~11~
La vuelta a casa está siendo todo un caos. No paro de llorar desde que el subidón de la ira se ha esfumado, causando que no vea nada mientras ando. La lluvia me acompaña en el trayecto, limpiando mi cara, llevándose consigo el rímel que me he echado esta mañana.
Tan solo pasan un par de coches que me alumbran el camino con sus grandes faros de luz amarilla. Las farolas ya están encendidas, pues el sol se ha escondido hace un rato. Hoy es uno de esos días en los que no hay luna, pues ni ella quiere presenciar mi catástrofe.
Las piernas comienzan a temblarme por el cansancio, casi no puedo mantenerme en pie. Llevo corriendo veinte minutos, y tengo la sensación de haberme perdido, ya que de no ser así habría llegado a casa hace un rato ya.
Me paro enfrente del primer banco que encuentro. Este es blanco, parece haberse pintado hace no demasiado, pero por como el agua cae sobre él sin correr ni un milímetro su pintura, deduzco que está lo suficientemente seco como para poder sentarme. Masajeo mis músculos con fuerza, tratando de destensarlos para que me dejen de doler.
Levanto la cabeza, intentando localizar dónde estoy, y así poder trazar una ruta hacia mi casa. El problema está en que no encuentro ninguna referencia que me pueda indicar el lugar en el que me encuentro. Solo me queda una alternativa. Saco mi teléfono del bolsillo y marco el número de John.
-Piip, piip, piip, deje su mensaje después del tono- El contestador automático es la única respuesta que recibo por parte de mi mejor amigo, lo que me indica que no voy a poder pedirle ayuda. Aun así le llamo tres veces más, asegurándome de que el hecho de no haberme contestado la primera vez no haya sido un simple despiste por su parte. Como me esperaba, no contesta.
La presión que siento en el pecho me ahoga lentamente, las diminutas gotas saladas descienden cada vez más rápido de mis ojos. Estoy perdida en Seattle, empapada hasta la médula, congelada por el frío y despiadado aire, sin apenas batería en el móvil, con una tristeza enorme cargada de desilusión, un Lunes, a las ocho de la tarde. Solamente puedo contar con dos personas que no sean Halt, y ni si quiera sé si puedo llamar a alguna de las dos. Mi madre vendría por supuesto, pero me regañaría por distintas razones, y comenzaría a controlarme demasiado por mi descuido. La otra es Will, que probablemente no vendría o no me cogería el teléfono, porque no le importo una mierda, pero es la última opción ¿no? “No, realmente es la opción que quieres, no la única” Me responde mi subconsciente, al que lógicamente decido ignorar, porque no tiene razón “sabes que sí”
Decidida vuelvo a encender la pantalla de mi móvil. Esta vez metiéndome en Instagram, entrando en la cuenta de mi chico misterioso. “No Britney, MI, no”
Hola, te puedo llamar un segundo?
Él lo ve al segundo, pero no escribe nada. Supongo que sí, me ha vuelto a ignorar, ahora me volverá a bloquear justo después de haberme desbloqueado hace unas horas. Porque es un aprovechado, inútil…
La llamada entrante de Will interrumpe mis insultos, acelerando mi corazón. Con las manos temblando de los nervios, y los dedos congelados por el frío, descuelgo la llamada
-¿Todo bien rubia?- Pregunta, tiene la voz ronca de siempre, pero no parece tan relajado como de costumbre, si no un poco más alterado.
-No, nada va bien- Respondo llorando aún más fuerte, con la voz quebrándoseme más palabra por palabra. Esta frase parece haberlo puesto en modo de alarma, pues puedo oírle levantarse del sillón, cama, sofá, donde estuviera descansando antes de mi mensaje.
-Voy a buscarte donde quiera que estés, dime dónde.
-No lo sé- Le respondo desesperada, en un tono en el que apenas se entiende lo que digo, por causa de los balbuceos. Es cierto, no tengo ni idea de donde me encuentro. Solo sé que antes de estar aquí me había ido a comer algo a un restaurante tras haber discutido con él, y luego… He echado a caminar en línea recta, sin pensar hacia dónde me dirigía.
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Contigo y sin ti
RomanceBritney Paige, ese es mi nombre, pero el comienzo de los peores y mejores días de mi vida tiene otro nombre; William Kaest. Y por suerte o por desgracia me tocó enamorarme de él.