7 | Como en las películas

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Teclear el mensaje no había sido más que un impulso del momento después de una larga mañana en el salón de entrenamiento. Había sido uno de esos días en los que el cansancio iba más allá de lo físico, cuando necesitaba despejar su cabeza y relajarse con lo que fuera.

Pero mientras lo releía, Elliot empezaba a preguntarse que estaba sucediendo entre él y Martín.

¿Tienes algo que hacer por la tarde?

El chico borró el mensaje, luego lo volvió a escribir. Lo observó por un par de minutos, salió de la aplicación y luego apoyó la pantalla del teléfono contra su frente mientras intentaba poner en orden sus pensamientos.

Elliot no solía caer tan rápido por un chico bonito, pero el nadador era más que eso.

Martín y su hermosa sonrisa.

Martín y ese suave tono de voz que sonaba como seda.

Martín y esos ojos marrones.

Todos esos pequeños detalles habían provocado que su imagen se estancara en su cabeza y su presencia en su pecho. Encendido una chispa que no había sentido en muchos años, una que podría costarle muchas cosas si hacía algo.

Pero también podría consumirlo si no hacia nada.

No hubiera sido el primer chico o chica que dejaría a un lado para poner su carrera por delante. Y si antes había sido tan difícil hacerlo, estar en el ojo público por y en lo que se podía considerar la cúspide de su carrera no ayudaba mucho.

Mal momento, mal momento para un chico bonito.

En esos momentos deseó ser como Marcie, estoica e inalterable. Deseó no poder sentir con tanta intensidad o tener un corazón tan blando. Deseó tener la suficiente voluntad como para no apretar la tecla de envío del mensaje.

Borró el mensaje.

Hola Martín, espero no molestarte.

¿Tienes la tarde libre?

Escuché de una linda librería en el centro de la ciudad y me preguntaba si querías acompañarme.

Lo leyó para sí, cerró los ojos y presionó la tecla de enviar al mismo tiempo que lanzo su teléfono hacia su cama. Justo en el momento en el que su compañero Hurst entraba a la habitación con una caja.

El chico se quedó helado al ver que el teléfono pasó frente a sus narices y luego observó a su compañero con los ojos bien abiertos.

—Como que pasó algo aquí, pero tengo miedo de preguntar —murmuró mientras cerraba la puerta y luego le tendió la caja—. Te llegó un paquete, creo que es de una de tus miles de fans.

—Yo no tengo miles de fans —respondió él, tomando la caja y dejándose caer sobre la silla junto al televisor.

—Tienes razón, a este paso debes tener más de cien mil. —Hurst se lanzó sobre su cama y enterró el rostro en su almohada—. Creo que dormiré por el resto del día y entrenaré un poco en la noche... ¿Qué dices?

Elliot abrió el paquete. La caja estaba llena de algunas de sus cosas favoritas y que dejaban muy en claro de parte de quien era. Paquetes de dulces de cereza, un gorro de lana de los que tejía su tío y una tarjeta hecha a mano de su madre con la dedicatoria para el mejor gimnasta del mundo, con amor mamá.

—No lo sé, el fisioterapeuta dijo que no nos extendiéramos tanto nuestras sesiones de entrenamiento —contestó, colocándose el gorro de lana en su cabeza—. Lo último que necesitamos es tener alguna herida antes de las clasificatorias.

Bailando con las manos atadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora