CAPITOLO UNO (1) - BENVENUTO ALL'INFERNO

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¡Per favore, señore Diablo! ¡Le prometo que le pagaré, se lo juro! ¡Déjeme ir! -Suplicaba la voz asustada de un hombre amarrado.

No obstante, su atacante no se inmutaba a los lloriqueos, su atención se encontraba ocupada en afilar un cuchillo.

Su pesadilla vuelta carne era un joven de cabello y ojos oscuros, además de que se resaltaba una cicatriz debajo de su ojo izquierdo. Era nada más y nada menos que Leonardo Vindobi, al que muchos apodaban El Diablo.

-¡Por favor, tengo hijos! -Lloró agredido, empapado en moco y lágrimas.

-Yo les daré la noticia.

Leonardo creció en la ciudad de Nápoles, y fue criado para convertirse en un sicario profesional. Lo moldearon para ser un bloque de hielo incapaz de sentir pena, lástima u compasión. Nunca le demostraron amor, afecto o cariño.

Nada.

Lo único que importaba era entrenarlo con el fin de que fuese inquebrantable. Cuando Leonardo era pequeño y fallaba en algo, lo castigaban dejándole varios moretones en el cuerpo.

Al principio, no había momento del día en el que no llorara, pero con el pasar del tiempo los golpes y las lágrimas fueron menos y la experiencia junto a la fuerza mucho mayor, al punto en que se volvió un exitoso sicario profesional al que contrataban semana a semana.

En este momento, el joven Vindobi fue contratado para torturar a ese hombre por no haber pagado una deuda de aproximadamente un millón de euros en negocios ilegales de trata de blancas.

La ideología de Leonardo era que si no cumplías todo a su tiempo, tu mismo pagarías el precio.

Ahora que todo fue aclarado, sigamos...

Per favore, no! ¡Juro que pagaré, solo deme más tiempo! -Gritaba el hombre, atemorizado al ver el cuchillo a pocos centímetros de su cara.

-¿Tiempo? ¡Ja! Es lo que menos tengo...

El sicario agarró la mano del hombre y con el cuchillo le cortó sus manos de un ligero corte, liberando un grito hasta que su garganta se desgarró.

Y eso que Leo apenas estaba empezando.

A su lado había una taza que contenía sal marina, Leo tomó las manos del hombre y roció la sal sobre los cortes de las manos, como si estuviese condimentado una carne convencional. El desquiciado dolor le devolvió la voz al hombre, gritaba debido al sufrimiento.

-¿Qué? ¿Te duele? -Preguntó Leo con una falsa inocencia.

El hombre apretó los dientes antes de gritar:

-¡¡AH!! ¡Hijo de Puta! -El hombre, por inercia, le escupió a Leo en la cara esperando que parara. -¡Ahg! ¡Eso es lo que te mereces, rata asquerosa!

Hasta El Diablo Puede Amar [MAFIA ITALIANA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora