—Me han informado que mataste a uno de mis guardias y que te has negado a hablar. ¿Me dirás qué ocurrió o debo mandarte a azotar? —preguntó Nethery con voz melosa y suave.
Rhada, encontrándose a su espalda, observaba la pintura que el príncipe de Rosalles diestramente retocaba con variados pinceles de hebras negras. Era la primera vez que se veían desde que sus cuerpos se abandonaron a la pasión de la carne, y podía sentirlo en el aire, en los movimientos demasiado rígidos y ensayados de Nethery; estaba nervioso.
Se lamió los labios, sintiéndolos ásperos contra su lengua a causa de las cortaduras que obtuvo como castigo. Su ojo izquierdo estaba hinchado y se distinguía en color violáceo, al igual que varios de los nuevos hematomas que cargaba en el cuerpo.
Le dolía el cuerpo y el cansancio lo tenía preso, impidiéndole pensar con claridad. Los hombres de Nethery lo habían torturado durante días, golpeando estridentemente la puerta de su alcoba cada pocos minutos y así negándolo de cualquier descanso.
Su cólera había sido mitigada por el agotamiento y frente a Nethery había un espectro fatigado y hambriento, uno que debía clavar sus uñas en las palmas de las manos para poder permanecer de pie y no caer dormido.
—¿Realmente crees en los dioses? —preguntó con un dejo de curiosidad al ver la pintura. Era uno de sus dioses, el que cargaba espadas y lucía pieles y una armadura.
—Solo cuando hacen algo que merezca mi fe. —Hundió su pincel en un recipiente que contenía pigmentos rojos y aceite de ricino—. ¿Qué hizo el buen hombre cuya sangre ahora pinta el suelo de tu alcoba?
Rhada exhaló por sus labios y miró a través del pomposo jardín en el que se encontraban. Lleno de arbustos y árboles. Caminos de piedra pulida y pilares con antorchas. Vio un grupo de guardias a una corta distancia, miraban cada tanto en su dirección y sus labios se movían a pesar de que sus cuerpos parecían estatuas.
—Tus guardias... ellos hablan demasiado. Así aprenderán a enmudecer en mi presencia. —Nethery suspiró y dejó de lado, sobre una mesita de apoyo, su pincel y la bandeja con recipientes y pigmentos—. Tus sirvientes también poseen lenguas largas.
—¿Qué importante secreto se ha caído de sus bocas? —Se volteó con rapidez en dirección a Rhada.
Que el reino estaba en disputa, que no habían dado con los asentamientos de metales, que ni él ni su pueblo de salvajes eran queridos por Rosalles. Que era temido, y que el temor si bien era una forma despreciable de dominación, era realmente práctico. Y que sabían, podían sentirlo quizá, que la paz era deliciosa, sin embargo, pasajera.
—¿Quién es Sion, Nevaret?
Vio los labios de Nethery contraerse y una vez más odió la máscara.
Odiaba las costumbres de ese reino maldito. Estaban viciados, ciegos y sordos por causa de su avaricia, pero en particular odiaba la máscara y la manera en que sus manos ardían en deseo por arrancarla. Odiaba que apareciese en los pocos minutos que se le había permitido dormir.
—Hmmm... —tarareó Nethery, levantando una mano. Un sirviente llegó hasta él y le demandó que les sirvieran la merienda. Cuando volvieron a quedar a solas centró su atención en Rhada—: No puedo responder a eso.
—¿Por qué?
—Porque solo llevas grilletes en las manos y así mataste a mi guardia, porque sus palabras no fueron de tu agrado.
Rhada sonrió con cansancio. Sintió las hendiduras en sus mejillas formarse. Si Nethery temía de su reacción, entonces Sion era sin lugar a duda un enemigo más del cual se encargaría llegado el momento.
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DRAKÁN [DISPONIBLE EN FÍSICO]
Fiksi UmumTras perder la guerra, Rhada, el último Drakán de la tribu de los dragones, fue tomado como botín y arrastrado bajo cadenas a los perfumados aposentos del caprichoso heredero del reino de Rosalles; Nethery Devhankur. Un enmascarado príncipe que olía...