XXI.- Vacío

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Soledad. Una gran y profunda soledad. Eso era lo que sintieron en sus corazones Steve y Alex al contemplar la lúgubre dimensión del End. No había nada prácticamente, sólo pequeñas islas rodeadas por la nada, hechas de una extraña piedra amarillenta. Algunas de estas islas tenían estructuras vegetales de color morado, como si tratasen de enormes postes torcidos por algún gigante. No había ningún tipo de ruido además de las conversaciones entre personas, comentando lo vacío y perturbador que era esta dimensión.

Krani apareció junto a la valiosa caja de madera, Steve y Alex le ayudaron a levantarse.

― ¿Estamos seguros aquí? ―preguntó Alex, con voz queda.

―Eso espero ―respondió, sacudiéndose sus ropas―. Todos los portales que dan al End han sido deshabilitados, ni Tenebris ni sus tropas podrán llegar con nosotros. Además los soldados son capaces de matar a los dragones y shulkers.

― ¿Y cómo regresaremos a casa? ―preguntó una voz femenina entre la gran multitud que rodeó a la ministra.

― ¿Acaso necesitamos regresar? ―arremetió burlonamente tras quedarse en silencioso varios segundos―. Perdimos. No hubo manera de detener a Tenebris, y ahora todo el Overworld es un infierno del que no nos podemos defender... por no mencionar que ni siquiera sé cómo regresar si hemos cerrado todos los portales.

El barullo no se hizo esperar, todos reclamaban acciones inmediatas para poder regresar y permanecer en sus hogares con total seguridad, claros imposibles. Entre sollozos, reclamos e insultos, Krani se hizo paso para llegar a una base improvisada que se había construido con días de antelación, acompañada de Steve y Alex. La precaria organización política que aún quedaba de lo que alguna vez fue el reino de Xenolia estaba compuesta por algunos alquimistas, militares, representantes populares y la ministra del extinto Ministerio del Saber. Parecía un poco estúpido que a estas alturas aún hubiese respeto hacia la figura de autoridad de Krani, la cual podría ser remplazada con facilidad, pero ni siquiera los militares pensaban deponerla porque ella era la única que podía ejecutar acciones basadas en sólidos conocimientos de alquimia y magia, justo de aquello que les arrebató sus vidas normales.

―Sólo queda organizar a la población entre las islas ―decía Krani, anímica―. Con las herramientas que trajimos deben de construir refugios, utilicen la roca base de esta dimensión y a los árboles del End.

― ¿Cómo distribuiremos la comida? ―preguntó un militar, tomando nota.

―Una ración de comida normal y otra de frutos del End, por día ―contestó sin vacilar―. Hagan que la gente cultive más de esos árboles, al final del día será lo único que podremos comer para siempre.

La junta demoró algunas horas y en cuanto cesó, se comenzaron a llevar a cabo las decisiones acordadas. Más de un millón de almas habían logrado evacuar al End, sería una tarea titánica organizarlas para sumar esfuerzos y garantizar la supervivencia. Steve y Alex eran un solo equipo encargado de administrar las labores de toda una isla que tenía al menos 15 mil refugiados, sin duda alguna su nueva vida sería complicada.

El dúo instruía a los hombres más fuertes de la isla cómo se debía de picar la roca y trasportar a otra área, donde otro grupo más diverso de personas se encargaría de triturar las rocas y moldearlas para formar ladrillos de construcción. A regañadientes los hombres aceptaron la tarea, eso los dejó tranquilos, al menos por ese momento.

― ¿Cómo te sientes, Steve? ―le preguntó, mientras caminaban hacia otro grupo de personas a las que les explicarían cómo cultivar los árboles del End.

―Cansado, aunque picar esta roca es relativamente sencillo.

―No me refiero a eso.

­Steve calló. No se sentía bien desde que perdió a Charlie, y sus sentimientos de culpa por todo lo que ocurría tampoco ayudaban. El ambiente era deprimente de sólo verlo por unos segundos, por eso caminaba con la mirada bien clavada al suelo. Se sentía vacío, sin propósito.

―Siempre hablamos de mí, mejor dime tú cómo te sientes, Alex.

―No muy bien. De sólo pensar que viviremos aquí hasta morir... no sé si logre adaptarme.

―Al menos tú sólo tienes que esperar hasta adaptarte.

― ¿Sigues pensando que todo esto fue tu culpa? Por favor, Steve, comprende que esta situación estuvo fuera de tus manos todo este tiempo, estoy casi segura que aunque no hubieses participado en la incursión para hallar el portal del End, el destino habría sido el mismo. Es bastante triste lo que ocurrió, sí, pero eso es pasado. Ahora hay muchas personas que requieren de tu ayuda, y eso es algo que sí puedes hacer ―terminó, mirándolo con seguridad y fuerza.

Steve permaneció en sus pensamientos. Las palabras de su amiga le consolaron, y trataba de recordar aquellas que le dijo Charlie antes de irse. Ambos hablaban con sensatez, era estúpido atribuirse toda la responsabilidad de este problema, y como dijo Alex, quizá y hasta toda la miseria que le rodeaba era algo predestinado, imposible de soslayar sin importar cuántas decisiones se cambiasen en el pasado. Eso le hacía sentir más ligero, pero igualmente llenaba su corazón de tristeza.

Cultivar los frutos del End también era sencillo, sólo se debía de talar un árbol, tomar los frutos y plantarlos en el suelo. No demoraría mucho que surgiera un brote que fuera cada vez más y más alto. La fruta, parecida a una especie de lechuga morada, sabía amarga en palabras de quienes la consumía, aunque esa era la menos llamativa de sus características: hubo algunos de casos de personas que las comían y se teletransportaban a pocos bloques de distancia, era algo totalmente impactante, incluso varios lo tomaban como un juego.

Un soldado llegó a con Alex y Steve, quienes descansaban luego de una larga jornada.

―Tengan, lo envía la ministra ―arrojó un saco, lleno de barras de pan.

―Es mucho pan, pensé que comeríamos frutos del End ―dijo Alex, al ver que había más de quince barras en ese costal.

―La ministra quiere que nos alimentemos con comida normal hasta que se agote, los refugiados sí comerán frutos del End desde ahora ―y se retiró.

Sin duda alguna era algo cruel e injusto que ellos comieran comida normal, mientras el resto consumía aquel fruto morado amargado. Pero ni siquiera Alex y Steve, pese a lo controvertido que era ello, quisieron perder la oportunidad de comer los últimos bocados de comida normal de sus vidas, después de todo era cuestión de tiempo antes de que se vieran obligados a tragar frutos del End. Así que, cohibidos y a escondidas, barra por barra, comenzaron a comer, con lágrimas escurriendo por sus mejías. 

Minecraft. El Origen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora