¿Cómo se avanza sin mirar atrás? Sin saber de donde se parte, no sabiendo de de donde venimos dudo que encontremos adonde vamos.
Se debe sincerar uno con el yo. Es nocivo pensar demasiado pero es justo ese equilibrio peligroso, el chute de adrenalina, entre pensar demasiado y no pensar en absoluto. Esa iluminación de la que hablan budistas o culturas zen. Adictiva es la sensación de tener control sobre los pensamientos. Pero agradezco a la mente humana que no sea siempre capaz de ello.
Sino no existiría ponerlo por escrito. Nuestras palabras liberadas en trazas de un cuaderno y boli. Plasmadas en letras hiladas en frases que definen el contenido de nuestras preocupaciones. Como adoro eso. Leer. Aunque no hay solo palabras, hay imágenes, sonidos, olores... Sensaciones inexplicables que se rascan hasta hacer mella. Por ello esta el arte. En todas sus expresiones. Pintura, literatura, modelado, sonatas, melodías etc.
Nuestro origen son las tormentas de nuestra cabeza. Nuestro gen raíz del que nacen las preocupaciones. Ese mirar atrás que no nos deja mirar adelante. Ignorarlo es de genios pero interpretarlo es de casi dioses.
Se tacha de trastornados pobres a los artistas.
Pero estoy harto de no dejarlo salir. De que se me reproche el grito silencioso. Duele más mantenerlo que soltarlo. Una traca de metralla en el corazón.
Oh porque ahora somos razonables y el corazón se debe apagar, como una chispa en un mar de petróleo.
Ser razonables es lo que nos diferencia de otras especies. Ese poder de la razón. De expresar con las palabras lo que se nos pasa por la cabeza. ¿Acaso no eran seres razonables en la Edad Media, en el Barroco, en el periodo Romántico?
Tanto como nosotros y les acusamos de su contrario. De ideas anticuadas y pasadas.
El corazón, el latido eterno que mantiene vivo el cuerpo y el alma.
No es más que nuestra verdadera razón.