Salto de Fe

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Por: Primrose

Condado de Suffolk, Massachusetts.

A la 1:37 de la madrugada, Terrence Graham Grandchester conducía con precaución. Eran principios de diciembre y las temperaturas cada día bajaban más. Las carreteras se convertían en trampas mortales debido a la caída de aguanieve.

Aguantando un bostezo, con los ojos rojos por el cansancio, apenas y alcanzó a ver el letrero de la parada de autobuses que le indicaba que estaba por llegar a casa.

Una pequeña sonrisa se asomó en su rostro de facciones atractivas al pensar en su hogar. Estaba orgulloso de haber adquirido la propiedad.

Unos años atrás, después del éxito de la serie televisiva en la que actuaba como protagonista; decidió al fin asentarse. Para esa época tenía veintinueve años, no se había casado, ni pensaba hacerlo, pero tenía ganas de echar raíces, sobre todo porque los productores, después de dos temporadas, y con planes de dos más, decidieron dejar los estudios de televisión en Los Ángeles y montar todo un set de grabación en Boston.

Le encantaba su casa, pero cuando la compró le hacían falta remodelaciones: cambiar las tuberías viejas, arreglar el tejado lleno de goteras, y algunas ventanas que estaban a punto de caerse, el mismo fue arreglando todo poco a poco, incluso la pintura del exterior, todo eso le llevó bastante tiempo pues no tenía muchos días libres, sin embargo, lo consiguió.

A tres años de aquello, ahora su hogar lucía una fachada en color azul, un pórtico con una silla columpio, verja blanca de madera y hasta un jardín.

Todavía con la sonrisa pintada en sus sensuales labios, bajó la velocidad de su camioneta gris; con pericia, maniobró para entrar en el espacio de aparcamiento del lado derecho. Bajó del vehículo e inmediatamente se ajustó la bufanda y el gorro, había tanto frío que cada que exhalaba el vaho salía de su boca.

Presuroso para no enfriarse, subió los escalones hacia la puerta del frente. Al cruzar el umbral lo primero que vio fue el enorme árbol de navidad completamente decorado, apostado cerca de las escaleras del interior.

Mientras se quitaba el abrigo, la bufanda y los guantes, caminaba hacia el abeto, preguntándose en qué momento había llegado hasta ahí semejante cosa. Al volver la vista hacia su derecha, su pregunta fue contestada.

Hecha un ovillo en el sofá, con la canasta de mimbre a su lado y una bola de pelos al otro, Candice, su ama de llaves, dormía profundamente.

Él se acercó, miró hacia dentro de la canastilla y, sin darse cuenta, sonrió lleno de ternura al ver a Nori, el bebé de tres meses de su empleada, chupándose el pulgar. Alargó la mano para quitárselo de la boca, pero el guardián de pelo blanco al que casi ni se le veían los ojos se incorporó enseguida, mostrando los colmillos, gruñendo ligeramente, advirtiendo así, que no se le ocurriera tocar a su amigo humano.

— ¿Quién diría que eres un feroz guardián con esas pintas? — Le preguntó al animalito en voz muy baja.

Y es que, "El Capitán Jack", como Candy lo nombró al rescatarlo, era un perro diminuto, de pelo tan largo que le tapaba los ojos, lo que era conveniente pues el can no tenía uno.

El actor le hizo una seña con la mano, indicando que se mantuviera en silencio, orden que él no obedeció.

El ladrido, aunque no muy fuerte, del anciano perro despertó a la madre de inmediato.

Los ojos verdes de Candice White se toparon con los océanos de su empleador quien, inclinado como estaba, los tenía a escasos centímetros de ella.

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