Una vida

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El doctor Lindgren entró con el semblante serio al interior de la habitación. Se obligó a llamar a la puerta antes de adentrarse, consciente de que estaba abierta y no era necesario. Pero a través de la ventana había visto la muestra de afecto entre ambos chicos y quería respetar su privacidad, y suponía, su secreto.

Tan solo había sido espectador de ese beso porque se encontraba indeciso junto a la puerta, luchando contra sus pensamientos antes de entrar. Sus ojos habían permanecido estáticos en la cortinilla de láminas de plástico de la ventana, entre las cuales, y solo si permanecías inmóvil, veías lo que ocurría en su interior. Si pasabas junto a la ventana y no te detenías, tan solo veías una ventana cubierta por un manto blanco.

Aquel beso le enterneció y tranquilizó a partes iguales. Le dio algo de fuerzas ver que Louis, un joven que al parecer había pasado por mucho, estaba acompañado. No era tonto, sabía que esa brecha no la había causado el bordillo de una acera, pero no podía hacer nada. Suspiró y entró tratando de ignorar su corazón acelerado, siempre sufría en aquellas situaciones.

¿Cómo le iba a decir que su hermana, de tan solo doce años, había sufrido una sobredosis?

- Louis, me alegra ver que estás de mejor humor - saludó viendo la sonrisa de su rostro.

- Gracias doctor - Lindgren desvió la mirada hacia el joven rizado que se encontraba junto a él, había llorado - ¿Me va a decir dónde está mi hermana? Quiero verla.

Tragó con dificultad y respiró hondo. Agarró una de las sillas que se encontraban junto a la pared y la acercó hasta dejarla al lado de la cama. Se sentó en ella y lo miró cuidadosamente. ¿Quién era ese chico de ojos azules, que sin ni si quiera conocerle, le causaba tanta ternura?

Nunca, en sus más de veinte años ejerciendo, se había encariñado tanto con un paciente. Y era mucho más impensable que esto sucediera teniendo en cuenta que Louis llevaba tan solo unas horas en el hospital. Casi todas dormido.

Pero en el rostro angelical de aquel joven reconocía demasiadas facciones del suyo propio, cuando con quince años se miraba en el espejo, repasando cada uno de los arañazos y golpes que su padre le proporcionaba cada día. Pudo escapar, encerrar a su padre entre rejas, y seguir con su vida, pero gracias a ello también sabía reconocer a aquellos que pasaban por lo mismo. Había visto la rabia en los ojos de Simon cuando apareció con el joven en el hospital, el brillo de temor en la mirada de Louis cuando se despertó y la confusión de su rostro al escuchar el supuesto accidente de moto. Ese chico sufría como nadie se podía imaginar.

- Louis, primero debes comprender que estás a cargo de una clínica privada, contratada por el señor Cowell para atender todas tus necesidades. Como todas las clínicas, debemos proteger los datos de nuestros pacientes.

Louis se tensó en su lugar y trató de incorporarse. ¿Qué estaba diciendo ese hombre? ¿Por qué no le dejaban ir a ver a su hermana?

- Soy su puto hermano - respondió - No me importan vuestras políticas de privacidad ni nada de esa mierda, solo quiero verla.

- Lou... - Harry, a su lado, notó su tensión y agarró su mano con dulzura.

- Entiendo tu preocupación - prosiguió Lindgren - Su hermana ingresó en nuestra clínica hace una semana, y estaría encantado de llevarle junto a ella, si continuara aquí. El señor Cowell decidió que lo mejor para su salud sería ingresarla en un centro de desintoxicación.

- ¿En un centro de desintoxicación? ¿Qué significa eso? ¡¿Qué le ha pasado a mi hermana?!

Harry se asustó al escuchar sus gritos desesperados, pero no le soltó la mano en ningún momento. Louis estaba llorando, lloraba como jamás lo había hecho, y eso no hacía otra cosa más que partir el pequeño corazón de Harry en diminutos trocitos irregulares.

Holding Your HandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora