Tiempo

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Geralt, Jaskier y Oc

Encontrar cosas extrañas e inusuales en el Continente era el pan de cada día para el brujo, Geralt de Rivia. Ya se había acostumbrado a ello y no se quejaba en absoluto.
Era su vida diaria. Su trabajo.
Sin embargo, un día te conoció y se dio cuenta que, en todos sus años de vida, no había visto todo en el mundo.

Recordaba que había sido una tarde relativamente tranquila para él y su compañero de aventuras. Ambos se detuvieron en un lago para pescar algo de comer que llenara sus vacíos estómagos.

El siluro sacó al aire su cabeza y sus bigotes, tiró con fuerza, salpicó, removió el agua, su blanco vientre destelló al sol.

—¡Cuidado, Jaskier! —gritó el brujo, apoyándose con los tacones en la arena mojada—. ¡Sujeta, hombre!

—Sujeto —resolló el poeta—. ¡Dioses, qué monstruo! ¡Un leviatán y no un pez!

—¡Suelta, suelta, que se rompe el sedal!

El siluro se hundió hasta el fondo y con un repentino ataque se movió bajo la corriente, en dirección a los meandros del río. El sedal silbó, los guantes de Jaskier y Geralt echaron humo.

—¡Tira, Geralt, tira! ¡No sueltes porque se enredará en alguna raíz!

—¡Que se rompe el sedal!

—¡No se rompe! ¡Tira!

Se enderezaron, tiraron. Con un silbido, el sedal cortó el agua, vibró, lanzó gotitas que destellaban como mercurio bajo el fuego del sol naciente. De pronto el siluro emergió, se agitó sobre la superficie, la tensión de la cuerda disminuyó. Comenzaron a recuperar espacio.

—¡Lo ahumaremos! —jadeó Jaskier—. ¡Lo llevaremos a la aldea y mandaremos que lo ahumen! ¡Y con la cabeza haremos una sopa!

—¡Cuidado!

Notando el fondo del río bajo su vientre, el siluro sacó del agua la mitad de su cuerpo de una arroba, retorció la cabeza, removió el agua con su cola plana y se hundió abruptamente en las profundidades. De nuevo salió humo de los guantes.

—¡Tira, tira! ¡A la orilla con él, mierda!

—¡El sedal tiembla! ¡Suelta, Jaskier!

—¡Aguanta, no tengas miedo! Con la cabeza… haremos una sopa…

Arrastrado de nuevo a la orilla, el siluro agitó y tiró con rabia, como señalando que no se iba a dejar meter en la olla con tanta facilidad. Las salpicaduras alcanzaron más de una braza por encima.

—Vamos a vender la piel… —Jaskier, apoyándose, tiró del sedal con ambas manos, rojo por el esfuerzo—. Y con los bigotes… con los bigotes vamos a hacer…

Nadie jamás llegó a enterarse de lo que pensaba hacer el poeta con los bigotes del siluro. El sedal se rompió con un chasquido y ambos pescadores perdieron el equilibrio y cayeron sobre la arena mojada.

—¡Me cagüen la puta! —gritó Jaskier, mientras que el eco resonaba por entre los juncos—. ¡Tanta comida que se ha perdido! ¡Así revientes, hijo de siluro!

Lanza una moneda  [One-Shot's]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora