Capítulo veintiuno

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–¡Me duele! –El gritó desgarrador que suelto sobresalta a mi madre. –¡Mamá, papá!

Las lágrimas caen como cascada, mi cuerpo esta acalambrado y siento como si me estuvieran acariciando con un cactus cada centímetro de este. Mi respiración falla, mi pecho aprieta y mi corazón va a mil, siento que en cualquier momento moriré, siento que hoy me iré.

–¡Samara, respira! –Max intenta calmarme para ponerme un sedante y que mi cuerpo se relaje. Mi padre me toma con cuidado mientras me muevo como gusano al que le pusieron sal encima. –Listo, hay que llevarla.

Mi padre me lleva a pasos apresurados al carro, estoy empapada en sudor, tengo la máscara de oxígeno pero me siento desfallecer. Mi cabeza está en las piernas de mi madre y mis piernas en las de Max. Lloro, grito, me retuerzo, vomito.

Estaba con mis amigos arreglando las cosas, estábamos bien, yo estaba bien y de un momento a otro todo estaba borroso, todo se movía, caí al piso por perder el equilibrio. Jack me puso de lado, no podía hablar y todos estaban como estatuas hasta que entró Max y les gritó que llamaran a Allan para que tuviera listo el recibimiento cuando llegara, para no perder ningún segundo, los gritos de espanto de las chicas alarmaron a mis padres y bajaron corriendo, mi padre tuvo que sostener a mi madre cuando ella quiso correr hacía mi. Paulo gritaba por teléfono, Josué se aferraba a los brazos de Alice, Melany y Ámbar, Jack ayudaba a Max pero no podían calmarme, mi padre soltó a mi madre, quien se deslizó y gateó a mi lado llorando.

"–Aún no, por favor. –Pide mi madre entre sollozos."

Mientras más me tocaban, más me dolía pero no podía decir nada, me mordí la lengua.

–Mamá, no puedo. –Lloro cuando me ponen en la camilla. –M-mamá ayúdame.

El escándalo que se arma en el pasillo como cola por mis amigos y padres porque no pueden pasar me atormenta.

No saldré de esta.

–Samara, no te duermas. –La voz de Allan. –Luca, ¡rápido! –Siento como ponen dos catéteres, el dolor incrementa. –Presión alta. –Habla pero no logró escuchar. –Saturación de oxígeno baja, ¿cómo aguanta? Todo está mezclado. –Dicta la saturación de oxígeno y también los resultados del azúcar. –Muévete, súbele a cuatro el oxígeno. Quiero que estés con ella en todo momento.

–Doctor, el color de su piel y labios...

El silencio que se forma es sepulcral, de muerto. Desabotonan mi camisa para poder conectar los cables que hace el trabajo de hacer electrocardiograma cada diez minutos.

–Mierda, Samara... aguanta. –Susurra. –¡Josh, no me pases más pacientes! –Grita. –¡Quiero a los mejores especialistas aquí, ahora mismo! –Anuncia. –Samara Herzt es nuestra prioridad, ¡muévanse, joder!

Me duermo por segundos y me levanto por los pellizcos que Allan hace en mi. Siento el cuerpo caliente pero sudo frío, mi cabeza explota.

–El baipás no está funcionando y su corazón se está deteriorando, deben dormirla. Ahora.

***

Aturdida, el ruido me molesta, el olor es fuerte y sé que sigo viva porque todo me duele.

El dolor nos mantiene vivos.

–Si, pudimos oxigenar algunas venas que dan al corazón, permitiendo que este pueda seguir latiendo. –La voz rota de Allan. –Son... solo dos meses, probablemente menos.

Mi corazón insisteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora