🪶CAPÍTULO 35: El castigo de Semyazza🪶

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Semyazza limpiaba la sangre de sus brazos, mientras contemplaba a los lux animae trasladar a los heridos a la ciudad de luz.

Su mirada quedó fija en los cadáveres inertes en el pasillo, tanto letales como seres de luz que se habían unido a la lucha, entregando su vida en la batalla.

Recuerdos inundaron su mente, ante la imagen que le mostraba aquel escenario.

La sangre brotaba con lentitud de cada uno de los cuerpos, sangre que se deslizaba por el frío suelo, tras una fuerte batalla con rastras.

Él no quería hacerles daño, no quería luchar con ellos, pero no tuvo opción.

—Perdón —murmuro al rastra frente a él, al cual le había clavado su espada en el pecho.

Una sonrisa fue su repuesta, lo que lo hizo sentir un monstruo. Él había sido su amigo por años, incluso perteneció a sus soldados, pero por razones que desconocía, decido pertenecer a los rastras, pero eso no los separo. Siguieron frecuentándose, conversando de temas tan triviales que en su momento parecían lo más interesante y filosóficos.

Desencajando su espada, su leal amigo cayó al suelo. Sin soportarlo más, cayó de rodillas frente a su cuerpo, con la espalda aún sostenida entre sus manos. Lágrimas se deslizaron por su mejilla.

Lo único que quería era vivir feliz en la tierra con su nueva familia, mantenerla segura, pero a base de ellos, sus manos se estaban manchando de una sangre que juro jamás tocar.

—¿Por qué?, ¿Por qué él? —pregunto, al sentir su presencia—. ¿Este es tu castigo? —levanto la mirada y contemplo.

—No, esto lo hiciste tú. No busques culparme o justificar tu acción.

Se puso de pie, y lo miro feroz.

—Entonces cuál será tu castigo, ¡Cuanto más me vas a torturar! ¡Dime de una maldita vez cuál será tu maldición sobre mí!

—Yo no maldijo hijo —expone—. Pero como todos pagaras tus cometidos.

—Entonces cuanto más debo esperar. No lo soporto más, quiero dejar de matar a quienes alguna vez entrene, solo por ser cazado.

—Si no querías manchar tus manos con su sangre, debiste entregarte. Ensuciaste tus manos, porque así lo quisiste.

—¡No puedo dejar a mi familia!

—Ellos también eran tu familia —recuerda.

Ante aquello, no supo qué decir, solo soportar el nudo en su garganta.

—Tu esposa está embarazada —expone, cambiando de tema—. Ya no tienes que esperar tu castigo, porque el fruto que lleva en su vientre, lo trae consigo.

—Padre, ellos no...

—Será niña, y la portadora de la Luz de Luzbel.

Semyazza era incapaz de comprender como su padre le podía dar algo tan valioso a su descendencia, y a él la ubicación de aquella luz capaz de guiarte y abrir las puertas del cielo.

—Ese será tu castigo hijo —dice—, pero también tu salvación.

Semyazza fue incapaz de comprender a las palabras de su padre. El cual se colocó a su lado, y tomo la espada que sostenía en su mano, para lanzarla lejos, colocando su mano en su hombro, llenando su pecho de una calidez inexplicable.

—Cuida de ella Semyazza, porque a partir de hoy tú dejaras de ser cazado, y ella la más buscada del mundo mágico. Y cuando llegue su tiempo de partir, no la retengas, porque todo debe volver a su orden, para el bienestar de todos en este mundo.

Mi Secreto: Entre Luz y Tinieblas. (Libro III) ⭐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora