Capítulo 2
Observo el ir y venir de los policías mientras uno de ellos vigila todos mis movimientos. Estoy sentada en una de las sillas que se encuentra en el pasillo, esperando a que me llamen para entrar a una sala conocida como la de los interrogatorios.
Me revuelvo en la silla con solo pensar en verme ahí dentro.
Todavía no entiendo muy bien qué hago aquí, pero me mantengo callada e inmóvil. No quiero ocasionar más problemas de los que ya tengo. Además, me han retirado el móvil nada más entrar, por lo que no tengo ninguna forma de entretenimiento conmigo.
—Es su turno, Mariana González —me avisa el policía que hasta ahora me estaba vigilando.
—V-vale... —musito mientras me levanto de la silla y me dirijo hacia dicha estancia con la cabeza gacha—. Gracias —le digo antes de entrar. No sé por qué lo hago, pero nunca está de más ser agradecida.
En ella, me encuentro con dos policías, que me observan entrar como si fuera una amenaza para ellos. Se tratan de una mujer y un hombre de, aproximadamente, cincuenta años, es decir, de la edad de mis padres.
—Buenas noches, señorita —habla la mujer y yo respondo con vergüenza, mientras me siento en la única silla libre de la sala—. ¿Qué hacía una joven como usted en una manifestación tan problemática como esa? —pregunta nada más sentarme.
Dudo antes de responder. No sé la respuesta a su pregunta, de modo que debo ser sincera y dar todos los detalles posibles para que me crean.
—Pues... —comienzo a decir e, inevitablemente, las lágrimas salen de mis ojos disparadas—. Yo estaba bebiendo unas copas con mis amigos, me lo estaba pasando muy bien y al salir del bar vimos que había una manifestación. Yo no soy de aquí, así que no sabía qué estaba pasando, pero el chico de Barcelona que conocí esta mañana me dijo que era habitual que sucediese —suelto de repente, sin hacer ninguna pausa, mientras mi voz se rompe con cada palabra que doy.
Deben pensar que estoy loca.
—No sé por qué lo hicimos, pero pensamos que sería divertido colarnos en la manifestación. Son los primeros amigos que hago aquí desde que he llegado y no quería estropearles la fiesta —explico como si a los policías les importase mi vida—. Sabía que era mala idea, pero me dejé llevar por la emoción del momento. Lo siento.
Las lágrimas no dejan de caer por mis mejillas y ellos me miran con pena. Me doy cuenta de que me he convertido en una especialista en dicha materia.
—Bueno, tranquilícese —vuelve a intervenir la misma policía—. Así que, si es verdad su relato, ¿no estaba participando activamente en la manifestación?
Niego con la cabeza.
—Ya le dije que ni siquiera sabía de qué se trataba. Mis amigos y yo estábamos buscando un lugar para seguir divirtiéndonos y nos encontramos con ella.
Los dos policías se miran entre sí, sin saber muy bien si creerme o no.
—¿Podrían darme un pañuelo? —les interrumpo cuando veo que, de tanto llorar, los mocos de mi nariz amenazan con salir.
El policía me entrega una caja de pañuelos y yo me sueno los mocos estruendosamente. Siempre he sido muy mocosa.
—Está bien, le creemos —me dice el policía que hasta ahora no había hablado—. Pero su irresponsable acción no saldrá inmune. Podría haber sido peligroso para usted sumergirse en una manifestación de tal calibre.
—Lo entiendo completamente —respondo cogiendo otro pañuelo—. ¿Qué debo hacer para que me dejen en libertad? —pregunto desesperadamente, dispuesta a todo con tal de salir de aquí.
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Cambio de aires | COMPLETA
Teen FictionMariana tiene diecinueve años y nunca ha tenido pareja. Mar busca desesperadamente una relación, pero siempre que está cerca de tenerla, huye. Mar sigue siendo la única virgen de su grupo de amigas y ese pensamiento no la deja dormir por las noches...