CAPÍTULO XVI: CARNE

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El manto nocturno había caído horas atrás en Rosalles, por lo que el rey finalmente se encontraba en sus majestuosos aposentos. Sacando el manto de piel de oso que llevaba sobre sus hombros, y disponiéndose a descansar para lo que sería al día siguiente una extenuante jornada.

Vio un bulto bajo las mantas de su lecho y ladeó una sonrisa, quitándose la máscara con la que tapaba su rostro. Su torso de trabajadas proporciones quedó expuesto y con renovados ánimos caminó hasta la cama; pasos ligeros, casi inaudibles.

Las noches en que compartía el lecho con su reina eran escasas, pero no menos anheladas. Aún después de tantos años seguía encontrando cautivante cada parte de su cuerpo, estuviera este ya maduro como una buena fruta antes de ser hecha vino.

Se recostó al lado de su esposa, quien se encontraba completamente cubierta por las mantas. Rodeándola con un brazo y acariciando sobre las mantas con la yema de su dedo pulgar.

La simple idea de tener intimidad con su mujer ya lo tenía excitado por debajo de la ropa.

—Tú sola presencia aquí me ha traído de vuelta desde la tierra de los muertos —susurró, arrastrando su mano hasta los bordes de las mantas de lino.

Escuchó la respiración agitada, ansiosa, bajo las mantas. Su orgullo de hombre crepitando hasta salir de sus ojos como hambre pura. Casi con desesperación removió las mantas, humedeciéndose los labios, inflando el pecho y aferrando sus dedos a la suave tela que lo separaba de su mujer.

Todo en él se esfumó cuando vio el pálido rostro de una joven doncella. Hermosa, de facciones angelicales y con una larga cabellera que se desparramaba en rizos de color cobre.

—Mi rey —susurró la muchacha con miedo, con sus labios temblorosos.

Harlan apretó la mandíbula y se levantó de la cama con premura. Rabia creciendo desde su pecho y expandiéndose por todo su cuerpo.

—¡¿Quién eres y qué haces aquí?! —le gritó a la muchacha, quien soltó un sollozo y retrocedió en la cama, tapándose con las mantas. Harlan la vio negar reiteradas veces y por más que lo odiara, ya sabía quién estaba detrás de todo eso—. ¡¿Te envió Kalista?!

—Y-yo... —hipó, agachando la cabeza y sollozando.

—¡Responde! —demandó, acercándose nuevamente a la joven para jalar su brazo. Era delicada y suave, tan fácil de doblegar. —¡¿Fue la reina quien te envió a mi lecho, como una vulgar ramera?!

Harlan la zarandeó con rabia. Sintiéndose estúpido, con ira recorriéndole todos los recovecos del cuerpo.

—Por favor —sollozó la muchacha.

Harlan la empujó.

—¡¿Y entras a mis aposentos a ensuciar las vestiduras de mi cama con el perfume vulgar de tu cuerpo?! —La chica solo lloró más fuerte, las notas de su voz acrecentando las náuseas que había en el estómago del rey. Él se levantó y llegó hasta su máscara de oro macizo y porcelana, volvió a colocársela e ignorando las menesterosas súplicas de la muchacha, gritó por los guardias que resguardaban la entrada a sus aposentos. Con pecho inflado, con semblante dictatorial y sin una pizca de remordimiento la apuntó con un dedo cuando los hombres armados entraron—. ¡Llévensela y asegúrense de que jamás pueda volver a hablar, ver u oír! ¡De que no viva! Ha visto mi rostro, y como mandan las leyes de mi reino, su castigo es la muerte misma.

Los hombres corrieron para apresar a la muchacha que se resistía inútilmente. Su delgado cuerpo desnudo siendo zamarreado y arrastrado.

—¡Mi rey! ¡Por favor, se lo ruego! ¡Por favor! —La muchacha se deshizo en súplicas. En un llanto desenfrenado que le desgarraba la garganta.

DRAKÁN [DISPONIBLE EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora