Lo primero que sintió al despertar fue frío. No sentía ese cuerpo cercano al suyo, como todas la noches anteriores lo había sentido. Las sábanas no tenían el efecto de protección a comparación del que tenía su antigua acompañante, ni llenaban esa frialdad áspera que quemaba llamada soledad. Se sentía tan vacío. Tan miserable.
Abrió sus ojos azules con lentitud. La luz entraba por su ventana. Su vista se acostumbro, poco a poco, y una vez consiguió abrirlos por completo, notó el desastre de su habitación. Toda la ropa por el suelo, todas las cosas patas arriba. Pero lo que más dolió fue girarse y encontrarse la cama vacía a su lado. Su vista se volvió borrosa. ¿Qué había pasado? Entonces su mente se transportó dos días antes.
—Harry, siento que nuestra relación no lleva a ninguna parte —dijo el ojiazul, tomando las manos frías del contrario. Se relamió lo labios con amargura. —Esto es demasiado complicado para mi, sabes bien que te quiero, pero no podemos estar juntos ahora mismo.
Estaban sentados en el sofá de su casa, la casa que compartían. Su hogar. Uno frente al otro, con sus miradas conectadas, como la primera vez que se vieron.
—¿He hecho algo mal? —preguntó entonces el rizado, con un nudo en la garganta, sintiendo como todo se agitaba. Su voz, rompiéndose al transcurso de los segundos. Sintió las lágrimas amenazando con salir pero resistió ese impulso mordiendo la parte interior de su mejilla derecha.
—¿Qué? Oh no, no. Harry, me refiero, a que nuestra relación no puede seguir así. Quiero decir, te amo pero las cadenas que nos impiden hacerlo nos están dañando a tal punto de no poder seguir nuestra vida con libertad—.El ojiazul tomó con sus manos la cara del ojiverde, acunándola con el más sumo de los cuidados. Tragó saliva antes de volver a hablar, mientras se replanteaba si realmente estaba haciendo bien al tomar esa decisión por ambos.—Nos están matando y no puedo permitir seguir amándote en secreto. No es sano para nosotros, simplemente no podemos.
Después de eso, cerró sus ojos, acercando su cara a la de Harry, y juntando sus frentes para mejor cercanía. Todo se mantuvo en silencio, con el único sonido de sus respiraciones agitadas y los pequeños sollozos del rizado. Pasaron segundos, interminables para ambos, pero sin necesidad de corromper el agradable silencio que se había formado.
—Entonces, ¿Esto es una despedida? —preguntó Harry, con la voz entrecortada y con una lágrima recorriendo su suave y rojiza mejilla.
—No, amor —contestó el castaño, con una sonrisa triste, cargada de dolor. —Esto no es una despedida, esto es un hasta pronto, porque pronto, romperemos todo lo que nos impide amarnos y venceremos a todos los demonios que no nos quieren juntos.
Louis besó la frente del contrario y volvió a mirarle a los ojos.
—¿Al menos puedes besarme por última vez? —Harry no podía aguantar su dolor, simplemente no podía. Le dolía demasiado tener que soltar al amor de su vida, todo por culpa de ellos.
El ojiazul no contestó, simplemente se acercó a los labios del rizado, tomándolos con suma delicadeza. Besó esos labios que lo transportaban a su hogar. No a su casa, sino a su verdadero hogar. Un beso que duró una eternidad para las dos almas rotas, que se entremezclaba entre lágrimas saladas. Un beso de una despedida, teóricamente temporal, lleno de sentimiento y amor. Porque así debían ser todos los besos. Como si fuera a ser el último.
Harry se separó de los labios del castaño para tomar aire.
—Algún día seremos libres, pequeño, y entonces podremos estar juntos sin la necesidad de dañarnos. Compraremos una casita lejos de aquí y tendremos todos los gatos que quieras, pero debes permanecer fuerte, porque podremos con esto. —Volvió a pegar sus finos labios en los del rizado hasta que los dos decidieron que era momento de darle fecha a su última vez cara a cara, hasta un tiempo indefinido que solo el destino conocía.