☕︎|13|☕︎

30 6 10
                                    

SeokJin la tarde en la que el doctor Namjoon al lado de los hombres de la hacienda se encargaban de bajar el cuerpo de ShinHye para llevarlo a la funeraria del pueblo, se encontraba en la cocina preparando té de tila para él y JiMin, fue entonces que recordó que aun no agradecía personalmente al alfa Kim por estar al lado de JiMin y ayudarlo tanto. Con una charola sobre la cual llevaba las 3 tazas de té se dirigió a la estancia donde se encontraban todos, Namjoon dando ordenes a los hombres y JiMin aferrado a su brazo respirando pausadamente, al escuchar la voz del alfa SeokJin sintió algo en su interior era como si su lobo omega estuviera con las orejas en alto, una actitud rara en él, al entrar a la habitación JiMin lo recibió con una sonrisa de ojos y al conectar su mirada con la del alfa a lado de el, su mundo entero se detuvo.

Las tazas de té cayeron al suelo y JiMin, extrañado por la actitud del pelinegro se acerco rápidamente a el, ignorando el estado del mayor a su lado que veía de igual forma a aquel omega que expédia un olor a lima y manzanilla tan penetrante que lo relajaba como nada, por su parte Jin reconoció el olor a naranja y canela como aquel aroma con el que podría sentirse en paz por el resto de su vida.

—¡Jin! ¿Qué sucede? ¿Estás bien?— preocupado el pequeño pelicastaño tento el rostro de Jin con sus manos volviendo al omega mayor a la realidad de inmediato.

—Si pequeño es solo que ... con todo esto me ... creo que es demasiado —vacilando en sus palabras y mirando a cualquier lado menos al alfa que aún se encontraba con la mirada perdida , tomo los hombros de JiMin y con una sonrisa tranquilizante dejo un beso en su frente y se dispuso a recoger la vajilla estrellada en el suelo —les ruego me perdonen, venía a ofrecer té pero creo que mejor iré a recostarme— sin darle oportunidad a nadie de hablar salió rápidamente de la estancia.

—J-JiMin — la voz del alfa trastabilló un poco y carraspeo para poder continuar —es hora— solo dijo mirando una última vez al lugar por donde se había alejado aquel omega que dejo en el una sensación de incertidumbre apabullante.

JiMin no podía quitarle la vista al rostro de su madre durante el velorio. Hasta ahora, después de muerta, la veía por primera vez y la empezaba a comprender. Cualquier tercera persona que lo viera podría fácilmente confundir esa mirada de reconocimiento con una mirada de dolor, pero Park JiMin no sentía dolor alguno. Ahora comprendía el significado de la
frase de «fresco como una lechuga», así de extraña y lejana se debería sentir una lechuga ante su repentina separación de otra lechuga con la que hubiera crecido.
Sería ilógico esperar que sufriera por la separación de esa lechuga con la que nunca había podido hablar ni establecer ningún tipo de comunicación y de la que sólo conocía las hojas exteriores, ignorando que en su interior había muchas otras escondidas.

No podía imaginar a esa boca con rictus amargo besando con pasión, ni esas mejillas ahora amarillentas, sonrosadas por el calor de una noche de amor. Y, sin embargo, así había sido alguna vez. Y JiMin lo había descubierto ahora, demasiado tarde y de una manera meramente circunstancial.

Cuando el omega la estaba vistiendo, para el velorio, le quitó de la cintura el enorme llavero que como una cadena la había acompañado desde que él recordaba. En la casa todo estaba bajo llave y bajo estricto control. Nadie podía sacar ni una taza de azúcar de la despensa sin la autorización de Park ShinHye. JiMin conocía las llaves de todas las puertas y escondrijos.
Pero además del enorme llavero, su madre tenia colgado al cuello un pequeño dije en forma de corazón y dentro de él había una pequeña llave que le
llamó la atención.

De inmediato relacionó la llave con la cerradura. De niño, un día jugando a las escondidillas se había metido en el ropero de ShinHye. Entre las sábanas había descubierto un pequeño cofre. Mientras JiMin esperaba que lo fueran a buscar trató inútilmente de abrirlo, pues estaba bajo llave. Park ShinHye a pesar de no estar jugando a las escondidas fue quien lo encontró al abrir el ropero. Había ido por una sábana o algo así y lo cogió con las manos en la masa. Lo castigó en el granero y la pena consistió en desgranar 100 elotes. El pequeño omega pelicastaño sintió que la falta no ameritaba el castigo tan grande, esconderse con zapatos entre las sábanas limpias no
era para tanto.

Como Agua para Chocolate <YoonMin> Omegaverse [Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora