XIX

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MARA

No escuches. No hagas caso de lo que dice.

Mierda, si tan solo fuese tan fácil.

La navaja ahora descansaba sobre el lavabo; había llegado a la conclusión de que ese hombre no le pondría una mano encima. De hecho, tan sólo se había movido de la puerta para dar varios pasos hacia delante, regresando después a la posición inicial, con los brazos cruzados sobre el pecho y la espalda apoyada contra la puerta cerrada.

- Es algo triste que nadie haya venido a buscarte aún, ¿no crees?

- A lo mejor es lo que quiero. Que nadie venga a por mí. Tenerte aquí, entretenido, fingiendo caer en tus redes, cuando en realidad solo te estoy haciendo perder el tiempo para que dejes a mis amigos en paz.

Mara se obligó a sonreír, pero un sentimiento molesto había comenzado a acechar en su mente. Hasta el momento, nada de lo que el demonio le había dicho había causado un verdadero efecto. Se repetía, cada segundo, que él hablaba sin ninguna base, sin ningún conocimiento, y apartaba cualquier signo de dolor que pudiese sentir.

Estaba aguantando, estaba soportando más de lo que incluso Jenna había podido en aquel jardín, en la fiesta de Ethan Marshall. Ella estaba siendo fuerte, estaba luchando con uñas y dientes, pero posiblemente nadie fuese a agradecérselo. Ni siquiera habían acudido en su busca, y eso que Jenna debía saber a la perfección que ella se encontraba en el baño. ¿Qué era eso que tanto había estado repitiendo? Mantenerse juntos. Unidos.

Pero al parecer, eso no se aplicaba a ella. Se preguntó por un momento cómo habrían sido las cosas de haber sido Kyle el que estaba encerrado en el baño, sufriendo la influencia de un Shinigami. Jenna habría tirado la puerta abajo. Habría derruido el edificio entero, de haber sido necesario. Pero no era Kyle. Era ella...

Mierda, Mara. ¿Pero qué coño haces? Detén esos pensamientos.

No.

Detenlos. Es lo que él quiere. Mira su sonrisa. ¡Mírala!

Mara se obligó a alzar la cabeza, y enfrentó el horrible rostro del demonio. Su piel pálida, los ojos negros, de pesadilla, esa sonrisa burlona que se filtraba entre los mechones de pelo que caían, lacios.

- Sigue intentándolo- le escupió, apretando la mandíbula.

- Es gracioso como tratas de apagar tus propios pensamientos, ¿no crees? Diciéndote que todo está bien, que los sentimientos negativos se irán... pero nunca se van, ¿verdad? En todos estos años, pese a que te has repetido una y otra vez que las cosas mejorarían, realmente no lo han hecho...

- Cállate- a pesar de que lo intentó, Mara no pudo evitar que su voz flaquease.- ¿Qué sabrás tú?

- No sé más que tú, Mara- suspiró el hombre, como si realmente sintiese lo que decía.- Sólo sé lo que tú sabes. Sólo veo lo que tú ves... incluso lo que tratas de ocultarte a ti misma.

Mara negó con la cabeza. Se cruzó de brazos, abrazando su propio cuerpo, intentando poner distancia entre aquel hombre y ella. Deseaba callarlo. Que cerrase la boca, que le dejase en paz por tan sólo unos segundos. Unos segundos de silencio, una pequeña tregua.

- Es difícil vivir luchando contra uno mismo- le dijo entonces el hombre, exhalando de nuevo.- Sobre todo, cuando has perdido todo el apoyo.

- Tengo apoyo- replicó ella, apretando mucho los ojos.- Sé lo que intentas hacer. Intentas convencerme de que estoy sola y de que nadie me quiere, ¿verdad? Pues eso no funcionará.

CAZADORES DE DEMONIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora