Capítulo 2

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Trabajar con Norma Jeane parecía ser más fácil de lo que creí. Era como tener sexo causal; llegábamos, hacíamos lo que teníamos que hacer, nos vestimos y cada quien se marchaba por su lado. Eso hacía siempre con Norma Jeane y todas las obras que Luisa escribía para nosotros fueron un éxito, aunque, claro, para que el trabajo no se volviera tedioso, las tramas cambiaban constantemente. A Los gritos de la calle le siguió Ruinas ancestrales, Días de pesar, El pasado de Romina y El reino de Lucifer. Es curioso, pero cuando leía los libretos me parecía que los personajes hechos para Norma Jeane se habían creado con mucho amor, es decir, es como si Luisa los imaginara especialmente para ella en vista de que se adaptaban completamente a su personalidad. Era como si la novata se reflejara en ellos.

Pero hablando de otras cosas, es cierto que me hice más conocido y que ganaba mucho más que antes, y eso significa mucho más que mis compañeros, los cuales estaban dispuestos a reprochármelo cada vez que tenían oportunidad. Desafortunadamente me gané el odio de todos, incluso el de mis amigos por ser uno de "los favoritos" de los Lozoya. Honestamente no me importaba lo que aquellos canallas dijeran, pues esta oportunidad era mi oportunidad y no iba a echarme para atrás solamente por las críticas de personas como ellos, que se hacían llamar amigos míos. El tiempo pasó y debo admitir que empecé a ver a Norma Jeane de una manera que nunca me imaginé. Con cada paso que dábamos, cada beso en el escenario, cada rose y cada mirada que manteníamos estando frente a frente, debo decir que me di cuenta de lo hermosa que era, es decir, tenía unos preciosos ojos negros, un cabello sedoso, la piel apiñonada y la ternura de una mujer dulce. Por breves instantes algo en mi interior vibraba al tenerle cerca. No lo sé, se sentía extraño.

-Bueno, esta vez es un diálogo bastante simple -le dije a mi compañera de escena-. No tenemos que gritarnos o algo parecido.

Olivia no respondió ante mi comentario, aunque en realidad eso no importaba mucho. La hermana de Octavio era bastante complicada; era una mujer de al menos 29 años de edad, muy simple a mi gusto, pero con unos rizos divinos, una piel morena exquisita y tenía las pecas más oscuras que había visto. En este primer año en que Norma Jeane y yo nos convertimos en el rostro del Teatro Casa Blanca las cosas habían cambiado mucho con mis viejos amigos, puesto que algunos se retiraron del mismo debido a la preferencia que teníamos. Jorge, el encargado de realizar las audiciones, estaba más que frustrado, pues su especialidad era buscar a los actores para los personajes estelares, sin embargo, todo se volvió monótono. Las cosas ya me estaban hartando, pero lo más tonto es que a estas alturas de la vida me di cuenta de lo bella que era mi compañera de escena. ¿Por qué rayos me había llamado tanto la atención una niña de 20 años de edad?

-"Imagino tus hermosos labios como una encrucijada que resguarda un secreto encantador..." -declamé- "María, María de mi vida..."

Era ilógico pensar que Norma Jeane apareciese en mis pensamientos cada vez que recitaba mis diálogos. No estaba muy seguro en ese momento si mi corazón empezaba a palpitar solamente por ella, pero las pasiones de mi lujuria eran, por el momento, mi mejores pasatiempos.

En estos momentos de ser actor había tenido la fortuna de acostarme con Martina Florencia, una bella dama de unos 40 años de edad a la que el marido había abandonado por una chiquilla de secundaria. Después de Florencia, tuve un breve romance con Anastasia Rivera, la cincuentona esposa del presidente municipal. Creo que estaba esperando un hijo cuando se desnudó sobre las sábanas negras de mi propia cama. De ahí seguí con Minerva Torreón, la madre de mis queridos gemelos Sainz. Por favor, amigos, de alguna manera tenía que cobrarme aquella canallada que me habían hecho, y si Octavio no me ha dado los golpes que me merezco, es porque no se ha enterado.

En fin, mi hambre por las mujeres mayores es tan voraz como mi adicción al teatro. De vez en cuando es maravilloso gozar de los caídos pecho de las mujeres. Me encantan los cuerpos flácidos y, sobre todo, acariciar las hermosas cicatrices de las cesáreas practicadas. Es hermoso adorar el cuerpo de una dama que ha vivido mucho más que yo. Honestamente no lo encuentro asqueroso, sino tierno. Atesorar el cuerpo de una mujer es el acto más bello que he conocido, aunque... si tuviera que hablar de una joven a la que estaría dispuesto a atesorar, obviamente sería a Norma Jeane, pero no todo mi cerebro se enfoca en el ámbito sexual, sino también en lo emocional; me encanta oír los problemas de mi novias, porque eso son, mis novias, no mis amantes, no son mis zorras o mis "putas". Son mis novias, las mujeres a las que alguna vez quise.

Recuerdo muy bien las lágrimas que muchas de ellas derramaron por sus hijos. Recuerdo muy bien los gritos que salieron de ellas por las infidelidades de sus maridos. Recuerdo muy bien los gemidos de placer que les provocaba en cada encuentro.

Nuestros momentos íntimos eran fantásticos, al igual que su compañía. Podría decir que amaba a cada una de ellas, pero no de la misma manera, no con las mismas palabras y no del mismo color, sin embargo, hacerlas sentir felices era muy importante para mí, incluso si nuestra relación era prohibida.

La última mujer con la que salí fue con Julissa Sofía, una señora de 54 años aficionada al teatro, la cual me dijo muy al oído que yo, Boris Maldonado, era el muchachito más pícaro que había conocido. "Eres tan guapo como mi primer novio, de hecho me recuerdas mucho a él. Es como si tuviera a José Eduardo ahora mismo entre mis brazos", dijo entre suspiros lentos, "tienes los ojitos tan bonitos como los de mi primer hijo. Tenía al menos tu edad cuando ese camión lo atropelló. Ese día sigue tan cercano..."

Muchas veces las mujeres me dijeron que yo era hermoso, y aunque suena algo idiota decir que sí lo soy, muchas veces me gustaba apreciar mi escultural figura en el espejo. Era muy importante mantenerme así por mi trabajo, pero también era un poco vanidoso de mi parte pensar que todas las mujeres me veían así. Julissa había dicho que mis cabellos castaños eran tan bonitos como la lana de un borreguito y que mi piel bronceada le recordaba a las cinco monedas de caramelo que su marido siempre guardaba en el bolsillo porque pensaba que eran de buena suerte. También recuerdo que mi altura le daba una señal de protección, al igual que mi suave voz de ángel. La belleza de mi rostro era una figura de porcelana, según ella. ¡Por Dios, yo no sabía lo que era la vanidad hasta que conocí a Sofía!

En fin, nunca me llegué a imaginar que mi delirio por las mujeres mayores sería tan grande, y si me lo preguntan, mi madre no es la culpable de esto, pues mi interés hacia ellas creció desde que tengo 20 años. Mamá siempre fue una buena persona, hasta donde yo sé, y mi padre..., bueno, era un buen tipo. Mamá ocasionalmente me decía que debía enamorarme de una linda chica, tener hijos y ser feliz, pero antes de eso podía disfrutar un poco de la vida, ¿no lo creen?

Mi filosofía era que si llegaba a enamorarme de una mujer joven, ella debía aceptar mi pasado, así como yo aceptaría el suyo. Estaba cien por ciento seguro de que a ninguna chica le gustaría saber que mi cuerpo había estado con más de diez cincuentonas, pero algo característico de mi personalidad es que no me importaría si la persona de la que me enamorara hubiere estado con muchos hombres antes de mí. ¿Quién chingados soy yo para juzgar la vida íntima de la gente? Es más, si Norma Jeane tuviere un récord mucho más alto que el mío, francamente no le tomaría mucha relevancia. Para mí, una mujer nunca será una puta, una zorra, una perra, una loca o lo que sea. Considero que las mujeres toman sus propias decisiones y no merecen ser llamadas así bajo ningún aspecto, ¿o es que yo tengo voz para decir lo que está bien y lo que está mal?

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⏰ Última actualización: Feb 09, 2022 ⏰

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Forever Norma JeaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora