Capítulo 7: Confesiones

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Apartando sus manos, Tom consiguió atraparle debajo de él. Le aplastó contra el colchón con su cuerpo, evitando sus afiladas uñas cogiéndole con firmeza por las muñecas.

—Se acabaron los jueguecitos—dijo Tom entre jadeos.

—Me encanta cuando te pones tan serio—se burló Bill enseñándole la lengua.

Se bajó de encima de inmediato. Bill había conseguido lo que había planeado, tenerle encima. Salió de la cama y recogiendo del respaldo de una silla sus vaqueros se los puso encima de los bóxers con los que se había quedado para dormir.

— ¿Papá no te compró ningún pijama? —preguntó Bill acomodándose mejor en su cama—Si quieres, te presto el mío.

Sabía que no debía hacerlo, pero su mirada voló a Bill, quien levantó una esquina de la sábana y se tiró del borde del pijama sin hacer desaparecer la sonrisa de sus sonrosados labios.

—Voy a ver si pillo algo de comer, tú haz lo que te dé la gana...como siempre—murmuró Tom entre dientes.

Salió de la habitación antes de que la cosa se pusiera peor. Ya se imaginaba a Bill desnudándose en su cama con la excusa de prestarle su pijama. Bajó las escaleras con paso firme y entró en la cocina evitando pasar por el comedor.

Sabía que era tarde y su padre ya se habría acostado, o estaría haciendo lo que soliera hacer a esas horas, al igual que su madrastra. Le extrañaba que no se hubiera asomado a la habitación al escuchar las risas de Bill. Tal vez era porque no le importaba lo que pasaba en la casa. Ya se había dado cuenta de eso, de la fría manera en la que trataba a su padre y a Bill.

—Sophie aún está levantada—escuchó la voz de Bill a su espalda.

Se giró de inmediato con una mano en el pecho. No le había escuchado bajar a hurtadillas. Estaba descalzo, apoyado en el marco de la puerta mientras se ahuecaba el pelo con una mano.

—Puedo llamarla y pedirla que te prepare algo, ya que te has quedado hambriento—dijo Bill arqueando una ceja.

—Deja, yo mismo me hago algo—negó Tom dándole la espalda.

—Vaya, eres de esos de los que les gusta meterse en la cocina y hacer sus propias recetas—rio Bill separándose de la puerta.

—Seguro que tú no sabes ni freír un huevo—desafió Tom sonriendo.

—Sé hacer muchas más cosas, y mejor que tú—contestó Bill picado.

—Nómbrame una mientras te preparo una buena cena—desafió Tom de nuevo.

Se quedó pensando viéndole manipular la cocina. No pudo dejar de mirarle, de pie ante los fogones y descalzo como él, con el torso descubierto. A la luz de la cocina pudo estudiarle mejor.

Cuando se metió en su cama le pasó las manos por toda la espalda, pero en esos momentos que la veía bajo otra luz, podía apreciar que era musculosa. Dio un paso hasta ponerle de perfil, estudiando lo firme que era su estómago, con los músculos bien marcados al igual que en su pecho.

— ¿Bill? —llamó Tom volviéndose.

Y fue un error. Era la primera vez que le veía sin una mueca desagradable que le recorriera la cara, o una sonrisa falsa en ella. Tenía la expresión relajada, como si estuviera concentrado en algo que no entendiera.

Siguió su mirada y se dio cuenta que era su cuerpo. Carraspeó y dejando sobre la mesa lo que tenía en las manos, se cruzó de brazos tapando lo más que pudo su desnudez.

Hermano hielo, hermano fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora