Cap.2

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Jamás olvidaré el sonido de mi teléfono cuando Hilary me llamaba. Le había asignado como ringtone una canción de los 70 que mis padres solían poner en el auto cuando éramos niñas: Dust in the wind, de Kansas. Les hacía creer a todos que había elegido semejante reliquia por el significado del  título: "polvo en el viento", en el sentido de que habría sido mejor que su llamado se evaporara. La gente solía reír cuando les contaba esa tontería. Todos amaban a Hilary, ya lo dije. O al menos así fue hasta que enfermó. Entonces, los aplausos en el gimnasio se apagaron, las buenas calificaciones terminaron, y las vistas fueron disminuyendo. En un comienzo, sus amigas venían de a decenas. Cuando la quimioterapia la despojó de su bello pelo rubio y le dejó a cambio ojeras moradas, solo seguía viniendo un puñado. La única que pasaba una vez por semana era su mejor amiga, Mel; ella le traía tareas de la escuela para que se entretuviera y le leía libros que les daba su profesor de literatura. Incluso mis únicas amigas, Liz y Glenn, dejaron de venir. Supuse que Liz estaba atareada con el colegio, ya que vivía para la escuela, y que el padre de Glenn se había vuelto más estricto de lo que era y ahora también le impediría ir a casa de sus amigas. Terminaron confesándome que, como habían notado la gravedad de la enfermedad, no querían molestar.
Cuando Hilary enfermó, mamá dejó de trabajar. Estaba agotada y sólo Vivía para mi hermana. Papá conservaba su trabajo -de algo teníamos que vivir, ¡Y valla que el Cáncer acaba con las finanzas de cualquiera!-, así que, si antes sentía que había poco para mi, ahora había menos. Como si fuera poco, cuando las
Cosas se agravaron, en lugar de pasar más tiempo en casa, papá empezó a pasar más tiempo en la oficina. El decía que necesitábamos dinero. Mamá le discutía que necesitábamos su ayuda. Y así proseguían los problemas.
Debo ser sincera: por esa época, todavía no tomaba conciencia real de lo que estaba sucediendo. Dentro de mi, no terminaba de entender la gravedad

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