Una historia triste

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En el camino a su casa, fue la peor travesía que nos pudimos encontrar.

Mientras Gabri conducía como una loca, cosa que ya había hecho antes, y yo me sujetaba con fuerza la herida de mi pecho, me quise morir y comenzaba a correr por la frente, un sudor frío. Gracias al paño azul, ahora debido a la sangre era de un color púrpura, el coche parecía un matadero y yo era el animal sacrificado.

-¿Como te encuentras? -preguntó Gabri alarmada.

-Gracias a tu rapidez al volante, creo que me voy a sentir mejor por el arañazo recibido.

-No me refería a eso -dió un brusco volantazo al meterse en otro carril- Te refiero a tu estado. Te veo pálido -la miré con mala cara- Más pálido de lo que eres normalmente.

-Me arde la herida. Siento que podría desmayarme ahora mismo.

-Estás perdiendo mucha sangre -y por su tono, si que parecía más asustada.

-No digas algo que ya sé, Gabri -enserio, mi pecho ardía como 1000 demonios.

-Llegaremos en poco tiempo. Aguanta, Des.

Aguantándome las ganas de gritar de dolor que sentía en este momento y de huir pero haciendo de tripas corazón, aguanté como un campeón. Tal y como me había dicho ella.

Siguiendo mirando la carretera, me di cuenta que Gabri no desviaba por el carril para poder dirigirnos a su casa si no, condujo por una carretera secundaría y en el fondo, vi el enorme cartel La maison de maman G que hoy sus luces de neón rosadas, estaba apagadas.

-Pero...Yo pensaba que íbamos a tu casa.

-Lo sé -tragó saliva mientras aparcaba el coche- Pero luego me he acordado que tengo las utensilios aquí. Leo no suele venir a mi casa malherido.

-Eso suena como si en vez de un prostíbulo, fuera un hospital personal.

Ella me miró con mala cara pero como estaba herido, prefirió morderse la lengua a soltar cualquier de sus comentarios mordaces. 

Saliendo del coche, yo seguí apretando el paño pero comenzaba a chorrear sangre del mismo. Me sentía mareado y hasta cierto punto febril pero estaba confiando en ella y en sus extraños conocimientos médicos. Al entrar, había un silencio extraño y frío. Era como  si entráramos en la misma boca del lobo y sintiendo la mano de Gabri alrededor de mi brazo, pude andar con mayor firmeza. Estaba claro que ella estaba sintiendo que mi cuerpo se tambaleaba. Caminando por un pasillo secundario, me di cuenta que llegamos a su despacho, apodado cariñosamente "El matadero", las luces tintinearon de un color blanco, haciendo que ambos entrásemos.

-Siéntate en esa silla -señaló una de las sillas caoba- Voy a preparar las cosas para curarte.

Tragué saliva y sin discutir con ella, ya que sería un desperdicio, me senté donde ella me dijo mientras veía como ella buscaba en un mueble que había cerca de una de las estanterías. Posiblemente sea un botiquín para casos de emergencia como éste. Viendo que sacaba muchas gasas, una botella de alcohol oxigenado, un botecito con un liquido transparente con su correspondiente jeringa, agujas de un grosor grande con un hilo oscuro y del mini bar, sacó una botella de whisky medio vacía y una tableta de chocolate. 

-¿Pretendes emborracharme?

-No seas bruto. El alcohol ha sido medicina para los heridos -se encogió de hombros y vi que estaba llenando la jeringa con ese líquido transparente- Ahora, necesito que te quites la ropa.

-¿Me vas a pinchar con eso? -tragué saliva.

-¿Quieres que utilicemos el método antiguo? Por mi no hay problema aunque, dolerá como 1000 demonios y la resaca al día siguiente la tendrás. 

El bibliotecario y el guardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora