4. El café descafeinado no es café

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Capítulo 4: El café descafeinado no es café

A la mañana siguiente, el fuerte sonido de la alarma lo despertó de su plácido sueño. Cuando fue capaz de abrir sus ojos, echó un vistazo a la pantalla de su celular; apenas eran las seis. Maldijo por lo bajo mientras se acurrucaba entre las colchas de plumas. Su cabeza dolía y apenas lograba moverse por el fuerte tirón que atacaba su espalda baja. De repente, un portazo sacudió los estantes. De no estar muerto de sueño habría jurado que escuchó algo caer y romperse.

—¡Arriba, hijo! —era Albert—. Hoy tenemos que hacer un recorrido en el Hospital General de San Francisco.

—¿Y yo por qué tengo que ir? —preguntó con desdén.

—Porque nada habla mejor de un hombre que su joven hijo se interese por los pacientes de un hospital. Eso hace que la gente vea el lado humano de los políticos.

Oliver chasqueó su lengua y se dio vuelta sobre el colchón. Era su padre quien tenía que causar una buena impresión, no él. A la mierda todo, Oliver quería seguir durmiendo y eso iba a hacer.

—Oliver, no lo diré dos veces —advirtió en un tono serio—. Oliver Fields, me acompañarás a ese evento quieras o no.

—Sí, ya lo creo.

Lo que vino a continuación desconcertó por completo al muchacho. El hombre se había tomado el atrevimiento de destaparlo por completo a pesar de sus constantes quejas, lo sujetó de los tobillos y lo jaló hacia el borde de la cama. Oliver terminó en el piso, con la cabeza apoyada en el lateral del somier y sus extremidades dispersas cual estrella de mar.

—Me alegra ver tu entusiasmo, hijo mío —felicitó el viejo con sarcasmo. Oliver le miró de soslayo, queriendo tener rayos láser para derretir esa irritante sonrisa—. Tienes veinte minutos para ducharte, vestirte y bajar a desayunar. De lo contrario, bueno, te irás sin desayunar y te aguantarás hasta el almuerzo. Te espero en el auto.

Sin decir más, Albert abandonó la habitación azotando la puerta. Oliver suspiró al mismo tiempo que se metía en la ducha y abría el grifo de agua fría, sin importarle que estuvieran en pleno otoño y corriera el riesgo de enfermarse. Aunque, pensándolo bien, así no tendría que asistir más a los eventos de campaña de su padre y tendría una excusa para aprovechar del tiempo a solas que tanto le hacía falta en estos momentos.

Las ganas de resbalarse con el jabón tampoco faltaban. Lo que daría por tener la facilidad de muchos otros para romperse algún hueso, pero era fuerte hasta la médula y ni siquiera había sufrido un esguince de niño. Maldita leche fortificada con calcio que su madre solía darle.

Salió del baño medio empapado, mojando el piso con las gotas que caían de su cabello. Se vistió con un traje simple que ya tenía preparado encima de la silla de su escritorio. ¿O era el mismo del día anterior? Bueno ¿Qué más daba repetirlo?

Cuando tomó su teléfono para chequear la hora se dio cuenta de que habían pasado treinta y cinco minutos. Era increíble que tardara tanto para arreglarse. Bufó, descontento. Su enojo no duró mucho ya que al bajar al vestíbulo vio su reflejo en el espejo y sonrió por su aspecto.

—Hola, galán. Déjame decirte que estás muy guapo —se guiñó a sí mismo, coqueteando con su reflejo—. Tengo que admitir que si fuera Ryan Davies también gustaría de mí.

—¿Qué dijiste de Ryan Davies?

A un lado de las escaleras, su madre lo observaba con curiosidad. Llevaba en sus manos una canasta con ropa limpia porque, aunque fueran ricos, Dorothy se negaba a tener a una mujer que hiciera las labores de la casa por ella.

Fuego en fuego [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora