Abres los ojos. Oscuridad. Total oscuridad.
¿Qué es este lugar? ¿Qué haces aquí?
Shhh. ¿Escuchaste eso? ¿Qué es ese sonido?
Llanto. Eso parece. Alguien llora, desconsoladamente.
“Mi niña… mi niña…” repite entre sollozos.
Maldita oscuridad. Se alza como un muro. Odias la oscuridad. Se pega a tus párpados con feroz insistencia. Se mete como agua dentro de tus ojos, de tus oídos, de los orificios de tu nariz. Te asfixia.
Luz, por favor. Aunque sea un rayo de luz. Con un gramo de luz te contentarías, con eso sería suficiente. Algo que interrumpa esta espesa melaza hecha de oscuridad.
Tu deseo se realiza, mágicamente. Un haz de luz entra perpendicularmente a través de una abertura en el cielorraso. Gracias, gracias, Dios, gracias. Ya puedes respirar, ya puedes pensar más claramente. El aire huele a pinos y hierba fresca.
El llanto no ha cesado. Ahora puedes ver de dónde proviene. Una figura se encuentra en cuclillas en el duro suelo de tierra apisonada en este extraño sótano, de espaldas a ti. Los sollozos sacuden su cuerpo a intervalos regulares. “Mi niña… mi niña…”, repite.
Intentas acercarte. Ellos no lo permiten. No estás solo aquí. No son sólo tú y la figura sollozante. Dos sujetos más han estado aquí todo el tiempo, pero no han dicho una palabra. Eso se explica con facilidad. Sus lenguas han sido cercenadas limpiamente. Sus manos tampoco forman ya parte de sus cuerpos, aunque el trabajo no ha sido tan limpio esta vez.
Están nerviosos, están asustados.
¿Qué les ha pasado? ¿Quién les ha hecho esto?
Los sollozos se han alterado. Se han ido convirtiendo progresivamente en una carcajada. No una estridente, sino una suave, delicada carcajada.
La figura se incorpora grácilmente. Ahora puedes verla en su totalidad. Su cuerpo es el de un hombre. Un cuerpo caucásico, casi produce impresión por lo claro de su piel; los músculos se marcan prominentes en su torso y sus piernas. Se encuentra desnudo, a excepción de un delantal de cocina que cubre sus partes nobles.
Se gira lentamente y te enfrenta. Su cabeza es la de un conejo. Un esponjoso conejo blanco de grandes orejas, con ojos y nariz rosados.
Habla, con una voz profunda, educada; la voz de un caballero.
“La oscuridad ya no es suficiente”, murmura.
De un salto atraviesa la abertura en el cielorraso; y, con movimientos rápidos y manos fuertes, te arrastra a ti y a tus compañeros fuera del sótano.
Ellos son fácilmente manejables: han perdido mucha sangre, están débiles, exhaustos, aterrados. Pero tú das pelea, luchas con todas tus fuerzas.
El conejo es fornido y no halla demasiados problemas al amarrarte; los brazos a los lados del cuerpo, la soga fuertemente amarrada a las muñecas, a la altura de las caderas. Tararea mientras lo hace. Conoces la melodía: es una vieja nana que tu madre solía cantarte de niño.
Eres depositado sobre la mesa de madera desgastada. Desde ahí tienes acceso al panorama completo de la situación.
La casa es pequeña, consiste en una sola habitación. Las paredes están pintadas de blanco. Sobre una de ellas alguien ha intentado dibujar con pintura roja un enorme pato, que ocupa casi toda la pared.
En un rincón un horno, una encimera y un refrigerador conforman la cocina. En otro rincón se encuentra la mesa sobre la que descansas, rodeada por dos sillas a juego. Cerca se ve una puerta de madera oscura. A un tercer rincón podría llamárselo sala de estar: un usado sofá y un antiguo televisor de tubo, apagado.
ESTÁS LEYENDO
Cadena Alimenticia 🐰🦊 Cuento
HorrorDespiertas en un sótano. No sabes qué haces ahí, ni cómo escaparás. De pronto, ves una figura en cuclillas que solloza con desconsuelo. A partir de ahí todo se pone cada vez más turbio. 🐰Historia corta 🦊Fácil lectura 🥑Ortografía correcta 🔪Comple...