Capítulo 40. Punto y aparte

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Aunque Dallen no se quejaba, su herida tenía mala pinta y no quería arriesgarme a que pillara una infección o que se desangrara. Así que, sin la autorización de ninguno de los dos, puse la dirección del Hospital en el GPS.

El trayecto duraba cincuenta minutos y llevábamos los primeros quince en completo silencio. Solo lo había roto el momento en el que Dallen se había roto un trozo de su camiseta para vendarse la herida. Después de eso, había podido calmar un poco mis nervios, aunque la imagen del cuerpo de aquella mujer en el suelo aún me atormentaba. Solo esperaba que Leo no se hubiera equivocado y de verdad siguiera con vida, no sabía si podría soportar lo contrario...

Zarandeé la cabeza para eliminar aquellos malos pensamientos de mi interior y volví a fijar la mirada en la carretera. Noté los ojos de Dallen en mi perfil, pero le ignoré. No estaba preparada para hablar con él.

Miré a Leo a través del retrovisor y comprobé que seguía dormido. Todas aquellas emociones le habían sobrepasado y su cuerpo necesitaba descansar. Había sido él quién me había dado la idea de buscar otra entrada a aquella habitación y quién había entretenido a Thomas —buscando la manera de reventar la puerta—, para que no se diera cuenta de mi desaparición. La idea era entrar y quitarle el arma, así que no sabía explicar cómo mi cuerpo había actuado por voluntad propia, cogiendo aquella botella del minibar de su despacho. Me sentía como si mi mente hubiera salido de mi cuerpo y la que había salido corriendo con la botella en la mano no hubiera sido yo.

Volví a zarandear la cabeza.

Quería que la imagen de aquel momento desapareciera de una vez por todas de mi mente.

—Esa no es la salida —La voz de Dallen a mi lado me sacó de mis pensamientos.

—Vamos al hospital —suspiré intentando no apartar la mirada de la carretera—. Espero que tengas seguro.

—No necesito ir al hospital —masculló.

—Estás sangrando, ¿no te has dado cuenta? —intentaba calmarme, pero la mezcla de sentimientos que tenía dentro de mí salía en forma de ira.

Tragué saliva y deseé que dejase de mirarme, pero no lo hacía. Sus ojos verdes seguían fijos en mi perfil y aquello me ponía cada vez más nerviosa.

—Sé que estás enfadada...

Aquella frase fue la peor que podría haber escogido para aquel momento. Por qué fue la piedra que destruyó la presa que mantenía a raya mis emociones.

—¿Que estoy enfadada? —Lo corté.

—Eso he dicho.

—Se acabó.

Puse los intermitentes y, al ver que no venía nadie, estacioné la furgoneta a un lado de la carretera. Si estaba dispuesto a hablar no podía concentrarme en conducir y calmar mis nervios a la vez.

Cuando Decidas Saltar ⚠️ ¡27/11/23 en físico!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora