XV • Inicio de Roles •

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El avión se retrasó un par de horas, así que partieron en la madrugada, después de que la boda terminara cerca de la media noche. George suspiró frustrado, ya que todo parecía que se arruinaría, habían estado en el aeropuerto casi dos horas esperando. Por suerte, cerca de las tres de la mañana lograron abordar, estaban tan cansados que se quedaron dormidos en los asientos, abrazados el uno al otro mientras viajaban a París. Peggy, que acompañaba fielmente a su princesa, los cubrió con una manta. Para cuando llegaron por la mañana, sólo se instalaron en el hotel y se dirigieron inmediatamente a las primeras atracciones del día.

Los campos elíseos de París enamoraron a Winnie desde que puso un pie en ellos. Con su particular aroma a naturaleza y el viento envolviéndolos. Su sombrero inmediatamente escapó como la primera vez y George fue tras él. Cuando logró atraparlo se dió la vuelta y entonces la miró. Tenía esa sonrisa tan dulce, la misma que lo atrapó desde la primera vez que la observó, la misma que ella le dió cuando fue su primer beso, la misma que lo guío y lo acercó hasta ella para robarle un beso. La tomó de la cintura y la apegó a su pecho para después besarla con esa pasión desbordante que su corazón tenía.

Todo ese día, recorrieron las calles de la ciudad que rebosaba de ese ambiente característico del país, el olor a pan francés, a perfume y esa atmósfera vibrante de romanticismo con parejas en cada rincón, donde muchos de ellos estaban robándose besos bajo los árboles de los campos elíseos, otros compartiendo un pan francés a las afueras de una cafetería y otros más, justo como ellos se encontraban en ese momento, tomando una cena romántica en la terraza de un bonito restaurante a la luz de las velas encapsuladas en botellas y con un gran ramo de rosas rojas al centro mientras brindaban y ambos compartían un crème brûlée. Desde aquel punto era posible observar la torre Eiffel, prometiéndole a Winnie que la verían la mañana siguiente.

Cuando regresó la vista a la chica, la encontró observando atentamente su anillo de bodas que brillaba con la luz de las velas, contrastaba con su piel clara y con el anillo de compromiso.

—¿Todo está bien?— preguntó, de repente, con una pizca de pánico.

Por un momento, la idea de que la chica se arrepintiera del matrimonio lo inundó tanto que no notó que tensó la mandíbula. Ella le dió una sonrisa dulce y negó con la cabeza.

—No es nada. Sólo pensé en lo mucho que esperé esto los últimos tres años... A veces, pensé que no sucedería— admitió sonrojada.

George tomó su mentón y se acercó a darle un beso lento y suave al que ella le correspondió gustosa como ya era habitual.

—Tu padre me pidió demostrarle cuánto te amo y yo lo hice, todo por tenerte justo ahora, siendo mi esposa— susurró besando sus nudillos— Le dije que esperaría lo necesario y mis sentimientos nunca cambiaron y nunca lo harán. Te amo, mi Winnie— declaró robándole un último beso mientras ella sonreía y acariciaba su pecho con sus manos. Todo era como un cuento de hadas, con un final feliz.

Cuando volvieron al hotel, Winnie tomó un baño lleno de burbujas relajantes y aroma a lavanda que Peggy recomendó para liberar la tensión acumulada en su cuerpo, pero cuando salió del baño y sus doncellas sólo le ofrecieron ese pequeño albornoz de satín, entró en pánico. Era la noche de bodas, pero a pesar de todas las veces que Winnie preguntó qué es lo que debía hacer, no se sentía lista. Lo colocó sobre su cuerpo totalmente desnudo, era suave, de satín blanco, con mangas largas y adornado con encaje. Ató la cinta del albornoz y se miró al espejo, llegaba a la mitad de sus muslos y la tela parecía brillar con la luz de la habitación. Se sintió cohibida al estar cubierta sólo con la pequeña bata, nadie nunca antes la vio así. Cuando Peggy entró a la habitación para ver si todo estaba en orden, la vio soltar un suspiro mientras se sentaba en la cama.

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⏰ Última actualización: Jun 19 ⏰

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