Capítulo 24: La mejor maldita cosa

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—Oye Alex

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—Oye Alex.

Sheryl, la chica que trabajaba conmigo me llamó desde el otro lado de la caja, mientras yo devolvía a su lugar las cosas que la gente dejaba regadas y al mismo tiempo tarareaba una canción.

—¿Qué pasa?

—Ya vuelves a estar de buen humor, ¿eh?

—Estoy igual que siempre —respondí indignado.

—No es cierto, últimamente estabas de un humor de perros. Ahuyentabas a los clientes, y eso que aquí viene pura alma en desgracia.

—Y de los más sensibles —murmuré—. Pero, sigo sin saber a qué te refieres.

—Claro, claro —mencionó incrédula—. Alex, ¿acaso estás... enamorado?

Yo solté la carcajada.

—Claro que sí, de la persona que veo en mi espejo todos los días.

—Ya, en serio.

—Sheryl... —me volví para mirarla con compasión —. El día que yo me enamore van a llover perros y gatos del cielo.

—En esta vida nada es imposible, Alex.

—Que yo me enamoré sí que lo es.

—Solo pensaba eso porque hoy te ves muy contento.

—Eso es porque hoy salgo temprano del infierno laboral.

—No lo recordaba —añadió con sorpresa—. Cuida la tienda un rato mientras voy a comprarme algo de comer, ¿sí? Antes de que te vayas.

—Bueno, pero no te tardes tanto que ya me quiero ir. Y luego aquí me atrapara la avalancha de emos y punkers que siempre llega a las cinco.

Sheryl se fue a prisa, pero casi al instante se devolvió y me miró con ojos acusadores.

«¿Qué carajos?»

—¿Qué te pasa ahora? —le pregunté ya fastidiado.

—Hay algo afuera que te pertenece.

—¿Que me pertenece? —pregunté curioso—. No me digas que mis drogas se me cayeron.

—No son drogas. Te doy una pista, es pequeño...

No necesitaba más pistas para adivinar.

—Es Kyle.

Ella se fue, y yo me fui a la entrada de la tienda. Kyle estaba justo al frente, distraído como de costumbre, mirando el programa de MTV que tenían en las pantallas gigantes de exhibición en la tienda de electrónicos.

Me recargué en el marco y crucé mis brazos.

—¿Por qué me acosas? —le grité.

Reconoció mi voz y se volvió a mirarme molesto.

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