Capítulo XV: El Apoyo

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~°~°~ Capítulo XV: El Apoyo ~°~°~

Agradeció enormemente la ayuda que Milo, Aiacos y Minos le brindaron. Él no tenía idea de cómo comprar un boleto de avión, ni siquiera tenía conocimiento hacia dónde debía dirigirse una vez en el país natal de Radamanthys. Todo ello aunado a un miedo irracional a volar, ¿realmente era irracional? Esa noche, como cada vez que le tocaba presentar ante el público, respiró hondamente repetidas veces, e ingresó a la máquina voladora. No era momento de mostrar debilidad.

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Utilizó la llave que tenía del departamento hace varios meses. Al cruzar la puerta, buscó con ahinco al inglés; lo localizó en el sofá, cabizbajo con la cabeza entre sus manos. Inmediatamente se arrodilló frente a él.

–Rada, ¿estás bien? ¿Qué pasó? –

–Kanon... –levantó su rostro para verlo. No aguantó más. Comenzó a llorar sin tapujos. Lo abrazó sin decir nada, ¿qué podía decir? No se le ocurría nada más que "lo lamento", pero nada iba a cambiar. –No sé qué hacer... –dijo Radamanthys entre sollozos.

–No tienes de qué preocuparte –le dijo limpiando las lágrimas con sus pulgares. –Yo me encargo.

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Al arribar al Aeropuerto de Londres, se sintió algo desubicado. La diferencia de horas y las letras del idioma inglés lo aturdieron en sobremanera, pero no podía flaquear. Se despabiló para seguir las instrucciones que Aiacos le dió. A la salida del recinto, encontró a un hombre de mediana edad con un bigote grisáceo y una boina simpática que los esperaba en un mini cooper negro. Al subirse en la parte de atrás, se preguntó por qué los ingleses tenían vehículos tan pequeños siendo ellos tan altos.

El viaje duró alrededor de unas tres horas, donde atravesaron la increíble ciudad y el resto del camino se conformaba con grandes fincas y alguna que otra granja. Kanon se maravilló con aquel nuevo paisaje, aunque fuera de noche, muchas cosas podían apreciarse. El silencio entre los dos persistía, era mejor así. De vez en cuando el conductor decía algún dato importante sobre el sitio donde estaban pasando, con la radio encendida transmitiendo música variada de jazz.

El frío de la noche llegaba cerca de unos 13°C, una temperatura con la cual el griego no estaba tan agusto, principalmente porque su sudadera era demasiado delgada. Se frotó las manos para entrar en calor. Una de ellas fue secuestrada por otra, pálida y helada. Radamanthys colocó un guante sin separación de dedos, más que el del pulgar. Luego tomó la otra mano e hizo lo mismo, pero ésta ya no la soltó. Lo observó directo a los ojos, la cercanía que les proporcionaba el vehículo pequeño hacía que no hubiera un gran espacio entre ellos. No dijo nada, se mantuvo a la expectativa de la mirada ambarina. Lo notó confuso. Aquella conexión se rompió cuando el rubio nuevamente dirigió su mirada hacia la ventana. Sostuvo su mano con fuerza.

La mirada perdida del inglés se hundía en recuerdos de su infancia. Vagos, esparcidos pero importantes. Cuando su padre lo llevó a los pastizales donde estaban los pastores con sus ovejas, la primera vez que conoció el viñedo, las veces que llegaron al establo con los caballos y le enseñaba a peinarlos, cuando ya estaba muy cansado y lo cargaba sobre sus hombros. Sin lugar a dudas, tuvo una infancia muy feliz.

–Estamos por llegar –anunció el piloto en su idioma natal, una vez adentrándose en el túnel vegetal. Los árboles que formaban ese arco comenzaban a cambiar el color de sus hojas, aunque era algo que no podía apreciarse en su totalidad por el manto nocturno y la escasa iluminación lunar.

Kanon estaba maravillado. Sentía que se había transportado al imaginario de los cuentos de los hermanos Grimm. Quedó boquiabierto cuando divisó la casa de la familia Gastrell. Sus ojos centelleaban ante lo enorme de aquella construcción, en medio de la nada, con una decoración externa sutil y hermosa, llena de una diversidad de plantas y luces que hacían ver a la instalación como una película, tan irreal.

Drákos AgóraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora