40. EL SILENCIO

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FRIDA

Juan lo volvió a hacer. Me golpeó sin importarle que el niño estaba en la sala viendo todo. Y no solo me pegó, me violó de forma salvaje.

Ese infeliz del vecino al fin lo hizo, le dijo a Juan sobre todas las veces que Ele vino a la casa. Incluso, le tomó fotos y se las enseñó. No había forma de negarlo. El imbécil creyó que se lo iba a agradecer, pero ni siquiera eso hizo.

Debo admitir que tuve un poco de culpa. Al menos esta vez le di una verdadera razón para portarse cómo lo hizo. Acerté justo dónde más le duele: en la enorme envidia que le tiene.

No importa cuántos libros haya publicado Juan, ni cuanto dinero gane por sus ventas, sabe que Ele lo supera como escritor y por mucho. Y ahora, gracias a mí, sabe que no es lo único en lo que él es mejor.

Ni siquiera su cobarde ataque logra borrar lo de ayer. Fue hermoso, divino, mágico. Como solo mi Ele sabe hacerlo cuándo se lo propone.

Cómo si hubiera estado esperando a que Juan se largue, me llama y no necesito decirle nada para que se de cuenta de lo que pasa. Supongo que me quejo un poco a pesar de intentar cuánto me es posible, que no se note. Pero ese desgraciado me dio puñetazos en la cara y me duele mucho al hablar.

ELEODORO

Tengo que contener mi ira. Juro que será la última vez que ese maldito bastardo cobarde le poga la mano encima. Intenta no quejarse y me duele el alma de escucharla aguantar el dolor. Lloro de rabia, de impotencia...

No digo nada, no hago ningún comentario para no preocuparla, pero mi mente ya está trabajando en un plan para acabar con esa basura de una vez por todas.

—¡Ahora no, Davina!

Su atosigante fantasma no va a distraerme ahora. Necesito un plan.

Me despido de Allan con un beso. Siempre lo hago, es solo que últimamente he estado dudando mucho sobre la posibilidad de volver a casa cada vez que salgo. La policía me persigue descaradamente a dónde quiera que voy y en cualquier momento van a arrestarme; por sus pelotas nada más, porque no tienen ninguna prueba real en mi contra.

No sé cómo voy a soportar pasar a su lado sin molerlo a patadas en el hocico. ¡Tengo tanta ira!
Pero debo mantener la cabeza fría.

JUAN

Si alguna vez pensé en dejarle el camino libre con la estúpida de mi mujer, puede irse olvidando de eso. ¡Ese maldito asesino no merece nada! ¡Estoy seguro que lo hizo a propósito! ¡Me arrebató a Davina! ¡Mi Davina! ¡¿Y por qué?! ¡Porque no fue lo suficientemente hombre para tenerla por la buena! Frida era su premio de consolación, ¡pero ahora ni eso va a tener!

¡Lo quiero muerto! ¡¡¡Muerto!!!

ELEODORO

Vaya, así que al fin se dignó el señor a llamar. No debería contestarle para que se le quite. Además, no estoy de humor.

¡Vete al carajo, Nicolás! ¿O debería contestarle? Ay no, tal vez se siente mal o algo...

—Hola, Ele.

—Hola.

—¿Cómo has estado?

—Ahí, respirando y eso.

—El sábado fui a tu casa.

—Lo sé.

—¿Me viste?

—Allan me lo dijo. Tiene una forma especial de maullar cuando te ve. Pero estaba algo ocupado en ese momento y no pude abrir.

—Lo sé. ¿Y cómo está la señora?

ELE (Versión Extendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora