Capítulo 47 (mini)

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Al día siguiente parecía que los ánimos estaban un poco mejor. Sin embargo, para otros, era el principio del fin. Damien que no había hecho más que levantarse del lecho y cerciorarse que tanto su mujer como hijo estaban bien, ambos en sus respectivos sueños, cuando bajó al salón para ordenar que el desayuno se lo trajeran al dormitorio para toparse con la presencia de su amigo en el vestíbulo.

- Eh, Harry. No me esperaba que tu primer pensamiento fuera a venir a verme.

- Quería hablar contigo.

El nebuloso sueño se despejó de su mente y se fijó en ciertos detalles que no se había dado cuenta como la dureza de su mirada y el crispamiento de sus manos.

- Ven. Me imagino que lo quieres decirme no trasciende a otros oídos.

Fueron a la biblioteca donde no había nadie solo el helor de la mañana ya que el hogar no estaba encendido.

- Si quieres, puedes sentarte.

- No me tomará mucho tiempo porque me voy.

- ¿Te vas de viaje? – preguntó tontamente -. ¿Eso me ibas a decir?

- Sí, me voy al fin del mundo. No, tranquilo. No me voy de viaje sino cometo antes un crimen del que me pueda arrepentir.

Damien abrió la boca como un pez para luego cerrarla.

- No comprendo.

- ¿No? – soltó una risa vacía de alegría -. Ay, amigo. Ya me decía que no era el único ciego en esta ciudad, aunque no me sirve de consuelo.

Dejó que el silencio le ayudara a entender a Harry, mas este no le hizo mucho esperar.

- ¿No has notado extraña a Caroline?

Negó con la cabeza.

- No, ¿por qué?

- En fin, yo también quería creer que actuaba como siempre hasta que os fuisteis de la cena y actuara esquiva conmigo. Eso hace unos meses. Pero más tonto fui al no darme cuenta de que esto empezó desde que me casé con ella y estaba enamorada de ti.

Damien creyó haberse dado un golpe.

- ¿Estás borracho?

- Ojalá lo estuviera para que el dolor fuera menos, pero no es así. Si supieras de donde vengo, no te lo creerías ni por asomo.

- Inténtalo porque todo esto me parece una locura.

- Anda que yo que creo que estoy todavía en una pesadilla continua y la mataría con mis propias manos.

La misma locura que no se creyó a su esposa cuando ella le dijo sus sospechas sobre que su amiga estaba enamorada de él. Un agrio sabor se le fue a la boca y miró a su amigo.

- No es tu culpa, Damien – se acercó a él y le puso las manos en sus hombros, dándole un apretón -. Sé que por ti no has tenido ningún sentimiento salvo el genuino afecto que le puedes tener a un familiar o un amigo. No le has dado pie a que se enamorara de ti porque lo hizo antes que se casara conmigo.

- Cuéntame, por favor.

Aunque era muy temprano ambos necesitaron una copa para digerir la dolorosa verdad.

- Entonces, ¿la seguiste?

- Sí – se sujetó fuertemente la cabeza con las manos -. Si no lo hubiera hecho, nunca habría visto hasta qué punto mi esposa no me quiere, ni me respeta.

- Lo siento mucho.

- No lo lamentas tanto como yo – soltó un suspiro quebrado, pero no lloró.

Su alma estaba hueca. 

- ¿Sabes quién...? Perdón.

Harry sonrió amargamente y asintió.

- Sí, lo sé muy bien.

No era un idiota para no saber la dirección a la que se dirigió, pertenecía a tal caballero. Solo esperó a fuera para confirmar que su mujer no era tan santa, ni se le guardaba respeto.

- El mismo hombre que te desgració la vida.

***

El llanto del bebé la despertó y fue corriendo para atenderle, aunque su mente estaba nublada aún por el sueño. Afortunadamente, había una sirvienta cerca y la ayudó a cambiarle de muda. Ya con una muda nueva, estaba mejor y feliz. Le dio un besito en su frente y se topó con su manita alzándose hacia ella.

- ¿Y dónde estará tu padre? – se fijó que el lado de la cama estaba vacío -. Vamos a buscarle.

Aún era temprano por lo que se fijó en el color del cielo a través de la ventana. Arropó bien al pequeño y ella se puso la bata. Fueron a buscarle cuando oyó de fondo los cascos de unos caballos al bajar los escalones. ¿Alguien estaba a punto de llegar? El señor Gold le indicó que su esposo estaba dentro de la biblioteca. Contuvo un escalofrío que mordió su espalda al entrar en la estancia. No tardó en localizarlo; estaba sentado en el sillón, con los ojos cerrados. No le avisó de su presencia ya que le gustaba mirarlo y no quería molestarlo, pero él notó su llegada alzando una mano hacia ella que aceptó sin dudarlo. Le dio un tirón que la lanzó a su regazo. El bebé emitió un gimoteo de queja pero al momento estuvo muy cómodo entre los cuerpos de sus padres, que le daban abrigo y protección, dando un bostezo con su boquita.

- ¿Qué haces tan solo? – le susurró acariciándole la sien, despejando sus mechones platinos de su piel. Nunca se cansaba de tocarlo.

- Pensando – fue en ese segundo cuando abrió los ojos y esa claridad de su mirada la atrapó como el mar cálido e intenso -, y agradeciendo a Dios por cada segundo de teneros en mi vida.

No soy como él (Volumen I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora