Capítulo uno

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Recuerdo esas noches en que la luz se apagaba por las tormentas, como la vieja televisión del abuelo no funcionaba, iba a la pequeña biblioteca de la casa, cerca de la escaleras. En realidad era solo era una pared con estantes con escasos libros. No tenía muchos y para conseguirlos debía ir a la cuidad. Cuando iba a la librería elegía solamente uno. Un libro nuevo hacía que pensará día y noche en su trama, en sus personajes, en las decisiones que ellos tomaban. Me gustaba reflexionar mientras me columpiaba en un neumático que colgaba de un árbol en mi jardín.

Él último libro que había leído tenía un final abierto y aunque pensará en un final a mi gusto necesitaba tener un final escrito por el autor. Sabía que era imposible al ser un libro antiguo pero lo necesitaba, necesitaba saber si los protagonistas se habían enterado de los engaños de otros personajes y si por fin pudieron estar juntos.

Mamá gritó mi nombre a través de la ventana de la cocina para cenar. Me quité mis zapatos antes de entrar para sentarme en la mesa, observe la puerta que iba al comedor al notar que papá no estaba, era tarde y no había llegado de su trabajo en la cárcel.

Frank Atkins, era un carcelero de renombre por trabajar hace años en la penitenciaria de máxima seguridad "Harley Belcher", una de las cárceles más famosas del país por su seguridad al tener a los prisioneros más peligrosos, y también era mi papá. Él era un hombre reservado, no hablaba del trabajo cuando era lo que más me interesaba. Las pocas veces que me había llevado a su trabajo hacía que un compañero me vigilara, era aburrido estar en una sala solamente tomando café mientras esperaba a que volviera.

Mi madre encendió la radio para escuchar como relataban una obra de Agatha Christie. Las radionovelas eran entretenidas, me gustaba escucharlas mientras dibujaba con carboncillos. Cuando terminó la radionovela, la puerta principal se abrió. Mi madre miró horrorizada la cara golpeada de mi padre.

—¡Frank! —chilló mi madre para acercarse a él y llevar sus manos hacía su cara, observándolo a detalle.

—¿Papá estás bien? —pregunté preocupado.

—Hijo, trae el botiquín —me pidió mi madre en un tono calmado, ella siempre intentaba controlar la situación con calma.

Intente en corto tiempo encontrar el botiquín con el cual mi madre curaba mis heridas cuando me resbalaba de los árboles. Tomé la caja blanca de madera con una cruz roja y se la di.

—Emmeline, estoy bien —él chilló de dolor cuando el algodón con alcohol tocó su labio hinchado.

—¿Que sucedió? —pregunto dulcemente mientras curaba sus heridas con delicadeza.

Sabía que ella estaba nerviosa por dentro pero que mantenía la calma por nosotros, supongo que era algo que ella había aprendido por su trabajo de enfermera.

—Aleixo, ve a la cama, por favor —me dijo mamá al notar que papá no hablaba por mí presencia. —Y reza antes de dormir.

La pesada mirada de papá diciendo que obedeciera me hizo caminar silenciosamente hasta mi habitación. Solía ser un chico obediente pero quería saber quién había golpeado salvajemente a mi padre. Salí de mí habitación para sentarme cerca de las escaleras, desde arriba podía escuchar sus voces.

—Ellos son violentos, Emmeline. No les importa las personas por eso están aislados de los demás.

—No creo que no les importe, deben querer a alguien al menos. Ellos tiene familia, seguramente a alguien extrañen.

—Ellos no son como nosotros, no tienen sentimientos, no son personas.

Me levante lentamente para ir a mi habitación. Estaban hablando de la cárcel, de las personas que tenían bajo máxima seguridad. Según sé, los que terminan ahí son personas peligrosas que cometieron más de un acto terrible. Papá nunca me dejo verlas, tampoco se lo había pedido cuando la respuesta sería un rotundo no.

No son personas.

Pensé en esa frase cuando observe la cárcel, una semana después. Había un grupo de hombres con un uniforme blanco y negro encadenados siendo vigilados por los carceleros. En un momento uno de ellos saco un garrote para golpear violentamente a un hombre. No pude seguir viendo, había sentido el dolor con solo verlo.

—Quédate en la sala —ordeno mi padre.

—¿Puedo ir contigo?

Su mirada de volvió dura. Baje la cabeza, arrepintiéndome de habérselo pedido.

—No.

—Me quedaré quieto.

Después de decir eso él se fue, dejándome solo en esa sala. Lo único que tenía para entretenerme era mirar por la ventana pero nunca lo hacía. Observe mi mano que tenía una pelota de baseball marrón. La pase de una mano a otra hasta aburrirme. Esta se cayó al piso, chocando con la puerta. Tomé la pelota entre mis manos, pensando en que debía sentarme pero no lo hice. Guarde la pelota en el bolsillo de mi pantalón antes de abrir la puerta. Por suerte, no había nadie, los pasillos estaban vacíos.

Suspiré para cerrar la puerta detrás de mí. No sabía que estaba haciendo pero no había vuelta atrás. Caminé por el largo pasillo hasta ver una puerta metálica con una placa que decía "Biblioteca".

No lo pensé mucho y entre, esperando a que no hubiera nadie. Me quede completamente quieto al ver que había una mujer de tercera edad de espaldas, acomodando libros. Creo que no había escuchado el ruido de la puerta metálica rechinar porque seguía acomodándolos como si nada.

Comencé a caminar de espaldas mientras la miraba, suplicándole a Dios que no me viera. Me detuve bruscamente al sentir como mi espalda chocaba con alguien, tirando su libro. Observe el libro abierto cerca de mis pies con algo de miedo.

Lentamente me di vuelta esperando lo peor. Cuando abrí los ojos, la vi, era una chica de ojos cafés penetrantes y cabello castaño casi rubio con el uniforme de la penitenciaria como si ella fuera una prisionera. Estaba confundido. Si mis ojos no me engañaban ella debía tener entre trece o quince años.

—Si hubiera sido alguien más estarías muerto ahora.

Tragué duro. Su mirada me hacía sentir intimidado.

—Lo siento.

Ella sonrió.

—Es difícil intentar sostener un libro con las manos esposadas y tú vienes a tirarlo.

—No quería hacerlo.

—¿Cual es tu nombre? —me pregunto, mirándome con dureza.

—Aleixo Atkins.

—¿Atkins? ¿Eres el hijo de Frank?

—Sí...

Ella me agarró de la ropa para pegar bruscamente mi espalda contra la pared. Con la cadena de sus esposas intento ahorcarme mientras me miraba a los ojos. Intente defenderme pero no podía, su mirada era fuerte y yo no era capaz de apartar la mía. Sentí como poco a poco perdía el aire hasta que ella se separó de mí. Detrás de ella había un compañero de papá, sosteniéndola y él también estaba ahí, mirándome molesto. Estaba en problemas.

Rubí Tomlinson ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora