único

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Habían declarado la guerra.

Él aún no sabía en qué mierda se había metido.

No tenía ni puta idea de lo que sucedía, pero su sentido de la lealtad no le permitía siquiera pensar en la idea de abandonar a su jefe —quien también llegaba a considerar un amigo— en aquella batalla que apenas comenzaba. Pelearía junto a sus compañeros y saldrían victoriosos, tenía fe en ello.

Aunque, siendo sinceros, ya no sabía con exactitud contra quién estaban luchando, todo era un extraño embrollo de historia familiar que no dejaba de sorprenderle cada día pues se enteraba de una cosa nueva cada vez que cruzaba palabra con el director del FBI. Ahora fue consciente de que habían dos bandos: el loco francotirador —que resultaba ser el padre de su jefe— y la vieja bruja —que resultaba ser la hermana de su jefe—, ahora a Horacio le tocaba elegir entre ambos. Por si fuera poco, la mujer que técnicamente sustrajeron del hospital psiquiátrico estaba secuestrada de verdad —y resultaba ser la madre de su jefe—. Antes pensaba que el bando incorrecto siempre sería el contrario al departamento en donde trabajaba, pero dudaba si estar de parte de Maia era la mejor idea. Confiaba en Horacio, pero algo le decía que no había una decisión correcta y probablemente el de cresta elegiría la peor cuando llegase la hora.

Aparte de su revuelo mental, llevaba toda la tarde con un malestar en la boca del estómago, probablemente debido al terror y la adrenalina del improvisado operativo. Agotado tanto física como mentalmente, finalmente tuvo la oportunidad de regresar a su hogar.

Soltando un suspiro, abrió la puerta principal. Las luces iluminaban la vivienda, pero todo estaba en silencio —uno el cual había dejado de ser habitual desde que su pareja se mudó con él—.

—Jota —le llamó, esperando una respuesta que no llegó—. Jota—volvió a llamar.

Se dirigió a la habitación que compartían; nada. Revisó el cuarto de baño; nada. Sacó su celular en una última esperanza; no tenía algún mensaje de Jota diciendo que saldría por cualquier motivo, ni llamadas pérdidas. Su respiración comenzó a acelerarse, su pecho dolió en anticipación, el pánico le invadió al pensar lo peor. No hacía más de una semana que su pareja fue retenido contra su voluntad por la propia directora general del FBI, no podía estar sucediendo de nuevo.

Desesperado, iba a llamar al contacto de su novio, pero el sonido de la puerta abriéndose interrumpió su cometido. Dio dos zancadas para divisar la silueta de Jota en la entrada de la casa, trotó hasta estar frente a él.

—¿Dónde estabas? —preguntó.

—Salí a caminar un rato, no pensé que llegarías tan temprano —respondió con simpleza, emprendiendo camino hacia la habitación.

A Blake le extrañó de sobremanera que no se quitara la máscara ni su gabardina, pero lo que disparó todas sus alarmas fue ver como Jota subía una maleta vacía a la cama matrimonial y la abría.

—¿Qué haces? —preguntó en una exhalación, manteniéndose inmóvil. La respuesta del contrario fue meter un montonal de ropa en la maleta y una mirada que no supo interpretar debido al plástico que le impedía ver los ojos azules de su novio— Jota, ¿qué coño haces?

—Nos vamos. —aunque ese "nos" le tranquilizó de alguna manera, seguía sin entender las acciones del enmascarado.

—Cómo que irnos, ¿adónde? —preguntó ahora desde el marco de la puerta, Jota metió otro poco de ropa en la maleta.

—A mi antigua habitación del motel, después a uno de esos departamentos cerca de la playa o lo que sea.

—¿Qué-, por qué? —el contrario cerró la maleta, Blake la arrastró hacia sí mismo en un intento por llamar su atención— Jota, háblame.

Estar (bien) [Jake]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora