Capítulo 4

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Verónica

—Por cierto —me entrometo en la infantil discusión de mis amigos a la cuál no estaba poniendo atención—, Aedus, ¿conseguiste lo que te pedí?

Voltea a verme, enarcando una ceja transformando su expresión en una de total confusión, bajando mis ánimos.

—¡Ah! —parece acordarse y mis esperanzas regresan. Se inclina hacia adelante en la mesa, como si lo que fuese a decir se tratase de información ultra secreta—. ¿El expediente?

Asiento con entusiasmo.

—Vero —escucho la voz burlona de Jade—, no ha pasado ni una semana y ya te obsesionaste con ese chico.

—No es cierto —vuelvo a reincorporarme en el asiento, intentando mostrar indiferencia—, es solo curiosidad.

—Ajá, y por curiosidad mandaste a pedir su expediente, ¿no era más fácil acercarte y hablarle?

—No... —agradezco que mi cabeza piense en algo rápido—, porque ni siquiera quiero entablar ningún tipo de relación con él y hablarle lo hará.

—Pues mira que en el pasillo no te veías sin intenciones de no hablarle...

Creo que me he sonrojado y agradezco mentalmente el que llegue el chico que ya trae nuestra orden, sin embargo, no se demora en dejar los vasos en su lugar correspondiente y un postre en medio de la mesa para después irse.

Pienso en lo que debería usar como excusa, pero ahora se adelanta Aedus a hablar.

—Yo no creí que pedías en serio el expediente —suelta apenado.

—¿Qué? —pregunto rápidamente intentando ocultar mi desánimo con algo de molestia—. ¿Entonces no fuiste a conseguirlo?

Curva sus labios en una ligera sonrisa burlona.

—¿Ves? Sí estás obsesionada con él.

Escucho a Jade reírse y de inmediato levanta la palma de su mano para chocarla con la de Aedus.

Resoplo.

—¿Tienes el expediente o no?

Me dedica una media sonrisa antes de agacharse en su mismo asiento para abrir su mochila y sacar una carpeta gris.

—Todo tuyo.

No me molesto en ocultar mi emoción.

—Gracias, gracias, gracias —repito una y otra vez mientras reprimo las ganas de abrazarlo y saltar.

—Oye, no agradezcas, solo tendrás que ir a una cena con la directora.

—¿Qué? —mi voz se ve mezclada con la de mi amiga. Casi como si solo lo hubiera dicho una sola persona.

—¿Cena? —se adelanta la rubia.

—Sí, cena —responde desinteresado el pelirrojo—, la directora me dio esa carpeta a cambio de que saliera a cenar hoy con ella.

Explica como si fuera lo más normal del mundo mientras con su cuchara le arranca al postre y lo lleva a su boca.

—Oigan, la tarta está muy buena, deben probarla —expresa con distinguido gusto.

Jade y yo compartimos miradas confundidas.

—¿Estás hablando en serio? —pregunto porque con él nunca se sabe.

Él asiente.

—Sí, está muy buena —acerca la cuchara a mi rostro—, pruébala.

—No me refiero a eso —resoplo, soltando una corta risa ante su encogimiento de hombros y el llevarse la cuchara a la boca, como diciendo: "Más para mí"—, sino a lo de la directora.

Rompiendo lo coherente [borrador] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora