hola y adiós, mi amor

143 15 2
                                    

La casa estaba vacía cuando entró, pero eso no era nada nuevo. Estaba acostumbrado a ser siempre el primero en llegar, salvo por las ocasiones en las que Johnny lograba escabullirse de la oficina a tiempo para recogerlo del trabajo y llegar juntos a cenar.

Pero hoy no era uno de esos días.

Hoy había sido un turno particularmente agotador, y el tráfico de regreso a casa fue insufrible, como suele serlo a esa hora de la tarde. Si no tuviera la paciencia por la que se distingue entre sus amigos el claxon de su auto habría muerto apenas entrando a la primera avenida. Esta mañana habia tomado el civic para ir a trabajar, Johnny no opuso mucha resistencia, a decir verdad, accediendo a tomar el transporte público en el segundo o tercer beso. Kun debía pasar con algunos proveedores y de esa forma seria más sencillo trasladarse. Relativamente.

Qian Kun amaba su trabajo, pero esa tarde lo único en lo que pudo pensar durante toda la jornada fue lo mucho que extrañaba su cama y los brazos del hombre que amaba. Aunque ambas cosas debían esperar por ahora, aún quedaba pendiente el pequeño detalle de alimentarse.

Después de cambiarse la camisa a botones y el pantalón de vestir por una sudadera holgada y un par de shorts verde menta de dirigió a la cocina con toda la intención de preparar la cena. Todavía quedaban unos cuantos tomates cherry, Johnny los amaba. Kun sonrió ante la imagen mental de su grandulón comiendo los tomates uno por uno como si fueran uvas. Ya se le ocurriría como incluirlos en el guiso para la cena.

Cortó los vegetales, rebanó la carne y preparó la salsa. Por un momento el cansancio pasó a segundo plano mientras cocinaba algo delicioso para él y su pareja. Amaba la sonrisa que Johnny le dedicaba todas y cada una de las veces que llegaba a casa y lo encontraba en la cocina, en su hábitat natural, solía decir el más alto. A menudo Johnny (y todos sus amigos, de hecho) comentaba que de no haberse decidido por veterinaria habría sido un excelente chef.

Su concentración se vio abruptamente interrumpida por el incesante tono de llamada en su teléfono. Quiso ignorarlo, sin embargo, después del tercer tono consecutivo se dio por vencido.

No reconoció el número. Frunció el entrecejo. Dudó por un segundo antes responder, podría ser urgente, quizás el dueño de alguno de sus pacientes...

—¿Sí?

—¿Kun?

La sangre de Kun se heló en sus venas. Debía estar soñando, era la única explicación para escuchar una vez más esa voz. Habían pasado cinco años, pero no había nada en el mundo que lo hiciera olvidarla. La voz que había llegado a asociar con tardes enteras en el estudio de baile, profundos ojos negros que solo podrían significar travesura y peligro, y noches atrevidas que hacían a su corazón dar volteretas dentro de su pecho.

Pero también a largos periodos de silencio, a mañanas solitarias y una cama fría. A citas olvidadas y un par de maletas en la puerta, maletas que rara vez encontraba vacías, más a menudo de lo que le gustaría reconocer.

—¿Kun?

Ahí estaba de nuevo. No era un sueño, aunque desearía que lo fuera.

—¿Ten?

Ten dejó escapar un suspiro de alivio al otro lado de la línea.

—Me alegra que no hayas cambiado tu número.

No lo hizo y pensó en ese momento que probablemente debió haber hecho lo contrario. Incluso cuando el celular anterior pasó a mejor vida decidió conservar el mismo número. Una parte de él se preguntaba si su reticencia al cambio se debía justo a esto. A la pequeña y molesta esperanza de que quizás un día volvería a escuchar de Ten.

Hola y adiós, mi amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora