Microcuento

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El espacio era reducido, se podía oír hasta el susurro de una pequeña ardilla, pero eso a Daliah no le importaba. Tal vez porque estaba segura de que ese era el camino, o tal vez porque una voz en su interior le decía que debía ir por ahí. Sus puntiagudas orejas se levantan al oír un roce de piedras detrás de ella.

- Emile, basta. - Gruñe en un susurro.

Su pequeño amigo le lanza un gruñido de vuelta y ella se gira.

Su dragón no era exactamente perfecto como los otros en la ciudad de Laguios. Sus ojos eran más grandes que los de la mayoría y sus alas no servían mucho. Sin embargo, era un magnífico ayudante. Excepto por ahora. Estaba olisqueando una pequeña grieta que había en la esquina de la montaña. Al oír el regaño, baja el hocico hasta el suelo y suelta un poco de aire convertido en fuego. La elfa le da un golpecito a la nariz llena de escamas del animal.

- Necesitamos silencio. Si nos vamos a escabullir en el Reino de los ocultos, debe ser sin hablar.

Probablemente el dragón no le hizo caso en nada, porque miró el suelo con distracción. Daliah entrecierra los ojos hacia él y se gira, chocando con la sonrisa socarrona de la oscuridad.

- No sabía que podías entrar aquí, pequeña elfa. - Dice suavemente.

Su voz dulce y delicada hace que la elfa levante los labios en desagrado.

- No sabía que eras guardián del palacio, sucio demonio. - Resplica ella.

Mueve los ojos sobre el rostro del demonio. La sonrisa suave que le regala al demonio lo hace soltar una risa.

- No sé de que palacio hablas, Daliah. Estás entrando a terreno infernal. - Levanta las cejas hacia la elfa.

Tal vez, solo por esta vez, ella pueda notar el brillo en sus ojos. Ese que todo el mundo notaba, menos ella. El demonio, también llamado Milxen, observa a la joven frente a él. Pasa sus ojos por el rostro de la elfa, el color blanco de su rostro que hace juego con el brillo fantasmal de su cabello y esas puntiagudas orejas que lo tenían completamente embelesado.

- Por favor, Milxen, sabes de lo que hablo. Solo por esta vez. Por favoooorrr. - Ruega Daliah con la voz triste.

El puchero de sus labios hace que el demonio de un paso hacia atrás. Le sonríe con ternura. Ella no tenía aún la edad para conocer el camino hacia el palacio. Tampoco debería estar en la montaña de hielo sin su grupo de elfas. Pasan dos segundos. Veinte segundos. Un minuto. Tres minutos. El rostro de la elfa sigue con arrugas de pena. Milxen se deja caer al suelo con un gruñido de dolor.

- No puedo creer lo fuerte que eres. - Llora con falsedad en el piso de la montaña.

Confundida, Daliah da un paso hacia adelante. Escucha el roce de las patas del dragón detrás de ella y comienza a caminar hacia la entrada, sin embargo, algo detiene su pie. Lista para atacar, se gira. Los ojos normalmente oscuros del demonio le sonríen.

- ¿Qué? - Pregunta ella. Su corazón late con fuerza. La calidez de la mano de él elimina el frío de la montaña.

- Guarda un baile para mí, blanca. - Murmura con una sonrisa y la deja ir.

Daliah se aleja. Su pecho aletea con el recuerdo de su piel siendo tocada por él. Con una sacudida de cabeza, corre hacia el frente. Sigue el camino de hielo que está tranquilamente destruido. Se detiene cuando escucha una suave melodía. Tres melodías unidas. Frente a ella, se detienen las luces por un largo tramo. Con cuidado, toma a su dragón en los brazos y camina con él. Diez pasos. Cuarenta pasos. Noventa pasos.

Frente a ella, se alza un pasadizo azulado. Luces brillantes y amarillas llenan el lugar. La melodía, es más fuerte. Hay risas contagiosas y alaridos alegres. En una mitad del lugar está la oscuridad cerniéndose sobre criaturas blancas como ella, y en la otra mitad, la luz se cierne sobre seres oscuros con sonrisas alegres. Con cuidado de no hacer mucho alboroto, camina hacia el frente. Una puerta dorada la detiene por completo, choque de colores la obligan a llevar la mano hacia ellos y tocar la dureza que tiene frente a ella. Se escucha un suave sonido, una puerta abriéndose con lentitud, por lo que se aleja rápidamente. Todos observan el lugar que ahora comienza a abrirse ante ellos. Oscuridad absoluta. Luz brillante. Las puertas se abren completamente y la luz del sol llueve sobre el hielo. Rayos de luz chocan con el piso, las paredes y los elementos que están en el pasillo. Como grupo, todos caminan hacia allá. Los músicos siguen tocando los instrumentos mientras caminan. Los seres siguen hablando y riendo.

Nadie mira hacia arriba. Nadie se da cuenta del humano colgando de dos cuerdas bañadas en oro.

- Bienvenida al concilio de los ocultos, cariño

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El Concilio de Los Ocultos: El secreto de la luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora