negros tenía el personaje de Tábata Díaz, la protagonista de la obra y yo el de Samuel Castellanos, el enamorado de Tábata. Aquella obra fue la más vista en el teatro Casa Blaca, pues aunque era una historia de amor, también tenía muchas cuestiones que estaban ocurriendo en la sociedad, como el feminismo. La aglomeración de mujeres fue tremenda y fue por ello que Norma Jeane se hizo muy reconocida, lo cual le provocó celos tremendos a Jenifer Vega, pues desde un inicio aquel personaje fue suyo y lo ganó justamente, y es por ello que al inicio Norma Jeane no nos simpatizó en absoluto, ya que estuvo bien claro que se le había dado el estelar por el simple hecho de que era la mejor amiga de la hija del dueño del teatro.

Para nosotros, desde que Norma Jeane había entrado, todo estaba mal.

Hice la obra con aquella chica, quien en un inicio no me parecía buena, pero luego de ver el talento que tenía, me di cuenta de que era mucho más que la consentida de Luisa Lozoya, es decir, tenía una habilidad tremenda para llorar, sus representaciones eran hechas con tanta entrega que incluso llegué a pensar que no estaba actuando, porque se sentían tan reales. Norma Jeane tenía tanto poder sobre su cuerpo: lloraba cuando y como quería, podía sonrojarse con facilidad y su hermosa e inocente aura engañaba a todos los espectadores. ¡Diablos, ella era estupenda!

Y aunque me di cuenta de todos los dones de Norma Jeane, no se lo podía decir a mis compañeros de trabajo, mucho menos a Jenifer, pues era la primera en quejarse en el comedor.

-No puedo creer que la señorita Luisa nos impusiera respetar a esa niña consentida -rezongó Vega desde su lugar-. Nosotros llevamos más tiempo aquí, ¿por qué tenemos que permitir este tipo de preferencias?

-No cuestiones las decisiones de Luisa, Jenifer -habló Ana-. Es obvio que la chica tiene talento, tal vez por eso Lozoya se convenció.

Vega le mostró una de sus peores caras a Sierra y entre dientes dijo:

-Existe algo que se llama audicionar, y si tantas ganas tenía de ser Tábata, debió hacer su representación. De seguro le dio algo a Luisa para que se quedara con el personaje -sonó más molesta que de costumbre-. ¿No lo crees así, Boris?

-Por favor, no me metas -contesté inmediatamente.

Aunque hubiera querido secundar a Ana, no quería hacer sentir mal a Jenifer. Yo sabía que le dolía mucho lo que la señorita Luisa hizo, puesto que mi colega se había ganado el personaje justamente. Debía comprenderla también. Tenía mucho coraje por dentro y era mejor que lo sacara a flote que ahogarse en él.

Salimos del trabajo alrededor de las 9 de la noche y a lo lejos visualicé la figura esbelta y chiquita de Norma Jeane en la parada del autobús. Noté que su mirada era triste, incluso algo desanimada, pero no tuve el valor de dirigirme hacia ella y preguntarle si estaba bien. Norma Jeane era sensible y en definitiva no me gustaba para nada mezclarme mucho con las personas, pero había algo en ella que inquietaba a mi mente.

-Quiero que tú seas el protagonista junto con Norma Jeane -comentó la señorita Luisa muy decidida-. El teatro está más lleno que nunca desde que ustedes hicieron Los gritos de la calle. Son los reyes de Casa Blanca. Si tú quisieras...

-Señorita Lozoya, ese personaje no me agrada -la interrumpí-. Estaba pensando en hacer la audición para interpretar a Justo, no a Xavier. Yo sé que las ventas han superado nuestros estándares normales desde que Norma Jeane entró a trabajar con nosotros, pero... no quiero convertirme en la sombra de alguien.

Y era cierto. Sabía perfectamente por dónde iba el asunto. No estaba dispuesto a ser la sombra de una persona, no estaba dispuesto a soportar las críticas de la gente diciendo que yo no era nada sin Norma Jeane. No, definitivamente yo no quería eso para mí.

-Boris, escucha, no vas a ser la sombra de nadie, pero tienes que entender que este es el mejor momento de este teatro -me dijo con voz amenazadora-. Estoy dispuesta a negociar contigo. Si aceptas, no solo te pagaré mejor, te harás mucho más famoso y puedo conseguir que una cadena televisiva te contrate.

Si hubiera sabido que aquella conversación me costaría muy cara, definitivamente habría salido de esa oficina.

-¿Una cadena televisiva? -pregunté en mi completa inocencia.

-Boris, te estoy ofreciendo una oportunidad que ningún actor rechazaría. Imagínate, tu nombre en los comerciales de televisión, o si lo prefieres, en películas del cine -persuadió la hija de mi jefe-. Tenemos influencias allá y podré hacerte una gran estrella si aceptas protagonizar todas mis obras al lado de Norma Jeane. El público quedó encantado con su actuación, Boris, te conviene.

Y sin saberlo, acepté lo que ya nunca me permitiría dormir tranquilo.

Forever Norma JeaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora