Capítulo 3

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June

El lunes salí de casa cuando dieron las ocho y media en el reloj de la pared de la cocina. Agarré todas mis cosas y salí de casa. Cerré la puerta con llave y puse rumbo calle arriba hasta el hogar del menor del grupo.

Llegué en menos de dos minutos puesto que vivíamos a tan solo cuatro casas de distancia de la mía. Saqué el teléfono del bolsillo de mi pantalón para llamarlo, pero, antes de siquiera de desbloquearlo, Innie estaba saliendo por la puerta, jugando con las llaves de su coche en la mano mientras con la otra sostenía su teléfono, el cual estaba mirando fijamente.

—Buenos días pequeño zorrito —lo saludé.

El nombrado, al escucharme llamarlo por su apodo, alzó la cabeza y me dedicó una sonrisa haciendo que sus ojos se achicaran y desaparecieran. Un hoyuelo apareció en el lado derecho de su boca, saludándome alegremente. Cuando sonreía con su mirada de verdad parecía un zorro, y por ese mismo motivo lo habíamos apodado así. Y a él parecía encantarle que le llamáramos así, puesto que también se sentía identificado con el pequeño animal del desierto.

—Buenos días a ti también, June.

Innie recorrió el corto camino que nos separaba y nos fundimos en un efusivo abrazo. Casi parecía que no nos habíamos visto en años, cuando en realidad hacía menos de veinticuatro horas que habíamos estado juntos. Le acaricié la cabeza con mi mano, aunque, teniendo en cuenta que él era más alto que yo —bueno, e incluso más alto que el resto de nuestros amigos— tuve que ponerme de puntillas para llevar a cabo la acción.

Nos alejamos la entrada de su casa, ya habiendo demostrado demasiado afecto a primera hora de la mañana, y ambos nos encaminamos a su coche, que estaba aparcado en la acerca, justo frente a nosotros.

Normalmente iba a la universidad con mi coche y era yo quien pasaba a recoger a Innie, y como además nos pillaba de paso recogíamos a Minho y Felix puesto que vivían de camino, pero ayer Minho no vino a traérmelo después de dejar a los chicos como me había prometido así que, viendo que esta mañana no tenía vehículo propio en el que ir, le había pedido a Innie si podíamos ir en el suyo, a lo cual él aceptó de buena gana. Le encantaba conducir su coche y no era para menos viendo el modelo que sus padres le habían regalado cuando aprobó el examen de conducir.

Deslicé mis dedos sobre la tapicería anaranjada del Corvette. Era el color favorito del menor porque siempre lo relacionaba con el pelaje de su animal favorito y con su colorido pelo tintado —aunque este ya estaba empezando a perder su brillante color, tendría que volver a tintárselo dentro de poco—. Incluso I.N se refería a sí mismo como el animal, explicando las muchas cosas en común. Estaba convencida de que sus padres debieron escucharnos en alguna ocasión hablando de ello o llamarlo así, y suponía que por eso decidieron comprarle el coche de ese color.

Nos subimos al vehículo biplaza e Innie me tendió su mochila para que se la sujetara durante el corto trayecto. Abrochamos nuestros cinturones y el menor arrancó el coche.

Salimos de nuestra calle y torcimos a la derecha en el primer cruce.

Aunque el nuestro fuera un pueblo pequeño, de no más de cinco mil habitantes, cada mañana algunos vecinos se levantaban antes del amanecer y, junto a una quitanieves que todos compraron años atrás, salían a la calle a despejarlas de nieves para que, tanto los coches como las personas, pudiéramos circular sin peligro horas después.

Pasamos lentamente frente a la casa de los primos Lee y no pude evitar buscarlos con la mirada. No se los veía a ninguno de los dos rondando por la entrada de su casa y mi coche tampoco estaba aparcado en su entrada, por lo que imaginé que Minho lo habría llevado con ellos a la universidad y me daría mis llaves en cuanto me viera.

Caminando entre lobos | Stray Kids | Primera parte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora