Durante los días siguientes, ambos sintieron los efectos de la lenta tensión de la espera. Ahora, por primera vez en más de un año, Enjolras y Grantaire se habían arriesgado a descubrir su situación a unas personas que no eran Léon, Rose ni Anne-Marie, personas a las que tendrían que explicar, si las cosas iban bien, los pormenores de su inesperada supervivencia. Eso en el caso de Marius y Musichetta, al menos; en cuanto a Adélina, habían procurado no mencionar nada sobre las barricadas en su carta, por lo que el pretexto de Grantaire para estar en la ciudad no era más que un "viaje ocasional" en el que, casualmente, había recordado la conexión de su hermana con el lugar y decidido retomar el contacto con ella para saber cómo se encontraba.
Los tres casos, de cualquier forma, eran bastante delicados, por lo que dando ese nuevo paso se habían expuesto de una manera que, tuviera las consecuencias que tuviese finalmente, los mantuvo inquietos a partir de entonces.
Hasta que la primera de las noticias llegó.
Era un día de finales de julio y Grantaire se encontraba en una de las calles principales de la población, sentado sobre una silla portátil para pintar un lienzo. A su lado, Gustave, su compañero de oficio, hacía lo mismo, y la actividad conjunta de ambos recibía de vez en cuando cierta atención por parte de los viandantes. Su reciente asociación había tenido un buen comienzo, pues les había brindado la oportunidad de aconsejarse el uno al otro como artistas y de compartir visiones y experiencias acerca del arte de la pintura. Todo gracias a que Grantaire había mantenido su promesa de reemplazar la paleta de Gustave cuando la había pisado por accidente un par de días atrás.
Desde entonces, los dos se habían tratado casi como viejos camaradas y la idea de pintar juntos, tan repentina como rápidamente concordada, había surgido con total naturalidad entre ellos. Grantaire había tomado también algún que otro encargo de manufactura de los que tenía ya más costumbre profesional, pero le había parecido que dedicar parte de su tiempo a pintar ahí, al aire libre, en plena urbe, podía ser una buena manera de exponer sus creaciones. Y, ante todo, una buena fuente de inspiración: al ver pasar a la gente para dirigirse a sus diversos quehaceres, podía tratar de imaginar sus vidas y plasmarlas en el lienzo con un juego de colores y de trazados que ni siquiera él mismo sabía explicar, pero mediante el que procuraba retratar lo más fielmente posible la realidad y reflexionar sobre ella.
Se hallaba, pues, en ese propósito, esbozando el esquema de unos niños que jugaban con unos adoquines sueltos del suelo, cuando algo llamó su atención. Tal vez fue porque se había empezado a acostumbrar a ver pasar a la gente y sabía distinguir los distintos modos de cruzar una avenida; en cualquier caso, se percató de que una de las personas transeúntes no solo no se encontraba de paso, sino que además se mantenía quieta y, por la orientación de su postura, estaba observándolos.
Grantaire no reaccionó, al principio, diciéndose que si estaba interesada en lo que hacían, fuera del modo que fuese, eso solo podía venirles bien. Sin embargo, su pensamiento cambió cuando la observadora —una mujer que le resultó vagamente familiar— se acercó al puesto y depositó un pequeño sobre en su sombrero, que él, a imitación de Gustave, había dejado en el suelo como una discreta invitación a la caridad de posibles admiradores.
Grantaire apenas tuvo tiempo de parpadear en confusión antes de que la mujer se hubiera marchado calle arriba, desapareciendo tan diligente como discreta había sido su llegada.
Grantaire la siguió mientras pudo con la mirada, extrañado, mas su atención no tardó en desviarse al sobre que ahora sobresalía del interior de su sombrero, blanco e intrigante.
—¿Algo bueno? —le preguntó Gustave desde su sitio, como hacían cada vez (no demasiado a menudo) que uno de los dos recibía algo.
Grantaire tomó el sobre y, con dedos temblorosos, buscó el remitente. Lo reconoció al instante, porque era un nombre —seguido de un altisonante apellido que decidió ignorar por completo— que conocía muy bien: Adélina.
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"Amor, tuyo es el porvenir"
FanfictionParís, Francia, 6 de junio de 1832. Tras el fracaso de la insurrección popular en las barricadas, ante un pelotón de fusilamiento dispuesto a acabar con su vida, Enjolras enfrenta la muerte con dignidad, sabiendo que los Amis de l'ABC han luchado ha...