Capítulo 5.

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Observo el techo de la habitación con los brazos cruzados, a mi lado se mueven las sábanas, me mantengo estática centrada en seguir las líneas que se dibujan entre la pared y el techo. Suspiro levantándome lentamente, dejo caer los pies por el lado derecho de la cama, noto el frío del suelo a mis pies, pero eso no impide que me ponga en pie. Camino con lentitud con el móvil en la mano, me giro ligeramente, el pelo de Nuria cubre la almohada, sonrío levemente al verla descansar tan tranquila.

Las luces de las farolas entran por el gran ventanal del salón, iluminando mi camino mientras bajo las escaleras. En la entrada, me calzo los tenis antes de salir y dejar una nota escrita al final de las escaleras. El aire frío me despeina ligeramente, cierro los ojos sintiendo la frescura en contraposición al calor que hay una vez el sol ocupa el punto más alto de la cúpula celeste.

Camino sin rumbo, pero en realidad hacia una dirección concreta. Dejo que me guíe el sonido del mar, la luna llena brilla en lo alto del cielo, sonrío buscando el reflejo de la misma en el agua. Bajo unas pequeñas escaleras de piedra hasta llegar a la arena de una de las calas más escondidas de la costa del pueblo, me siento en el último escalón para deshacerme de los zapatos, que dejo sobre la misma, antes de caminar por la arena.

Inspiro profundamente, el olor a mar entra por mis fosas nasales, llevo la mirada al cielo y coloco inconscientemente las constelaciones en mi cabeza. Delineo mentalmente las líneas que unen las estrellas, ubicando de esa manera los cuatro puntos cardinales. Cierro los ojos sentándome en la arena, echo la cabeza hacia atrás y me dejo caer. El suave canto del mar es lo que me mantiene en silencio y en calma conmigo misma.

— Sigues escapando cada vez que algo te sobrepasa — trago saliva, pero me mantengo quieta—. Recuerdo como dormías, Sabela, créeme que sé que estás despierta — abro ligeramente los ojos, veo cómo se encuentra levemente doblado —. Te vas a llenar el pelo de arena — susurra eso, pero su mirada viaja por todo mi cuerpo—, y te va a coger el frío si no te tapas la barriga.

— Sigues siendo igual de protector que siempre — esbozo una media sonrisa sin cubrirme, él suspira, camina hasta sentarse a mi lado y baja la tela de mi sudadera, cubriéndome la mano—. Pensaba que no te acordabas.

— Yo también lo hacía — giro la cabeza, él mantiene sus ojos fijos en el horizonte, me tomo mi tiempo para observar bien sus facciones, la manera en la que se le marca levemente la mandíbula—, pero había algo que me decía que realmente eras tú.

— Ha pasado mucho tiempo — susurro sin despegar mi mirada de él.

— Tus ojos siguen siendo los mismos — sonrío algo avergonzada, humedezco mis labios y me pongo recta de nuevo, con los ojos fijos en el cielo—. Y reaccionas de la misma manera a cuando te dicen algo bonito.

— Depende del momento en el que me lo digas.

— Depende del momento... — ríe en un susurro, erizándome la piel—. No recuerdo que reaccionases mal a nada aquella noche.

— Cállate, bobo — me río, pero me doy la vuelta, siento el calor en mis mejillas.

Escucho su carcajada como reacción a mi movimiento. Noto su mano enredarse en mi pelo y coloca un par de mechones detrás de mi oreja, mi piel se eriza al sentir sus yemas rozar mi cuello. Trago saliva e intento mantener mi respiración constante.

— Y sigues siendo igual de vergonzosa — escucho su susurro en la lejanía, la paz me llena al completo, nada puede realmente conseguir que me altere en ese preciso momento.

— Perdón por haberme ido de aquella manera — es la primera vez que reconozco en voz alta el gran error que cometí, ni siquiera Nuria era consciente de aquello—. Por no haber esperado a que despertaras o haber dejado una nota, tenía miedo y...

— Siempre tan inalcanzable — me giro de nuevo hacia él, tiene una sonrisa preciosa—. Todos decían lo mismo de ti cada verano que venía, siempre me fijaba en ti y siempre me decían lo mismo. Que eras inalcanzable.

— En cierto modo, sigo siéndolo.

— Y egocéntrica — sonrío mordiendo levemente mi labio, él gira su cabeza hacia mi con un gesto alegre—. Inalcanzable y egocéntrica.

— Como si eso hubiera supuesto algún tipo de barrera entre nosotros — él agacha la mirada y aleja sus ojos de mi, me pongo seria al momento y me levanto, sentándome con las piernas cruzadas —. ¿Nico?

— Te escuché marchar, pero estaba paralizado — siento el corazón con fuerza en mi pecho—. No sabía que había hecho mal para que te fueras, pero lo dejé pasar porque eras tú, había tenido suerte de que fuera conmigo y no con otro cualquiera, y...

— ¿Por eso dejaste de venir? — él aprieta los labios, suspiro dejando caer mi cabeza sobre su hombro — En ningún momento quería que eso fuese así... Fui egoísta, sé que no debería respaldarme en la edad que teníamos pero las cosas han cambiado desde hace tres años.

— Seguro que tu color favorito sigue siendo el amarillo y tu pieza favorita Nuvole Bianche.

— ¿Cómo te acuerdas de eso? — miro hacia el mar, la luna sigue brillando sobre las aguas.

— Siempre decías que tu bañador favorito era el amarillo, porque te recordaba al sol y al verano.

Y a ti.

Hago fuerza con mis labios, pensando en todo el tiempo que ha pasado desde aquella noche.

— Habías dejado el pueblo cinco años atrás, lo más complicado era verte ir y venir como si realmente te diera igual todo. Creo que a todos se nos hizo extraño que fuera posible que estuvieses un día aquí y al siguiente no.

— Pero no éramos amigos, ni siquiera cercanos.

— Aún así destacabas sobre todos — aprieto los labios pensando en él con el pelo largo y lo alto que era, suspiro—, de verdad, eras el más alto, el que a todos querían en su equipo para jugar al fútbol o al fubito, te querían en todos los lados. Era imposible que alguien se olvidase de tu nombre entre nosotros — río en bajo y me alejo de él, recojo mis piernas para apoyar la cabeza sobre las rodillas.

Noto su mano sobre mi espalda, una caricia leve pero que provoca un escalofrío en mi. Sus dedos pasan sobre mis vértebras, una a una, de arriba hacia abajo como si estuviera intentando tocar una melodía.

— Tampoco abrí los ojos porque no quería que mi último recuerdo de ti fuera yéndote por la puerta como si nada hubiera pasado — siento una presión en mi pecho, su tacto sigue despertando pequeñas cosquillas por cada lugar sobre el que pasa.

— Si te consuela, yo sí me giré — su mano se para, muerdo el interior de mi mejilla mientras intento contar cada granito de arena que soy capaz de diferenciar a oscuras.

— Me consuela saber que algún tipo de remordimiento tuviste, entonces — su pequeña risa saca de mi toda la presión que siento en mis hombros—. No te preocupes, Sabela, son cosas que pasan, no creas que me ha carcomido demasiado — la sonrisa que se me escapa es inevitable.

— Bueno, sí lo suficiente como para recordar perfectamente como te sentías— lo encaro, pero con distancia, miro de arriba abajo como sonríe tímido —. Siempre podemos empezar de nuevo — extiendo mi mano hacia él —, pero con una condición, no sentirte insuficiente.

— Y tú sin tener miedo — me mira fijamente, agarra mi mano y la aprieta con fuerza, a pesar de mi respiración pausada, el corazón me va a mil—. Soy Nico — una sonrisa arrebatadora se abre paso en su rostro tímido—, me gusta el fútbol.

— Sabela — tiro de él, pero acabo yendo hacia su cuerpo yo, beso su mejilla con alegría, su mano libre se posa en mi cintura—, y odio las despedidas — susurro eso cómo si realmente fuera a evitar lo inevitable.

Su aroma fresco inunda mis fosas nasales, todo en él es embriagante de alguna manera. La forma en la que los primeros rayos de luz iluminan algunos de sus mechones y su perfil, cómo su mano proporciona calidez a la zona de mi cuerpo en la que se encuentra, la manera en la que me mira.

Nunca se me dio demasiado bien entender ciertas cosas, pero sé que me está mirando de la misma manera en la que lo hago yo, y no sé cuanto tiempo seré capaz aguantar la promesa.

Firefly · Nico GonzálezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora