CAPÍTULO VIII: VENENO

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—¿Ya se marcha, alteza? —preguntó un joven sirviente desde la cama. Su cuerpo estaba desnudo y la mitad de su rostro reposaba en el vientre de una joven doncella.

Kalista se relamió los labios y con un gesto leve asintió.

—Ahora que el consejero real ha vuelto hay asuntos apremiantes que solicitan mi presencia. —Tomó su bata y la colocó sobre su cuerpo—. Pueden permanecer aquí hasta que sean solicitados nuevamente.

—¿No desea que la acompañemos? —preguntó otra doncella que de pie se apresuraba para llegar a Kalista y ayudarla a enfundar sus pies en un par de elegantes sandalias.

—No es necesario —aseguró. Tras comprobar que su máscara estuviera bien puesta salió de la alcoba de sus jóvenes amantes.

A su espalda la acompañaba su escolta personal.

Ignoró el saludo de los linajudos que deambulaban por palacio, ociosos y sin nada que hacer además de consumir los impuestos del reino.

—Cerdos —masculló para sí misma.

Demandó que se le preparan un baño y sus ajuares, y que se anunciara al consejo de ancianos del rey, a excepción de Sion, una discreta reunión. Su pequeño descanso había terminado con la vuelta de ese perro sarnoso, quien había vuelto a la capital con pompa y gloria, jactándose de los metales y piedras preciosas que habían encontrado en las nuevas minas, obteniendo nuevamente la gracia de todos en el reino, sobre todo la de Harlan, quien con júbilo había preparado un banquete en su honor, ignorando sin esfuerzo los problemas que aún no cesaban a las afueras de la capital.

El único regocijo que Kalista poseía era ver a Nethery finalmente apartado del trono. Nunca imaginó que su hijo aceptaría el sacerdocio, pero al hacerlo y sin saberlo, había quitado un peso de los hombros de Kalista.

Ahora únicamente debía conseguir una nueva criatura para suceder el trono y entrenarla para seguir sus órdenes.

—¿Qué puede ser tan importante que apremia a nuestra reina? —preguntó una voz a su espalda mientras Kalista caminaba en dirección a la sala del consejo real.

Su rostro se contrajo bajo la máscara al reconocerla.

—Cuando gobiernas uno de los tres reinos más grandes no hay tiempo para derrochar, Sion. —Continuó el ritmo de sus pasos, sin voltear—. ¿Y a ti qué te ha levantado de tu lecho? Estoy segura de que tu esposa no debe estar feliz con tu pronta partida.

—Un pájaro se ha posado en mi balcón y ha cantado para mí que has citado al consejo real a una reunión. —Llegó a su lado—. No preguntaré por qué no he sido incluido, estoy seguro de que tus intenciones no fueron ofenderme.

Kalista bufó y levantó el mentón.

—No había motivos para que estuvieses presente.

—Que conveniente. Pero, lo extraño es que ni el rey ha sido citado. ¿Por qué razón te reunirás con los ancianos sin el mismo rey presente?

Kalista se detuvo y volteó el rostro.

—Porque no necesito un estorbo.

Vio el rostro de Sion oscurecerse, perder todo tinte de gracia.

—Cuida tu boca, campesina —la amenazó dando un paso hacia ella. Le tomó el mentón y se acercó a su oreja—. Puedes usar todas las coronas que desees, pagar decenas de amantes y sus caprichos, pero siempre serás la fétida campesina de la que todos los linajudos se burlaban.

—Y tú siempre serás el patético hombre que no consiguió el amor del esposo de esa campesina. —Se apartó y miró a sus guardias—. Creo que nuestro consejero se ha perdido, por favor indíquenle el camino de vuelta a sus aposentos.

DRAKÁN [DISPONIBLE EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora